Leila Guerriero: “Soy insolente, desobediente e independiente”

Entrevista

En entrevista con 'Laberinto', la cronista argentina reflexiona sobre la manera en la que ejerce el periodismo.

Leila Guerriero, periodista argentina. (Foto: Pablo José Rey | universosliterarios.com)
Adriana Cortés Koloffon
Ciudad de México /

Cronista infatigable, viajera y autodidacta, Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) obtuvo en 2010 el Premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano por su artículo “El rastro en los huesos”, en 2019 publicó Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama) sobre la vida y obra del argentino Bruno Gelber, uno de los 100 mejores pianistas del siglo XX, según la crítica especializada. Este libro es solo uno de los temas de la siguiente entrevista con una de las más notables autoras de crónica latinoamericana, colaboradora en numerosas publicaciones periódicas, quien ha escrito, entre otros libros, Los suicidas del fin del mundo, Una historia sencilla, Zona de obras y Plano americano.

—¿Qué recuerda de la primera crónica que escribió?

La primera crónica que escribí se llamó Los agentes del caos, fue mi primer trabajo periodístico que me encargaron cuando empecé a trabajar en Página/30 y era una nota sobre el caos del tránsito en la ciudad de Buenos Aires. El editor me dijo: “Tú no eres periodista”, entonces pude empezar de cero, y después me dijo: “Convendría que hablaras con el ministro de transporte, con el CONICET, un centro de estudios científico muy prestigioso para ver si hay algún estudio hecho en torno del tránsito acá y que te fijes cómo solucionan el tema en otras ciudades, y también que hables, por supuesto, con la gente de la calle: taxistas, gente que tiene auto, gente que no lo tiene”, un poco la experiencia de primera mano. Así que eso hice, me compré una grabadora de periodista. Me encantó, me dieron mucho tiempo, un mes, el editor fue súper generoso a la hora de editarla, no le cambió muchas cosas, solo la cortó porque era muy larga. Y me acuerdo de que me recomendó leer Crash, el libro de J.G. Ballard y eso fue un guiño, digamos, pero no para que metiera ficción en la crónica. Yo no lo había leído, pero me pareció súper interesante cómo alguien te puede señalar que en un relato de ficción puedes encontrar algo interesante para una nota periodística. Es una novela súper perversa sobre gente que es adicta a los choques de autos. Él le puso a mi crónica Los agentes del caos, con “c”.

—¿Operación masacre, de Rodolfo Walsh, podría equipararse con Crash?

Walsh no se inventó nada. Él encontró una manera de hacer las cosas contando un relato periodístico con el formato de una novela de suspenso, de terror por momentos, pero no inventó una sola coma, no hay nada de ficción allí.

—¡Es lo más terrible, que no haya inventado nada!

Sí, lamentablemente. Operación masacre habla sobre una dictadura de los años 50. Cuando empezó la dictadura del 76 yo tenía nueve años y cuando terminó, dieciséis. Fue un horror. Hice toda la mitad del colegio primario y todo el secundario en dictadura. Yo vivía en una ciudad chica, en Junín. Me acuerdo de que era horrible porque tenías que ir al colegio con falda en pleno invierno, las medias subidas —no podías llevar minifalda—, las uñas sin pintar, no podías llevar maquillaje, el pelo recogido, eso desde el punto de vista más molesto, incómodo. En mi casa se leía muchos libros que estaban prohibidos, mi mamá tenía pánico de que estuvieran en casa, comprábamos libros con una librera que los conseguía. Mis viejos tenían unos amigos que el hermano de la amiga era un preso político, lo cual era lo mejor (ser preso político) que te podía pasar porque si no desaparecías. Fue una época espantosa, mi tío estaba estudiando en La Plata, ¡me acuerdo de que había un pánico…! La ciudad de La Plata tenía mucha violencia, la lucha armada, había muchas bombas todo el tiempo, mis abuelos estaban aterrados. Fue una época espantosa. Íbamos de viaje, te paraban los milicos en todos lados, te revisaban todo, carteles gigantes diciendo: “no se detenga o el guardia abrirá fuego”, un espanto.

—Habla sobre su infancia. En alguna ocasión, ¿usted dijo que quería ser un cowboy?

¡Sí, qué sé yo, ja, ja, cuando era chica tenía esa idea! Era una idea muy infantil. Me encantaban en las películas los cowboys, ¿viste?, solos con las escopetas y las cantimploras. Una ensoñación infantil.

—¿Su trabajo de cronista tiene algo de cowboy?

¡Sí! En términos de que voy sola con la grabadora. Es un trabajo bien solitario, como me gusta.

—¿Enlaza a sus entrevistados?

Esa imagen no me gusta. Enlazar es tender una trampa, de alguna manera, me parece algo agresivo, violento. Con los entrevistados hay una relación distinta. Enlazar a alguien es tirarlo al suelo, es engañoso, tramposo. Una vaca no espera que la enlacen, huye.

—Dice que es un trabajo solitario, el suyo. ¿Le ha pesado la soledad?

A veces sí. Más o menos termina uno viajando por los mismos lugares: la Feria del Libro, por ejemplo. Pero cuando voy a algún lugar que no conozco como Zürich, Montreal o Cali, siempre salgo a caminar y no tener a alguien a quien decirle mira qué lindo, qué horrible, qué violento, es raro. Por lo demás, ya tengo muchísimos amigos en todos lados, así que aprovecho y ceno o tomo café con ellos. La soledad del viaje es un poco pesada, también las esperas en los aeropuertos.

—¿Se ha enfrentado con alguna tragedia al hacer periodismo?

Por suerte nunca. He estado en lugares peligrosos, pero tragedia no. Sería una falta de respeto con los colegas que sí lo pasan mal. No hago ese tipo de periodismo.

—¿Se considera valiente?

Creo que soy una persona corajuda. No me ha pasado cuando reporteo, pero sí en la vida; cuando estoy en un lugar peligroso siento miedo, pero voy para adelante. Siento que soy una persona muy fuerte, no sé si está bien que lo diga. No soy frágil, endeble. Soy bastante insolente y muy desobediente e independiente. No pongo carita y me hago la amable, si me quieren obligar a hacer algo, no lo hago. Son una serie de cosas que conforman un carácter plantado, digamos, que no joroba a nadie más que a mí misma porque cumplo con lo que tengo que hacer.

Portada de 'Opus Gelber. Retrato de un pianista'. (Anagrama)

—Escribió Opus Gelber a partir de varias entrevistas que le hizo al pianista Bruno Gelber, ¿cuál fue su experiencia?

En la primera entrevista me quedé un poco desilusionada. Bruno me contó lo que le contaba a los otros periodistas. Sin embargo, en el segundo encuentro que tuvimos —me llamó para que fuera un domingo en la tarde, un horario y un día bastante raro para llamar a un entrevistador— hubo una chispa, saltó una especie de atracción mutua. Él se abrió mucho, hablamos mucho de cosas más aterrizadas. Salió del discurso hecho y ese día de vuelta le pregunté si lo podía volver a ver y me dijo “sí, por favor, pero claro”. En la tercera o cuarta entrevista yo tenía claro que tenía un libro porque dar cuenta de una personalidad tan compleja, tan enrevesada, tan laberíntica como la de Bruno en un perfil de diez páginas iba a ser imposible. Y allí empecé a trabajar con la idea de un libro curiosamente sin decirle esto a Bruno en ningún momento, pero había una comprensión tácita. En algún momento empezamos a hablar de “tu libro, ¿cómo va tu libro?”, qué sé yo. Fue muy natural. Aunque yo fui a verlo para escribir un perfil para una revista todavía no tenía claro para cuál. Todo ese mundo del piano, de los concertistas, me parece infinitamente rico para contar en una crónica. Pero hay un problema: esa gente viaja mucho, es inalcanzable en términos de que es bastante arisca, no le gusta que le hagan entrevistas. Bruno tenía muchas cualidades insólitas. Primero que era uno de los mejores cien pianistas del siglo XX, después que vivía a veinte cuadras de mi casa, en un departamento increíble en un barrio muy popular, lo cual me facilitaba la tarea. Era sumamente accesible, no era como Martha Argerich que si le pedís una nota te ladra. Había muchas cosas que llevan a que la historia una vez que la tenés no te la puedes perder.

—¿Qué es lo que más le gusta de Bruno Gelber?

El sentido del humor, es muy inteligente, muy gracioso, y el criterio propio. Muchas veces yo no estaba de acuerdo con lo que decía, pero me impresionaba esa capacidad de decir “yo pienso esto y no me importa si todo mundo está pensando para el otro lado y si es políticamente incorrecto decir tal cosa”. Eso es Bruno, ¿viste?, es súper educado, pero no es polite.

—¿Cómo logra mantener la objetividad cuando su entrevistado es cercano a usted?

No hay objetividad posible. Tengo una idea de fondo: yo no escribo para desagradar al otro ni para atacarlo ni para vengarme, pero tampoco escribo para congraciarme. Entonces creo que eso te da una distancia no sé si óptima, pero interesante. Con Bruno pasé mucho tiempo y a la hora de escribir el libro no tuve una mirada complaciente ni dije “esto no lo voy a poner”. Yo fui testigo. Retacear todo lo que yo vi sería contar una persona falsa. La primera perjudicada sería yo en términos de contar una historia endeble. Así que ese pensamiento me hace decir, bueno, yo soy periodista, este texto no es para consagrar a alguien sino para contar su historia.

—¿Cuál es su método de trabajo al escribir una crónica?

Juan Villoro dice que la crónica es el ornitorrinco de la prosa porque es como una mezcla. No sé si sea una mezcla de géneros, creo que el género es ese: la crónica. Escribir un perfil es una crónica de una sola persona y una crónica coral es una crónica donde participa mucha gente y contás una historia. Básicamente lo que hago es salir a reportear, tener la mirada muy despierta, después transcribir todo eso. El reporteo lleva bastante tiempo siempre. Nunca trabajo con nadie que me haga las transcripciones. Después leo todo eso que he transcrito y escribo. A veces eso se resuelve en dos semanas y a veces me toma tres meses. La crónica debe dar cuenta de un mundo, puede ser el de una persona, digamos. Quizá una condición humana, una forma de estar en el mundo, como “esta es la forma de estar en el mundo de todos estos seres que se suicidan o ponen una fábrica o que bailan el malambo o que son el cuerpo de baile del teatro Colón.

—¿Le interesa que sus crónicas tengan un ritmo?

Sí, para mí la música del texto es súper importante. Si las cosas salen bien, el fondo y la forma no se pueden separar mucho. Para mí la musicalidad de la forma es importante. Ojo, no todos los textos deben tenerla, aunque sí ritmo, desde todo punto de vista, desde el ritmo que tiene la frase hasta el que tiene el texto en general, que no sea un texto denso, difícil de leer, con una estructura pesada. Me importa que sea dinámico, que corra, que fluya.

—Cuando sale a la calle a reportear, ¿con qué sentido del cuerpo trabaja más?

Trato de que sea siempre con todo (porque los periodistas estamos acostumbrados a trabajar mucho con los ojos), pero yo le pongo mucha oreja, olfato. El sentido del pensamiento es con el que trabajo mucho: miro y proceso, huelo y proceso, oigo y proceso, y allí en ese pensamiento se juegan intuición, inspiración, experiencia.

—Una periodista tan reconocida, que viaja tanto, ¿qué más puede desear?

¿Desear yo? Tengo el deseo de la escritura, con lo cual deseo seguir escribiendo, eso no puede tener fin. Eso en términos laborales. Por supuesto que uno puede desear muchas más cosas en lo personal. Tomarme vacaciones más seguido, viajar más por placer y no por trabajo. Tirarme en una playa, me encanta la playa.

—¿Le ha interesado tener hijos?

Jamás.

—¿Cree en la felicidad?

Sí. Lo que no creo es que el fin último sea la búsqueda de la felicidad, me parece una sonsera muy adolescente en la que lamentablemente vive todo el mundo sumido. Cuando me voy con mi pareja de vacaciones o cuando abro la puerta de mi casa, cuando entrego una crónica que me costó mucho trabajo, cuando salgo con amigos y me divierto y bailo o cuando vuelvo de viaje, soy muy feliz.

AQ

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