Clara Obligado, escritora argentina afincada en Madrid desde 1976, reconoce que es imposible representar todo un territorio. No obstante, durante los últimos tres años se propuso concentrar en unas páginas a un puñado de autores latinoamericanos que ejemplificaran las cualidades de las letras contemporáneas de la región. En el subtítulo de su Atlas de literatura latinoamericana, publicado por la editorial Nórdica, reside la clave: Arquitectura inestable. “Es que este es un libro experimental. Es una construcción que se nos puede caer en cualquier momento y somos muy conscientes de ello. Hablo en plural, además, porque decidí implicar muchos ojos para hacer un atlas que tuviera miradas cruzadas”, explica la mujer que convocó a 47 reseñistas para que pusieran en primer plano la producción literaria que durante varias décadas ha estado opacada por el ruido del boom.
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Durante más de medio siglo, el canon latinoamericano estuvo determinado por algunos catedráticos universitarios. En España, el historiador y crítico literario José Carlos Mainer publicó en 1967 su Atlas de literatura latinoamericana del siglo XX (Ediciones Jover), que empezaba con Rubén Darío y concluía con el entonces recién surgido fenómeno del boom, encabezado por Gabriel García Márquez. Eran autores, subrayó el académico zaragozano en el prólogo de su libro, cuyas obras se caracterizaban por “la tendencia al autoanálisis como fruto de la marginación del intelectual, la preocupación por un instrumento lingüístico propio y original, la simultaneidad de una tentación americanista y otra europea y la conjunción de literatura y política”.
Atlas de literatura latinoamericana, coord. Clara Obligado.
(Nórdica Libros)
Esos rasgos formales se establecieron para guiar, sobre todo, a los especialistas. El atlas coordinado por Clara Obligado, en cambio, propone una cartografía “alternativa” y subjetiva para cualquier lector. “O sea: es, más bien, un libro juguetón. Apasionado, eso sí. Intergeneracional. Hecho desde otra perspectiva, en donde el boom está pero no está. Está en la formación de muchos, pero como ha sido ampliamente reseñado, pues aquí no lo abordamos. Además, aquí hay muchas mujeres tomadas en cuenta. No obstante, por eso mismo tenemos bien asumido que es algo inexacto, incompleto e injusto”, me dijo la también autora de La biblioteca de agua (Páginas de Espuma) antes de presentar el volumen en una librería del centro de Madrid.
Son 50 los autores seleccionados, de Antonio Di Benedetto a Elizabeth Schön, pasando por Silvina Ocampo, Manuel Puig, Adela Zamudio, Clarice Lispector, Gabriela Mistral, Fernando Molano, Virgilio Piñera, Elena Garro, Jorge Ibargüengoitia, Julio Ramón Ribeyro o Mario Levrero.
“Todos hacen una literatura muy mestiza, que no es nacional en el sentido de que es cerrada, que abordan los exilios, la violencia, el viaje e, incluso, la irrupción de Internet. Y, entre todos ellos, el verdadero pope es Roberto Bolaño”, añadió Clara Obligado.
El Atlas de literatura latinoamericana reconoce el lugar de las mujeres en un canon que tiende a privilegiar hombres.
(Nórdica Libros)
De cada autor de la lista se ocupan otros tantos que en los últimos años no han dejado de estar presentes en las mesas de novedades de las librerías como Mariana Enríquez, Edmundo Paz Soldán, Liliana Colanzi, Julio Prieto, Héctor Abad Faciolince, Eduardo Becerra, Mónica Ojeda, Socorro Venegas, Antonio Ortuño, Marcelo Luján o Fernanda Trías. “A algunos les dije que eligieran a su autor y respeté su decisión y a otros se los encargué directamente”, explica la coordinadora del libro que cuenta con ilustraciones del también argentino Agustín Comotto.
Agrupar autores para alejarse de la sombra alargada del boom es un ejercicio que se intensificó a finales del siglo pasado, cuando algunas generaciones de escritores se agruparon con la intención de “matar al padre”, y reivindicar que ellos hacían algo distinto al realismo mágico, en torno a nombres como McOndo, en Chile, El Crack, en México, o Generación Nocilla, en España. “Bueno, oponerse es parecerse. Cuando uno se opone mucho a su padre, termina siendo idéntico. Y esos grupos, masculinos sobre todo, buscaron también canonizar. Lo intentaron, fueron graciosos, divertidos, pero tal vez sus nombres sólo pretendían ser otra etiqueta comercial para vender, como lo fue el boom, o no lo sé”, sintetizó Clara Obligado, que espera que su trabajo suscite algún debate y a quien en su atlas ilustrado le hubiese gustado incluir a Horacio Quiroga o a Alfonsina Storni.
AQ