¿Por qué como sociedad dejamos que algunos libros caigan en el olvido? En principio, la respuesta pareciera lógica: es imposible recordar todos los libros y a sus respectivos autores. Sin embargo, en realidad el ‘‘olvido literario’’ es un fenómeno sumamente complejo, cuya explicación depende de muchos factores. Pierre Bourdieu, en Las reglas del arte, intentó explicar el por qué de la popularidad de unos textos sobre otros al proponer, con su teoría del “campo literario”, razones que van más allá de la calidad literaria y residen en aspectos de corte sociológico. Desde su perspectiva, existen distintos elementos externos al texto que determinan la posición que una obra literaria ocupa en el campo literario, como la figura pública del autor, las diversas instituciones que giran alrededor de la producción literaria y la percepción que la crítica literaria misma crea de las obras publicadas.
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No obstante, un factor en el que el sociólogo francés no ahondó es en la misoginia cultural de países como el nuestro, la cual ha ocasionado, a lo largo de los años, que la literatura escrita por mujeres se vea relegada a un segundo plano, a la espera del olvido. Ejemplo de ello es que por más de dos décadas no se publicaron los libros de María Elvira Bermúdez (Durango 1916-CdMx 1988), quien fuera la primera escritora policial en México. A pesar de ser considerada “La madrina de la novela policíaca mexicana” (por el II Encuentro Internacional de Autores de la Novela Policial en 1987) y la “Agatha Christie mexicana” (sobrenombre otorgado por el polígrafo Marco Antonio Campos), los lectores que no pudimos conseguir las ediciones de los años ochenta del Fondo de Cultura Económica, tuvimos que esperar hasta 2021 para poder leerla.
En ese año, Vindictas, un proyecto editorial de la UNAM que tiene como objetivo “poner en circulación novelas escritas en español por mujeres y no editadas al menos desde hace 20 años”, reeditó la novela Diferentes razones tiene la muerte (1953). La obra es de tipo cuarto cerrado, ese escenario en donde solo las personas que se encuentran dentro de un espacio cerrado pueden ser los culpables, siendo el lugar de los hechos una opulenta quinta en Coyoacán. Es ahí donde ocurre una serie de asesinatos entre los invitados de Georgina Llorente, sin que exista una razón aparente que los explique. En este contexto aparece el detective aficionado Armando H. Zozaya, quien es el encargado de desentrañar el misterio. Un elemento resaltable de la obra es el móvil de los asesinatos, pues se explora por primera vez en la literatura mexicana la misoginia como motivo criminal, cuando Zozaya comenta sobre un personaje: “Su machismo pudo contribuir con los otros factores a convertirlo en un delincuente” (p.153).
Por otro lado, si bien es encomiable que se haya rescatado la figura del detective Zozaya, las letras mexicanas aún tienen una deuda con uno de los personajes más interesantes de la literatura de María Elvira Bermúdez: María Elena Morán, la primera detective latinoamericana.
Morán aparece en solo en tres relatos de Bermúdez, incluidos en Cuentos presuntamente completos I y II (Instituto de Cultura del Estado de Durango, 2013). Cabe destacar que no es sencillo acceder a estas ediciones, pues para conseguirlas es necesario llenar una solicitud especial dirigida a dicho instituto, que procede a entregar los volúmenes de forma gratuita. Esto habla de la escasa circulación de los relatos que involucran a la detective Morán y puede servir para explicar el desconocimiento general de su figura en el ámbito literario nacional.
La primera aparición de Morán fue en 1984, en “Detente, sombra” (Dirección de Difusión Cultural de la UAM, colección Molinos de Viento, Núm. 36). El título refiere al verso de Sor Juana: “Detente, sombra de mi bien esquivo”. El misterio del caso radica en saber quién asesinó a América Fernández, política y crítica literaria. La sospecha recae en personajes femeninos: algunas políticas, otras escritoras que han sido destrozadas por la pluma de Fernández en cada obra publicada. Oralia Vargas, excompañera de la escuela y abogada defensora de la principal sospechosa (que ya se encuentra detenida), acude a María Elena Morán para que le ayude a probar la inocencia de su cliente. Morán, además de ama de casa y esposa del político Bruno Morán, es amante de las historias policiales (reales o ficticias) y detective aficionada. Si bien al principio rechaza el llamado a la aventura, Vargas termina por convencerla al recordarle que ya ha resuelto un caso en Chihuahua y dos en la capital, donde ambas se encuentran. María Elena decide sumergirse en un mundo que es, al mismo tiempo, femenino y violento para encontrar no solo a la asesina, sino también las razones detrás de la ejecución.
En el siguiente libro de relatos de Bermúdez, Muerte a la zaga (1985 en Premià, La Red de Jonás, Núm. 27 y 1986 en la Colección de Lecturas Mexicanas de la SEP y FCE, 2a. Serie, Núm. 31.), María Elena Morán tuvo sus últimas dos apariciones. Primero en el cuento “Las cosas hablan”, donde gracias al acomodo de objetos en una habitación de huéspedes logra mandar un mensaje a su esposo del peligro que los acecha. Después, reaparece en el texto titulado “Precisamente ante sus ojos”, reescritura de “La carta robada” (1844) de Edgar Allan Poe, donde uno de los personajes conoce el cuento del célebre autor estadunidense y trata de esconder un manuscrito importantísimo para la historia de México a la vista de todos.
El comentario más repetido sobre la relación entre María Elvira Bermúdez y María Elena Morán es que se trata de un alter ego (Jesús Alvarado en el estudio preliminar de sus cuentos y Eugenia Flores en Vanguardia). Las razones son las coincidencias en los nombres, consumo compulsivo de narrativas policiacas, tener como pasatiempo resolver crímenes y un amplio conocimiento en materia de Derecho, pues la escritora duranguense fue una de las primeras mujeres egresadas de la UNAM en esa disciplina. Asimismo, fue miembro fundador de la revista pionera Selecciones Policiacas y de Misterio, donde no solo fue editora, sino también autora al publicar 11 cuentos (de acuerdo con Gabriela Orozco Hidalgo en su tesis sobre dicha revista). Además de escritora, fue abogada litigante, defensora del derecho femenino al voto y de las clases bajas, así como crítica literaria. Es por todo este cúmulo de experiencias que en su obra se encuentra una de las primeras representaciones de la violencia mexicana bajo una perspectiva de género adelantada para su tiempo, pues su personaje María Elena Morán es, además de esposa y ama de casa, una experta y aficionada al mismo tiempo, pues al estar dentro de un universo narrativo que mimetiza el México de su tiempo, se encuentra imposibilitada de ser una detective al modo masculino: como un oficio remunerado y respetado. Es aquí donde ocurre la recuperación y rescritura de los espacios socializados como femeninos (los cafés literarios, las sociedades de mujeres o el espacio doméstico) donde el personaje femenino ya no se encuentra reducido a su condición de mujer y víctima, pues es detective, por lo que se reivindica la razón y la lógica desde una perspectiva femenina; pero también es asesina, rechazando así el esencialismo de la mujer como un ser dócil, frágil e inmaculado. Se trata entonces de un antecedente de los personajes femeninos a los que estamos tan acostumbrados en la actualidad, pero resolviendo crímenes en el México de los ochenta. El ser pioneras les ha costado, tanto a Bermúdez como a Morán, el haber sido olvidadas durante tantas décadas. Pero es vital recordar que, como sostiene Pierre Nora en Los lugares de la memoria, la relación entre el olvido y la memoria es una negociación constante, donde la sociedad siempre puede inclinar la balanza hacia cualquiera de estos lados.
AQ