Leon Lederman: la maldita partícula divina

Mis días con los Nobel

“Solo los que muestren paciencia, claridad, pericia, cuenten con financiamiento a largo plazo y tengan un poco de suerte podrán develar lo que aún se esconde por ahí, en algún sitio del Universo”, decía el célebre físico neoyorquino.

Leon Max Lederman , Premio Nobel de Física de 1988. (Wikimedia Commons)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Su sonrisa era diáfana, como la ciencia experimental que practicó siempre, imbuida del espíritu escéptico. De ojos claros, redondos, saltones, a veces movía las fosas nasales de arriba hacia abajo, rápidamente, como un astuto roedor, cuyo instinto lo alerta de que algo inminente, trascendental, va a ocurrir. La primera vez que me encontré con él acababa de dejar la dirección de Fermilab, uno de los aceleradores de partículas subatómicas más prolíficos, y se había empeñado en la pesadillesca tarea de elevar la educación científica y matemática de las preparatorias públicas en el área de Chicago, en una época en que los estudiantes pasaban las materias “duras” a punta de navaja sobre el riñón del maestro. Hoy, por desgracia, se hacen notar con rifles de asalto.

En el enorme edificio que lleva el nombre de su colaborador, Robert R. Wilson, Leon me platicó sobre la necesidad que existía, cincuenta años atrás, de ordenar la explosión de hallazgos e hipótesis al revelarse las entrañas de la materia, más allá de lo molecular (él se graduó como químico en 1943), así como el atractivo que tenía explorar las enigmáticas partículas provenientes del cosmos. La comunidad de investigadores se hallaba confundida. El Tevatrón dio algunas respuestas. Este colisionador de protones y antiprotones se mantuvo a la vanguardia de la Física de altas energías durante cuatro décadas, hasta la aparición del Gran Colisionador de Hadrones (LHC), que opera en el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), en Ginebra, Suiza. Hoy, Fermilab, localizado en la gran llanura del medio oeste norteamericano, ha resurgido debido al renovado interés por los neutrinos.

Leon se encargó de tender puentes de creatividad entre grupos rivales de la comunidad. En los años de 1950 formó un equipo de investigadores del Laboratorio Nacional de Brookhaven, quienes descubrieron un mesón longevo en el acelerador Cosmotrón. Poco después, sirviéndose del sincrociclotrón de la Universidad de Columbia, Leon y su equipo lograron observar un fenómeno que permitió medir por primera vez el momento magnético del muón. Esto generó una prolífica investigación, cuya onda expansiva repercutió en el campo y llegó a las puertas de CERN.

Leon obtuvo en 1988 el Premio Nobel, junto con Jack Steinberger y Melvin Schwartz, por su excepcional capacidad para desarrollar procedimientos que habrían de conducir a un método, en su caso, la manipulación de haces de neutrinos y, a partir de éste, el descubrimiento del neutrino del muón. Protagonistas ilustres de esta ciencia, como Sheldon Glashow y Georges Charpak, elogiaron su manera franca de proceder, incluso cuando se equivocó. De ahí una célebre frase entre los cazadores de partículas. En 1976, durante la euforia de descubrimientos en este reino cuántico, el equipo de Leon en Fermilab anunció de manera prematura el descubrimiento de una partícula, a la que incluso le pusieron nombre: “Upsilon”. Pero, al seguir acumulando datos, concluyeron que no existía y reconocieron su error. Entonces se acuñó la frase: “Upsilon?, UupsLeon!”

Se hizo famoso cuando publicó La partícula divina: Si el Universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta? (1993). Según me platicó en esos días, se trató de una agridulce confusión. Después de haber ganado el Premio Nobel estaba deseoso de relatar la historia de una entidad inasible llamada bosón de Higgs, que no aparecía por ningún lado. El libro, escrito junto con el periodista Dick Teresi, se lee con gran fluidez y reivindica figuras desconocidas en la historia del atomismo, como Joseph Boscovich. Aun así, se necesitaba un título “llamativo”. A Leon se le ocurrió “la partícula maldita”. No convenció a los editores, sonaba muy duro y podía asustar a algunos lectores potenciales. Entonces, de manera irónica, Leon propuso recurrir a las divinidades, pues, como sucede con todas ellas, son entes en los que mucha gente cree y, no obstante, nadie ha visto una ni probado su existencia. Lo mismo sucedía con esta endemoniada partícula. Sin embargo, la impronta social opacó la ironía y la frase fue tomada en forma literal, creando mayor confusión. Leon se daba de topes contra las paredes.

Los experimentos ATLAS y CMS del CERN confirmaron el hallazgo de la partícula traviesa en julio de 2012. Un año más tarde, junto con Christopher T. Hill, Leon publicó una versión actualizada de su libro bajo el título de Beyond the God Particle. Allí expresa su escepticismo respecto de las ideas preconcebidas que pululan sobre la Gran unificación de los fenómenos cuánticos y la interpretación relativista del Universo. En alguna otra ocasión me aseguró que los aceleradores de partículas no son fábricas de “verdades” cortadas a la medida del cliente, sino artefactos que permiten atisbar un nivel de realidad insospechado. ¿Hay algo por descubrir en esa realidad invisible? “Solo los que muestren paciencia, claridad, pericia, cuenten con financiamiento a largo plazo y tengan un poco de suerte podrán develar lo que aún se esconde por ahí, en algún sitio del Universo”.

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