Margo Su: nostalgia de la noche

Personajes

Hace treinta años murió la empresaria más audaz y exitosa del Teatro Blanquita. El siguiente texto es un homenaje a una verdadera leyenda de la cultura popular en México con proyectos e ideas que hicieron historia.

Margo Su, Carlos Monsiváis y María Félix. (Archivo)
Ciudad de México /

A Iván Restrepo

Margo Su murió hace 30 años, el 1 de julio de 1993, en Portland, Oregon, donde vivía con uno de sus hijos. Tenía 63 años y era una leyenda del espectáculo en México: fue la creadora del Teatro Margo y la empresaria más exitosa del Blanquita, donde convocaba a los más grandes artistas populares cuyos nombres refulgían en la enorme marquesina blanca con letras rojas: José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel, José José, Marco Antonio Muñiz, Lola Beltrán, Celia Cruz, Tongolele, Ninón Sevilla, María Victoria, Los Panchos, Dámaso Pérez Prado y tantos otros que provocaban peregrinaciones de admiradores de todo el país y sur de Estados Unidos para verlos en ese escenario sagrado; en el teatro también se daban cita pintores, escritores, intelectuales y políticos amigos de Margo.

En la actualidad, en la esquina de Eje Central y Mina, en la colonia Guerrero, el Blanquita se encuentra en ruinas, abandonado, lo mismo que el Cine Mariscala en la acera de enfrente. Lo mismo que El Patio, el mítico cabaret de Atenas y Bucareli, en la colonia Juárez, uno de los lugares que Margo, asombrada, descubrió en la adolescencia, cuando se iniciaba en la vida artística como bailarina. Son fantasmas de un tiempo lejano.

En septiembre de 1985 platiqué con Margo Su en el exuberante jardín de la casa de Iván Restrepo, su pareja. Me contó su historia, me habló de la ciudad que la deslumbró de joven, nos hicimos amigos, la invité a colaborar en la revista Diva, de la que era jefe de Redacción, y la acompañé a varias de sus entrevistas con personajes como Silvia Pinal y Yolanda Montes Tongolele. Escribía muy bien, con humor y ligereza; le gustó el periodismo y en 1984 formó parte del grupo fundador de La Jornada, donde debutó con una columna que daría forma a su entrañable libro Alta frivolidad, publicado por Cal y arena en 1990.

Los siguientes son fragmentos —de los que se han eliminado las preguntas— de aquella conversación con Margo, empresaria, actriz, bailarina, feminista, defensora de causas perdidas; amiga divertida, inteligente, solidaria.

En primera persona

Entré al teatro en 1943 como aprendiz de corista cuando aún no cumplía 13 años (para verme de más edad me hacía unos peinadotes así, grandotes, me portaba como vampiresa y fumaba a todas horas). Comencé en el Follies, que estaba por Garibaldi, con mucho susto. Yo había tomado clases de ballet cuando era niña, pero esto no tenía nada que ver con lo que se requería en el teatro de revista. El coreógrafo era muy enojón, me aterraba. Pero, con todo, conseguí quedarme con el puesto.

El Distrito Federal era una gran ciudad que me espantaba, que me daba terror, que me atarantaba, con mucho tránsito. San Juan de Letrán* era una gran feria: a las cuatro de la mañana lleno de gente, puestos donde vendían medias, muñecas, juguetes, tacos, y la gente paseando su ciudad y sus calles como si fuera de día: era la dueña de la ciudad.

En aquella época terminábamos las funciones de teatro a la 1:30 de la mañana, y a esa hora nos organizábamos para ir a cenar a cualquier parte; había muchos lugares abiertos y todos estaban repletos. Éramos gente que vivía de noche; también de día, pero principalmente de noche. Había una gran libertad. A la 1:30 se podía correr a cualquier cabaret y alcanzar el primer show en El Patio, el Waikiki, el Ciro’s.

Tuve la suerte de pasarme muchos años sentada en la planta alta del Waikiki, un cabaret tan lleno de color, tan nuestro, y cada semana, cada día de cada semana podían reconocerse los mismos clientes, los llamados habitués. Y luego las chicas de ahí, preciosas y buenísimas bailarinas. Yo aprendía a bailar viendo cómo bailaban las muchachas del Waikiki. El Patio era algo así como lo soñado, con tantas viejas tan bonitas y tan elegantes, tan llenas de pieles y joyas. Ya tenía entonces 16 años. A los 16 años llegar a El Patio… ¡Guau! ¡Qué barbaridad!

Los cuarenta y los cincuenta fueron una época en la que junto con las grandes estrellas de México había muchas del extranjero. Uno aprende cuando hay este intercambio entre artistas, aprende y trata de elevar su nivel de calidad al de los otros. Yo comencé a trabajar con Jasso, Donato, Mantequilla, grandes cómicos los tres; con Toña la Negra, Agustín Lara, un poco después llegó Tin Tan; de fuera llegaron Rosita Fornés, Cuca Carballo, Vitola, Agustín Irusta, Hugo del Carril. Grandes nombres pasaban por nuestros teatros y nuestros cabarets.

Años después me casé con un hombre de teatro, Félix Cervantes, de familia muy linajuda, muy importante; con el tiempo convenció a su tío, el licenciado Manuel Cervantes, para que construyera el Blanquita, que en sus orígenes fue el Teatro Margo.

El Margo lo empezamos en una carpita chiquita… Había un terreno con una gasolinera abandonada en Aquiles Serdán (actualmente Eje Central) y Mina. Un día pasamos por ahí y Félix me dijo:

     —Ojalá pudiéramos hacer un teatro aquí.

     —¿Con qué dinero? —le pregunté.

     —Es fácil —me respondió—, lo difícil en esta vida es juntar los primeros 10 mil pesos (¿a qué equivaldrán hoy?; no sé, no tengo idea).

     —Le voy a decir a mi tío que compre el terreno, nos lo rente y ahí levantamos el teatro —me comentó.

El tío Manuel compró el terreno, alquilamos una carpa y comenzamos a trabajar. Alrededor de la carpa, mientras tanto, se empezaba una construcción de ladrillo.

En la inauguración estuvieron Anita Muriel y Tana Lynn, que eran estrella de cine. Luego trajimos artistas de fuera, entre ellos Pompín Iglesias. Y luego, cuando se acabó la construcción de ladrillo, la madrina fue Ninón Sevilla, muy jovencita. Por ahí pasaron también María Victoria, Luis Aguilar, Chachita… Hace días veía viejas liquidaciones de teatro y eran elencos de cincuenta gentes mínimo. Hoy vemos la cartelera y es triste porque por cuestiones económicas uno anda buscando obras de cuatro personajes, no más.

El Margo era nuestro, de mi esposo y mío. El tío Manuel, ya enamorado del teatro, construye en el mismo terreno el Blanquita, que es el nombre de su hija Blanca Eva Cervantes, quien lo heredó.

Luis Donaldo Colosio frente al Teatro Blanquita. (Fototeca MILENIO)

En aquellos años, el color de los teatros de revista lo daba la cercanía del barrio universitario, todas las facultades estaban en el Centro, que estaba lleno de estudiantes. Nosotros teníamos miedo de la segunda función, la de las 10:30, porque se llenaba de estudiantes terribles, pero al mismo tiempo muy ingeniosos; se mezclaban entre el pueblo y entonces los duelos entre cómicos y galería eran para morirse de risa. Todos estos muchachos le gritaban unas cosas a María Victoria que el teatro se caía de tantas carcajadas. Pienso que una gran parte del público asistía solo para oír esos gritos.

Tuve dos hijos, y como en la época era muy mal visto que las madres de familia trabajaran, mi esposo me dijo: “A tu casa”.

Terminamos separándonos. Inicié los trámites para mi divorcio en 1948, estaba tratando de hacer algo por mí misma como actriz. Hice varias películas, de mala siempre: Juventud desenfrenada, Club de señoritas, El jurado resuelve, dirigida por Julio Bracho, División narcóticos, un montón.

Un día, un director me comentó: “Hay un papel para ti en esta película, pero mira, hay actrices que se acuestan y actrices que no se acuestan, y nosotros preferimos a las primeras”. Pensé: “Este es el fin de mi carrera. Adiós, hasta nunca”. Porque me lo dijo así, ni siquiera disfrazaba sus intenciones… A lo mejor hubiera sido estrella de cine si me hubiera prostituido, pero estaba en mi divorcio, que se extendió hasta 1961. Entonces me refugié en Televicentro, ahí también hice muchos papeles de mala en un programa que se llamaba Puerta al suspenso, producido y dirigido por Roberto Kelly. Ahí los monstruos de los martes siempre los hacía yo, pero fue un oasis, un respiro para mí.

Un día recibí una proposición de mi ex marido. Me preguntó:

     —¿Ya viste cómo está el mundo afuera?

Pensé: “Sí, está canijo. Está cabrón”.

     —Te propongo una cosa —continuó—, quédate en tu casa con tus hijos, no te voy a molestar, vas a tener toda tu libertad y yo te voy a mantener.

Me volví mantenida y burguesa, él vivía en una casa y yo en otra, nos dividía un jardín. Ese tiempo lo disfruté muchísimo porque hice una vida plena con mis hijos, aprendí a andar en bicicleta, a patinar, a nadar, hacíamos karate juntos… Los tres éramos muy vagos.

Félix murió en 1968 y yo tuve que olvidarme de estudiar y separarme un poco de mis hijos. Volví a trabajar dirigiendo el Blanquita. Me costó mucho trabajo reincorporarme a mi medio. Tenía cinco o seis años totalmente retirada del teatro, trabajando de mamá y señora decente y había perdido hasta el tono de voz: “No, mire, maestro Raymundo, qué tal si esta cosa la ponemos aquí”. Nadie me hacía caso, hasta que me decidí: “¡Con una chingada, esto lo quiero así!” Entonces sí me entendieron y aceptaron otra vez. Y es que me veían muy decente, por eso ni me pelaban. Y luego, otra vez el público, volver a conocerlo, a entenderlo, a trabajar para él.

Estuve catorce años de trabajo ininterrumpido en el Blanquita, lo dejé por cansancio. Ya me irritaban mucho los problemas de tramoya, de boletaje, de artistas. Necesitaba descansar.

Lupita D'Alessio afuera del Blanquita. (Fototeca MILENIO)

Una deuda con Margo

Al cumplirse exactamente 30 años de su muerte, Iván Restrepo recordó a Margo. En La Jornada escribió sobre sus días de gloria en el Blanquita, donde también actuaron Los Polivoces, María Luisa Landín, Fernando Fernández, Lucha Villa, Toña la Negra, Irma Serrano, la Sonora Santanera, Lucho Navarro, Jesús Martínez Palillo y todas las estrellas del espectáculo de México y Latinoamérica. Infatigable, inquieta, curiosa, Margo produjo obras teatrales y con Armando Cuspinera, impulsó la reapertura el Teatro de las Vizcaínas, “cuyo listón cortaron María Félix y Manolo Fábregas”. Tuvo uno de sus éxitos más espectaculares y fugaces (de solo seis meses, por diferencias con el dueño del cabaret, quien resultó un hampón) con el King Kong, en la calle de Mina, a un costado del Blanquita. Creó el Salón Margo, en la colonia Del Valle, que había sido el salón de fiestas Maxim’s y en la actualidad es La Maraka. Y nunca dejó de estar activa y atenta a lo que sucedía en el país.

“Con Carlos Monsiváis y Margo Su —dice Iván Restrepo— disfruté durante tres décadas una época del México que desapareció con la modernidad sin freno […]. Si escribo para recordarla con cariño y admiración es también para decirle a las autoridades que hoy enarbolan como bandera la cultura popular la deuda que tienen con quien fue una de sus artífices señeras a través del mundo del espectáculo”.

Tiene razón, pero no solo las autoridades sino todos tenemos una deuda impagable con Margo Su, auténtica leyenda de la cultura popular.


* San Juan de Letrán iba de José María Izazaga a Madero; de Madero de Tacuba se llamaba Juan Ruiz de Alarcón y de Tacuba a Garibaldi, Aquiles Serdán.

AQ

  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.