Letras póstumas

Escolios

El filósofo Simon Critchley pone sobre la mesa algunos elementos indispensables para comprender la anatomía de la melancolía contemporánea.

La nota de suicidio es un testimonio para justificar la más drástica determinación respecto a la propia existencia. (Ilustración: Simón Serrano)
Armando González Torres
Ciudad de México /

En marzo de 1941, abrumada por la depresión y poco antes de ahogarse en el río Ouse, Virginia Woolf le escribió a su esposo para explicarle su última decisión: “No creo que dos personas pudieran haber sido más felices hasta que llegó esta enfermedad. Y ya no puedo seguir peleando. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí podrás trabajar.”

La nota de suicidio es el testimonio que algunos dejan a la posteridad para justificar la más drástica determinación que se puede tomar respecto a la propia existencia. Este documento es una paradójica comunicación que adopta los más distintos tonos, desde la sentida disculpa a los seres queridos (la nota de Virginia a Leonard) hasta la disquisición filosófica (las reflexiones del superviviente de los campos de concentración Jean Améry sobre la legitimidad de arrancarse la vida) o la más amarga revancha personal o social (el amante despechado que culpa a la amada de su muerte o los casos de jóvenes estudiantes norteamericanos que se suicidan después de perpetrar una masacre y dejan largos escritos, o videos, para quejarse del acoso e indiferencia de su familia y compañeros mientras vivieron). Así, la nota de suicidio pretende sobrevivir a la muerte con una suerte de sublimación artística, emocional o filosófica de este acto.

Portada de 'Apuntes sobre el suicidio', de Simon Critchley. (Alpha Decay)

En su opúsculo Apuntes sobre el suicidio (Barcelona, Alpha Decay, 2022) el filósofo inglés Simon Critchley rememora la polémica que generó un taller de escritura creativa sobre notas suicidas que estableció en 2013 y busca discutir algunas de las reacciones automáticas que surgen contra este acto. Para Critchley, la posibilidad suicida implica que la libertad humana se superpone incluso al arbitrio divino y que un individuo es capaz de evaluar en qué circunstancias vale la pena, o no, conservar su existencia. De esta manera, una persona pone el destino en sus propias manos, antes que en los criterios religiosos y sociales que tienden a condenar el suicidio.

Desde luego, hay muchas circunstancias que le quitan al suicidio su carácter libertario y, más bien, revelan una enfermedad insoportable, una depresión irremontable o una serie intolerable de desgracias que obligan al individuo a renegar de su bien más valioso. Por lo demás, en la modernidad han proliferado formas suicidas vengativas, en las que el fanatismo político o el odio a sí mismo se traducen en suicidios que son, al mismo tiempo, masivos y aleatorios homicidios. Al respecto, el autor menciona factores, privativos del siglo XXI, que suelen agravar la pulsión suicida, como son las crisis financieras, los cambios en el trabajo, la despersonalización de la comunicación, el imperio de las redes y otras formas de distorsión y cambio acelerado de la interacción humana.

Pese a la superficialidad de algunos de sus argumentos y a la frecuente afectación egocéntrica de su estilo, este libro tiene el mérito de poner sobre la mesa algunos elementos indispensables para completar una anatomía de la melancolía contemporánea.

AQ

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