Manu Leguineche, uno de los corresponsales españoles más admirados y respetados, tenía 23 años cuando consiguió sumarse a una expedición que batiría el récord mundial de distancia recorrida en coche. A esa edad, claro está, al muchacho le faltaba dinero pero le sobraba entusiasmo y astucia. “¿Cómo pretendes dar la vuelta al mundo en una expedición como ésta si no sabes conducir?, le preguntaron, con acierto, los organizadores de aquel viaje al fin del mundo. “Tengo otras condiciones”, respondió. “No sé conducir ni nada de mecánica, pero sé cantar, jugar al mus, tengo muy buen humor, sé algo de geografía y he leído a Conrad, Stevenson y Verne”, les argumentó al grupo de tres periodistas estadunidenses y un fotógrafo suizo que habían planeado la odisea. Dos años de aventuras después, Manu escribió El camino más corto, uno de los libros fundamentales del periodismo contemporáneo en nuestra lengua.
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Durante muchos años, los libros de este reportero vasco, conocido en la profesión como “el jefe de la tribu”, sólo podían conseguirse en las librerías de viejo. Por fortuna, ese cúmulo de reportajes, crónicas y memorias comenzó a ser rescatado hace poco más de tres años por Ediciones B y, de esta manera, su estilo y sus lecciones se han reavivado.
Leguineche murió en 2014 y no pude conocerlo. Padeció una enfermedad degenerativa (nunca nadie de su entorno se ha atrevido a nombrarla y no sé por qué) que lo dejó postrado en una silla de ruedas y le apagó la voz. En 2012 quise conocerlo y Juan Cruz me facilitó el teléfono de su casa de Guadalajara (Castilla-La Macha), donde se fue a vivir para alejarse del ruido en el que había trabajado durante toda su vida. Marqué el número y me contestó Rosa, la hermana y “ángel de la guarda” de Manu. “Ya no se mueve y tampoco habla. La verdad es que no le apetece recibir a nadie”, me dijo sin rodeos.
Comencé un periplo para conseguir sus libros: El precio del paraíso, Yo pondré la guerra, Hotel Nirvana, El camino más corto y El club de los faltos de cariño. En este último (toda una oda a la melancolía, a la soledad y al sentimentalismo), me vi claramente reflejado, me sentí el mejor destinatario de todas las anécdotas y reflexiones que contiene y me hizo desear una membresía premium de ese club, formado para personas como él, como yo y como algunos más que conozco.
Pero en toda su obra, sin duda, destaca El camino más corto, porque es uno de los libros más didácticos para un periodista. Ahí están los pasos para saber explotar una de las principales premisas que sustentan nuestro trabajo: la curiosidad, la mirada multifocal al fondo de la miseria y a la superficie de la gloria. También la importancia de cumplir con la urgencia, pero siempre empeñándose en la escritura cabal para que a nuestros textos no se los lleve el viento.
Manuel Leguineche —“gordito, bajito y de gafas”, tan vasco, tan español, que resolvía los malos trances riendo y no llorando y a quien todos sus lectores llamamos Manu, con cariño cercano, igual que en América llamamos Gabo a García Márquez, aunque no hayamos sido sus compadres— estuvo en la guerra de Vietnam, en varios conflictos de África y de Medio Oriente y en las guerrillas latinoamericanas; fundó una agencia de noticias; llenó un montón de páginas de periódicos, revistas y libros con sus neurálgicas crónicas y hasta hizo televisión (no se pierdan una charla magistral entre él y Kapuscinski, disponible en el archivo de Radiotelevisión Española).
Los detalles de sus aventuras, de su disciplina y de la vida paralela a su trabajo los ofrece ahora uno de sus discípulos, Víctor López, en Manu Leguineche. El jefe de la tribu, una deliciosa biografía que acaba de publicar Ediciones del Viento.
Entre las muchas observaciones que hace López en su investigación, está la manera en que la provincia de Guernica, donde Manu nació, fue lo que más marcó su forma de ser y su destino profesional. “La Segunda Guerra Mundial empezó en mi pueblo”, solía decir el periodista, porque el bombardeo inmortalizado por Picasso fue, en realidad, el ensayo de las acciones bélicas que más tarde encabezaría Hitler. Y también fue eso, subraya Víctor López, “lo que influyó de modo decisivo en el afán de justicia que Manu desarrollaría durante su etapa adulta, la que le llevaría a tomar la decisión de recorrer el mundo y a practicar la teología de la liberación periodística”.
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