Lorenzo Meyer: “Que el nacionalismo no sea una excusa de sinvergüenzas”

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El historiador mexicano hace una valoración de nuestro pasado colonial y su estela de injusticias, que sobreviven en el presente.

Lorenzo Meyer, historiador y académico mexicano. (Foto: Octavio Hoyos | MILENIO)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

Historiador, académico y analista político, Lorenzo Meyer reflexiona sobre la identidad mexicana tras la Conquista, los saldos de la época colonial, nuestra relación con España y las interpretaciones de la historia frente a las conmemoraciones por los 500 años de la caída de la gran Tenochtitlan.

—¿Cómo se forjó la identidad del mexicano a partir de la Conquista?

El fenómeno es formidable porque en ese momento explota la capacidad de Europa de meterse por todos los rincones de la Tierra. En el caso de México, entró en el corazón de una civilización que ya había tejido una economía, una sociedad, una cultura. La llegada europea cambió todo: la lengua, la religión, la visión del mundo, la indumentaria, el entorno natural. Otro elemento importante es la ciencia. En el mundo prehispánico se conocían muchas cosas muy complejas, se podían hacer predicciones de fenómenos, los mayas conocían el cero y dominaban las matemáticas, sí, pero la ciencia es más que eso. El conocimiento, la formulación de hipótesis, la predicción con base en datos, todo eso cambia la visión de nuestro mundo y de quiénes somos en este mundo. La Europa del inicio de la globalización capitalista impactó en la vida de una sociedad.

—¿Cinco siglos después, seguimos siendo una sociedad cosida por sus tradiciones coloniales?

Tenemos mucha de esa tradición que además se mezcla con el pasado. Por ejemplo, ahora es un tema importante la idea de la legitimidad del gobierno, la idea de la democracia. Los que llegan, subordinan la Colonia a sus necesidades. Extraen todo lo que pueden y hay una justificación ideológica: venimos a traerles religión, formas mejores de organizarse. Pero la razón por la que están es para explotar y ahí está la raíz de la desigualdad, los explotados y los explotadores. La vida colonial no era democrática, llegó la democracia al final, con la Constitución de Cádiz de 1812. Entonces se habla ya de ciudadanos y no de súbditos, de derechos y obligaciones de ciudadanos. En la Colonia había república de indios y república de españoles. En el virreinato, gente de razón y gente de costumbres. Hay una minoría que dirige, que se apropia de una parte de la producción y otra que debe conformarse con muy poco; eso seguirá en los siglos XIX y XX. En cierto sentido, sigue hasta hoy. Estamos luchando en contra de esa tradición. Hay que luchar en contra de esas tradiciones que hoy consideramos no solo obsoletas sino ilegítimas. Lo que vivimos en México es resultado de una lucha en contra de las herencias coloniales que pervivieron después de la Independencia.

—¿Es posible deshacerse de estas herencias?

El pasado colonial es una herencia que se puede deshacer en buena medida, no toda, no vamos a deshacernos del idioma. En algún momento de pasión nacionalista, alguien dijo: “vamos a dejar el español”. ¿Para volver a dónde? En el centro se hablaba náhuatl, en Yucatán el maya y en la costa del Pacífico el tarasco. No podemos deshacernos del idioma, pero hay otras cosas que sí, y ese ser diferentes de lo que antes dominaba es útil para la creación del sentimiento nacional. Comparar y criticar aspectos centrales de la Colonia es una forma, una de las varias, de dar cohesión a un sentimiento nacional.

—¿La subordinación que el pueblo indígena sintió frente a los españoles es lo que ocasionó la desigualdad, el racismo, la injusticia?

Sí, por eso decía que había una república de indios y otra de españoles, con obligaciones distintas. Ahí está la subordinación: ustedes tienen estas obligaciones y estos derechos, nosotros tenemos otras obligaciones y otros derechos. Y es que una colonia, ¿para qué se quiere? Para qué quiso Europa, no solo España, sino también Inglaterra, Francia, Holanda, poseer colonias sino para explotarlas, aunque también para expandir sus valores en nuevos entornos. Pero el objetivo principal era explotar a esas colonias, extraer recursos, y la extracción de recursos implica formas de subordinación.

—Se han hecho distintas interpretaciones de la Conquista. ¿Cómo se ha servido la historia oficial de este hecho para construir un sentimiento de nación?

Las naciones son construcciones mentales, son comunidades imaginadas y necesitan de símbolos. La Colonia es usada en la construcción de México como Estado nacional e independiente en el siglo XIX. En adelante, vemos en España una fuerza antagónica. Luego vamos a sustituirla por otro antagonismo, Estados Unidos, porque las naciones se forman en relación a alguien que se opone.

"La historia se necesita para entender ese presente e imaginar las posibilidades futuras". (Foto: Octavio Hoyos | MILENIO)


—¿Hay un uso político de la historia?

Siempre lo ha habido. Los aztecas hicieron un uso político de su historia. El historiador Enrique Florescano hace énfasis en la destrucción, en los imperios prehispánicos, de documentos materiales para sustituirlos por otros, para inventar otra historia. Los aztecas tenían que legitimarse señalando que venían como herederos de los antiguos imperios; no lo eran, pero presentaron esa historia y así se legitimaban. La historia es un arma política, lo cual no quiere decir que nada más sea un arma política. ¿Qué pasaría si se borrara todo lo que fue realidad, lo que fueron imaginaciones, sueños, etcétera? Nos quedaríamos en la indefensión. La historia se necesita para saber quién diablos soy, para entender ese presente e imaginar las posibilidades futuras.

—Este año, por ejemplo, se propuso celebrar siete siglos de la fundación de Tenochtitlan. Al no conocerse la fecha exacta, causó polémica entre los historiadores.

Tampoco es exacta la fecha en que nació Cristo, pero estamos en el año 2021 después de Cristo. Eso no importa gran cosa. Lo que importa es que se creó un centro urbano formidable que indica la capacidad de organización de esa comunidad, de ese imperio que ejercía su poder sin mucha tolerancia hacia los demás. Se celebra la creación de uno de los centros urbanos más importantes del mundo en ese momento. Que si son unos años antes, unos años después… La historia es, en buena medida, interpretación. No tenemos conocimiento suficiente para explicar cualquier hecho importante, no sabemos exactamente cómo pasó. Hay muchas variables.

—Se ha referido a que es posible que en el futuro exista una fuerza política con capacidad y voluntad para volver a darle sentido al nacionalismo mexicano. ¿En qué momento estamos ahora?

Estamos en una reconsideración entre el nacionalismo un poco naive, a veces demasiado simple e instrumental y el de “desechen esto, vámonos al Tratado de Libre Comercio, al Tratado del Pacífico, vamos a hacer tratados comerciales con medio mundo y vamos a ser internacionales”. Creo que desde la autoridad de quien tiene ahora la responsabilidad del gobierno, el Tratado de Libre Comercio es un hecho, no lo vamos a denunciar ni nos vamos a separar, pero eso no implica que estemos dispuestos a que todo lo que venga de fuera sea aceptado. La soberanía sigue siendo un elemento central. Ahora veo una revaloración del nacionalismo, porque el nuestro no es agresivo, es defensivo. Pero que ese nacionalismo no sea un instrumento para defender ciertos intereses locales corruptos, mezquinos, chiquitos, y tener siempre cuidado porque nación, régimen y gobierno son cosas distintas, aunque el gobierno intente identificarse con el régimen y el régimen con la nación. Son cosas distintas que pueden ir a veces en la misma dirección. Que el nacionalismo no sea como alguien dijo: una excusa de sinvergüenzas.

—¿Qué distingue hoy nuestra relación con España?

Hace 100 años había mucha animadversión. Eso ya pasó. No detecto ningún sentimiento antiespañol, bueno, de vez en vez, pero ha disminuido. Se rompió la relación con la España franquista y luego se volvió a restablecer. Hoy es más una relación de cordialidad. Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador haya solicitado el perdón por lo de la Conquista, se ve que no lo van a hacer. Eso dice algo de España y dice algo de nosotros o de nuestro gobierno, porque a algunos mexicanos no les interesa ni creen que eso tenga mayor sentido, pero reconocer con valores de hoy hechos del pasado es importante. Entonces, hay cierta tensión a ese nivel, pero a nivel de la calle, a nivel cotidiano. No es que se haya olvidado, está ahí, pero ya no con la agresividad ni la dureza de hace 100 años, cuando se veía a los españoles como explotadores.

La petición de perdón tiene sentido para recordarle a los mexicanos que en Torreón, la fobia, el racismo, la estupidez, acabó con la mitad de la colonia china. Tiene el sentido profundo de cerrar heridas. La petición de perdón que le sugirió el gobierno mexicano a España no es solamente esa. El Presidente ya fue a ver a los mayas y a los yaquis. Lo que le pidió el gobierno a España lo está haciendo con su propio colonialismo interno.

—¿Recurrir a la historia nos permite una suerte de reconciliación con el pasado?

Es importante la explicación de historiadores sobre cómo se han comportado diversos países y la importancia de sanar heridas, aunque no es tarea solo de historiadores. Los problemas actuales se reflejan en cómo vemos el pasado. Tenemos que entender la historia y no repetir lo que consideramos injusto. La Colonia fue un sistema de explotación, pero no fue nada más eso. La Corona española protegió a la población original de los abusos de españoles y eso lo tenemos que valorar, ver cómo arrancamos esas partes positivas del pasado, las incorporamos a nuestra visión del presente y lo que queremos del futuro, lo que imaginemos del futuro, de la utopía, de lo que todavía no es pero quisiéramos que fuera. La historia puede ser uno de los instrumentos, pero el otro son nuestros códigos éticos.

AQ

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