Es probable que, mientras leen estas líneas, tengan cerca un ejemplar de Cien años de soledad. Cuando puedan, abran el libro y lean la dedicatoria de la portadilla: “Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío”. Si Gabriel García Márquez decidió elegir a esta pareja como “los destinatarios” de su obra maestra fue porque, mientras la escribía, ellos iban con mucha frecuencia a visitarlo y escuchaban, maravillados, los avances de la novela. Bueno, en realidad Gabo les contaba una serie de versiones distintas a la historia que al final quedaría impresa y le daría fama mundial, “porque si no espantaba a los duendes”, se justificó varios años después. No obstante, ese par de amigos, dijo también, escuchaban sus relatos improvisados “como señales de la Divina Providencia. Así que nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro”.
Ascot y Elío eran dos de los muchos exiliados que recalaron en México después del estallido de la Guerra Civil española. A ambos los unía la pasión por la literatura y por el cine. María Luisa Elío, además, estudió actuación con Seki Sano, otro refugiado, que revolucionó el teatro en México. Por su talento y hermosura pudo haber sido una deslumbrante estrella de cine, pero no le dio la gana. O tal vez no se animó porque batallaba demasiado para dominar sus vértigos y la nostalgia por la tierra y el modo de vida de su infancia. Ella y su familia habían salido de Pamplona (Navarra), escapando de la represión franquista y ese acontecimiento le torció la vida.
En 2007, este suplemento le dedicó un número especial al creador de Macondo por su cumpleaños número 80 y a mí me tocó entrevistarla. Una tarde me esperó en la sala de su casa, con su cara de luna (“porque tomo cortisona”, me aclaró), sus ojos verdes como aceitunas, que electrizaban todo lo que miraba, y su boca carmesí para expresar una ristra de recuerdos. Sola, adolorida, pero guapa y elegante, se desplazaba por su casa con ayuda de un andador. ¿Qué representa para usted la soledad?, le pregunté casi al final de la charla. “La vida misma”, me respondió al instante. “Hace poco tuve un accidente fuerte. Se me cayó un mueble encima y estuve 10 horas debajo de él. Llegó mi cuidadora y me llevaron a un sanatorio y allí me morí. O eso creyeron todos. Yo sólo sentí una soledad total, perfecta. Vivo sola y hablo conmigo misma. Gabo tiene razón: estamos condenados a la soledad. Lees mi libro Tiempo de llorar y notas que está lleno de soledad y que, al escribir, trato de quitar y no de poner. Porque me parece que das más quitando que poniendo”.
Ese libro —valiente, minimalista, emotivo, tan bello como desgarrador— acaba de ser publicado en España por la editorial sevillana Renacimiento. Al texto lo acompañan un apéndice gráfico, con imágenes personales, cedidas por su hijo, el editor Diego García Elío, y el guión cinematográfico de En el balcón vacío, la única película que el exilio republicano realizó sobre sí mismo, escrita y protagonizada por la propia María Luisa Elío y dirigida por su esposo. La Universidad de La Rioja acaba de reeditar, además, María Luisa Elío: la vida como nostalgia y exilio, una biografía y análisis de su obra, firmada por el investigador Eduardo Mateo Gambarte.
Me ha emocionado mucho tener en mis manos este par de libros. No sólo porque de inmediato me vino a la mente la imagen de aquella mujer guapa y extraordinaria que una vez respondió a mis preguntas, con una generosidad desmedida, sobre el destierro, la enajenación, la locura y la muerte (y un montón de detalles sobre su estrecha amistad con el Nobel colombiano), sino porque se nota que el equipo de Renacimiento se dio cuenta desde el principio que había dado con un material valiosísimo. Y publicar, por primera vez, el guión de En el balcón vacío es el mejor homenaje para la autora, fallecida en 2009, y para toda una generación de hombres y mujeres que se vieron forzados a abandonar su país de origen para aprender a (sobre)vivir en otro.
Todavía no he dicho que esta nueva edición española de Tiempo de llorar también tiene un prólogo de la catedrática y escritora Soledad Fox Maura, en donde define a María Luisa Elío como “la voz de alguien” y articula de manera certera lo que representa: “Es una voz inolvidable, arrolladora, sorprendentemente sencilla y a la vez compleja, abstracta, íntima y personal. Con agallas y belleza. No te cuenta su dolor, lo vives con ella. Cuando la lees, te quedas con la sensación de haber vivido toda una vida a su lado”. No es una exageración. Vayan al libro y compruébenlo.
AQ