Tolstoi era un anarquista cristiano y un pacifista radical. Parecía loco porque estaba loco… pero sería un error suponer que la locura ofuscaba su razonamiento. Su pacifismo no sólo estaba perfectamente articulado, sino que se convirtió en el primer gran movimiento productivo y viable, sin las cursilerías claudicantes de las almas bellas que entienden la paz como virtud espiritual o moral. No: el de Tolstoi es un pacifismo activo, incluso bravo. Por una razón: nunca supuso que la paz fuera el efecto secundario de suprimir la violencia, sino un objetivo. La paz se construye.
La paz de Kant es filosófica: teórica, pero posible. Con un freno: requiere personas inteligentes y voluntad de verdad para llevarse a cabo. Mientras esperamos a que la humanidad halle el suficiente número de ilustrados, dispuestos a favorecer a la razón antes que a su libido dominandi, requerimos de otros caminos. Primero, deshacer la trampa de la simetría, que supone que cuando hay una, la otra desaparece, o que las virtudes en un lado son vicios en el otro. Es necesario evitar ese error general, porque la paz no es un producto derivado ni aledaño. No es la ausencia de guerra solamente: es una actividad que se cruza constantemente con los recursos de la guerra y, a veces, se puede describir en términos bélicos: requiere táctica, estrategia, logística, batallas, objetivos, avances, conquistas...
Por eso hay que desconfiar de las traducciones. Voyná i mir. No sé cómo funcionen los artículos en ruso, pero el título en español debe ser Guerra y paz. Con artículos se desvirtúa porque convierte en compartimentos estancos dos conceptos que Tolstoi reconocía como distintos, pero indiscernibles.
La misma guerra es un amasijo de cosas distintas. Una, notable en toda la primera parte, es la diferencia entre militares y guerreros. Quizás el mejor distingo sea musical. Pongamos del lado militar la “Marcha Radetzky”: elegantísima, con un ritmo constante, que puede llevarse a pie, a caballo, o bailarse en un salón de gala. Del lado cosaco, por ejemplo, la famosa canción “Kalinka” es un duelo entre un danzante, que exhibe su fortaleza y agilidad, y un instrumentista que acelera el ritmo (suele ser la balalaika): es un grupo de guerreros que se hermanan y desafían deportivamente entre sí, pero serían un desastre en un desfile.
El ejemplo musical sirve para mostrar el corazón del punto tolstoyano, que queda magníficamente mostrado en el libro II de su monstruosa novela. El ejército imperial austriaco (1805) es un muñeco de trapo en manos de Napoleón. Las poquitas victorias que ralentizan el avance francés se deben a los guerreros cosacos: demasiado independientes, libres e irreductibles a la obediencia para avenirse bien entre militares. No llevan los uniformes reglamentarios ni obedecen de buen grado.
Y la diferencia más notoria: Nikolái Rostov, noble, pero con grado de ayudante en el ejército, descubre a un superior que ha robado el monedero de un soldado borrachín, y lo confronta en presencia de oficiales y tropa. Inaceptable. El capitán segundo le reclama: “Nos importa mucho el honor del regimiento, padrecito. Eso no ha estado bien, no ha estado bien”. Los soldados le reclaman que haya dicho la verdad, porque la verdad lesiona el orden jerárquico, que es lo más importante. Unas páginas más adelante, la escena es de una tropa de cosacos propinando una golpiza a uno de ellos. Cuestionado, uno responde: “Para un guerrero es vergonzoso robar, un guerrero debe ser honrado, noble y valiente, y si le roba a un compañero, no tiene honor. ¡Es un canalla!”.
Son dos conceptos del honor que se excluyen: o es la jerarquía o es la verdad. Tolstoi entendió el asunto: también hay dos órdenes de la paz. Una, digamos, es la Pax romana: un estado de poder y una imposición que, por cierto, cumple con el requisito de Hobbes a Weber: monopolio del uso de la fuerza. Pero eso es también el Moscú de Stalin, el Salvador de Bukele, o el Imperio de Gengis Kan. Es paz por miedo, por opresión. La otra forma es, digamos, cosaca: una actividad que puede despreciar jerarquías y milicias, pero no la verdad. Militarizar es perpetuar un orden jerárquico y de poder. Pero ahí no cabe la verdad. La paz como acto deliberado, la de Thoreau, Tolstoi, Gandhi, M. L. King, comienza por enunciar la verdad. Es una victoria que no pertenece a los militares, ni siquiera a los guerreros, pero hay que luchar por ella.
AQ