Lemercier, la Iglesia en el diván

Ensayo

El sacerdote intentó hacer de la psicología una herramienta que pudiese ir de mano con la fe. “Viene usted con diez años de adelanto”, le habían dicho en Roma en 1962.

Gregorio Lemercier, a la derecha. (Cortesía: Archivo Santa María de la Resurrección)
Carlos Illades
Ciudad de México /

Cuando pensamos los sesenta solemos asociarlos con los hippies, el rock and roll, la contracultura o los movimientos sociales radicales, fundamentalmente juveniles, en demanda de igualdad o libertades en distintos lugares del planeta. Los vinculamos menos con importantes huelgas obreras y de los jornaleros agrícolas, las guerras de liberación nacional y los movimientos armados latinoamericanos, pero poco reparamos en las tentativas reformadoras de la Iglesia, salvo en la Teología de la Liberación. Hubo, sin embargo, otras prácticas que calaron profundo en el debate público de la época, escasamente recordadas o desconocidas en el siglo XXI, como fue la terapia psicoanalítica instaurada por el fraile José Gregorio Lemercier (1912-1987) en un monasterio situado a 12 kilómetros de Cuernavaca.

En 1944 Gregorio Lemercier, capellán del ejército belga en la Segunda Guerra Mundial, llegó a México con el propósito de edificar un monasterio. Tras dos intentos malogrados (en Guaymas y otro en un paraje cercano a Cuernavaca), en 1950 la tercera fundación (en el pueblo de Santa María Ahuacatitlán) recibió el estatuto canónico y denominación de monasterio de Santa María de la Resurrección de la Sagrada Congregación de Religiosos, donde se impuso la regla de San Benito. Ya en Bocochibampo, Guaymas se oficiaba la misa en español y de cara a los feligreses, en el espíritu de la innovación litúrgica practicada en varias parroquias belgas y francesas, para lo cual Lemercier preparó la traducción y una edición rústica del Breviario Monástico, que compilaba todos los rezos empleados por los monjes ordenados de acuerdo con la época del año. La modernización litúrgica se acompañó de la arquitectónica, dirigida por fray Gabriel Chávez de la Mora, a quien Lemercier encargó la construcción de la capilla circular del claustro en la cual se oficiaba la misa para la feligresía local, modelo adoptado en la renovación de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Cuernavaca, encargada a fray Gregorio por Sergio Méndez Arceo (1907-1992).

A Lemercier le importaba la estabilidad emocional de los monjes y trataba de prepararlos adecuadamente para hacerse cargo de la encomienda divina; fortalecer las vocaciones religiosas e identificar donde no las había era condición esencial para el óptimo funcionamiento del claustro y condición para cumplir satisfactoriamente su misión. El fraile belga comenzó a psicoanalizarse en enero de 1961 tras una alucinación que él registró como una presencia divina entre relámpagos multicolores, acaso atribuible a la sintomatología de un cáncer ocular por el que perdió el ojo izquierdo. El resultado positivo en su persona lo motivó a llevar la terapia al monasterio benedictino en junio de aquel año.

Acusado por el Vaticano de querer mezclar la ciencia con la religión, con la prensa sensacionalista encima y la atención de la opinión pública internacional, atacado por la derecha católica, Lemercier hizo confluir en Santa María de la Resurrección dos corrientes para favorecer sus propósitos modernizadores: las directrices del Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) y la institucionalización del psicoanálisis en México. Méndez Arceo llevó a la asamblea ecuménica al fraile belga en calidad de consejero experto. El VII Obispo de Cuernavaca asumió varias de sus ideas y prácticas litúrgicas, lo protegió de las acometidas vaticanas (otro tanto hizo entonces con Iván Illich) y argumentó públicamente en favor de la terapia psicoanalítica en el afán de poner al día a una Iglesia anquilosada. Con respecto de aquélla, habremos de recordar que la primera generación de psicoanalistas mexicanos se formó en Estados Unidos, Argentina y en menor medida en Europa, a ellos tocó crear la Asociación Psicoanalítica Mexicana, reconocida en 1957 por la Asociación Psicoanalítica Internacional. El núcleo proveniente de Argentina llevaría el psicoanálisis de grupo al monasterio morelense.

El decreto de la Sagrada Rota Romana del 18 de mayo de 1967 prohibió categóricamente la práctica del psicoanálisis en Santa María de la Resurrección so pena de suspensión a divinis de Lemercier, quien sometió a consideración de la comunidad monacal la clausura del claustro, cosa que ocurrió a escasos días de la emisión del decreto. Para atajar lo que se venía, el fraile belga intentó salvar el proyecto con el Centro Psicoanalítico Emaús el 25 de abril de 1966. La entidad privada, a 100 metros de distancia del monasterio, recibía a los aspirantes y a cualquier persona dispuesta a tratarse. Conforme cobró distancia de la experiencia psicoanalítica en Ahuacatitlán, el antiguo prior afinó la evaluación: la herramienta era útil para mejorar la vida de las personas e identificar las vocaciones genuinas, pero era indudable el poder adquirido por los terapeutas en el proceso del análisis, en detrimento de la autonomía de juicio de los pacientes.

Vicente Leñero escribió Pueblo rechazado en 1967, montada con gran éxito el año siguiente en el Teatro Iris. El periodista jalisciense había conocido al entonces sacerdote benedictino en un retiro en Santa María de la Resurrección para concluir Los albañiles (1964). No fue una vivencia menor para Leñero, pues “Lemercier y las lecturas de Iván Illich me influyeron mucho”. La mirada del escritor católico al claustro no era complaciente. Los personajes de la pieza teatral eran el prior, el analista, el obispo, tres cardenales y los coros de monjes, católicos, periodistas y psicoanalistas. El prior recorre las celdas, dialoga con los monjes que le muestran sus obras y los frutos de la tierra, otros narran sus pesadillas; pide a Dios que le hable, una luz nubla su mirada; el analista le espetará “no es Dios, imbécil, es su ojo enfermo el que lo turba”, “si tu ojo escandaliza, ¡arráncalo!”, hasta llegar a la distorsión de esta mirada obnubilada. Precisamente, el cáncer en el ojo que había detonado el interés del exmonje benedictino por el análisis dio lugar al tumor cerebral en el hemisferio izquierdo que acabó con su vida el 28 de diciembre de 1987. Méndez Arceo ofició la misa de cuerpo presente en la capilla circular de Santa María de la Resurrección, en la que también participaron Chávez de la Mora y el padre superior capuchino, rama franciscana que recibió la custodia del claustro tras de permanecer cerrado durante varios años. Las cenizas de Lemercier fueron depositadas en el muro de la capilla. “Viene usted con diez años de adelanto”, le habían dicho en Roma en 1962. Los abusos sexuales dentro de la institución católica, conocidos en el siglo XXI, mostrarían justamente cuan adelantado estaba el monje benedictino que osó colocar a la Iglesia en el diván.

Carlos Illades

Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de ‘Por la izquierda. Intelectuales socialistas en México’ (Akal, 2023) y de ‘La revolución imaginaria. El obradorismo y el futuro de la izquierda en México’ (Océano, 2024).

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