Mario Lavista: “Me acerco a la religiosidad a través de la música”

Música

'Réquiem de Tlatelolco', en memoria de los estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968, no sólo pertenece a la tradición de la liturgia cristiana sino que inaugura una ruta inexplorada por la música mexicana.

El compositor mexicano Mario Lavista en 2018, durante una entrevista sobre su en ese entonces recién estrenado 'Réquiem de Tlatelolco'. (UNAM)
Ciudad de México /

Para Mario Lavista, quien falleció el 4 de noviembre a los 78 años, la música formaba parte de la vida, pero —como en el caso de Orfeo— también de la muerte. “Los muertos son capaces de escuchar música”, decía hace tres años, mientras componía Réquiem de Tlatelolco, una de las últimas obras de esta figura esencial de la música contemporánea en México.

“Creo que los muertos son capaces de oír música; la música puede penetrar muy profundamente en el alma del ser humano. Hay una tradición japonesa que dice que los muertos son capaces de escuchar ciertos instrumentos”, me dijo en una entrevista en la Sala Nezahualcóyotl, donde ensayaba su obra comisionada por la UNAM en memoria de los estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas.

“Estoy convencido de que si escucho el Réquiem de Mozart, los muertos lo escuchan de alguna manera. No sé cómo, es una suerte de misterio, pero lo acepto. Entonces, mi Réquiem no sólo está hecho para que lo escuchen los vivos, sino para que pueda penetrar en el mundo de los muertos”, añadió Lavista.

Su Réquiem se estrenó en la Nezahualcóyotl el sábado 8 de diciembre de 2018 y cerró la efeméride del medio siglo, con la Orquesta Filarmónica de la UNAM y el coro de niños de Patricia Morales de la Facultad de Música, bajo la batuta de Ronald Zollman. Fue una de sus últimas composiciones.

Mario Lavista (Ciudad de México, 3 de abril de 1943) sabía que en la música mexicana era “insólito” que alguien compusiera un réquiem, y más sobre el 68. Y fue más allá.

“¿Por qué un coro de niños en un réquiem? No hay réquiems con coros de niños”, le pregunté. “No, no tienen coro de niños. Me pareció que la voz blanca de los niños podría funcionar muy bien con el sonido de la orquesta que quería lograr. Hay una cierta inocencia en la voz de los niños. Era también una cuestión práctica. Ya había trabajado con Patricia Morales, la directora del coro, sabía muy bien que ella es una espléndida música y hace un buen trabajo. Y me dije que era una buena oportunidad para volver a trabajar con su coro, que además es un coro de la Universidad pues pertenece a la Facultad de Música. No conozco algún otro réquiem que tenga un coro de niños, así que me dije: vamos a hacer un réquiem con coro de niños. El coro de niños solo tiene dos registros: los sopranos y los mezzos. Y funciona muy bien”.

Sobre la religión, vinculada a la música, decía: “Siempre he estado interesado en la música religiosa, como oyente y como compositor. Soy un asiduo de la música religiosa de Bach, de Monteverdi, de Mozart, de la tradición medieval y renacentista. Así que me siento muy cercano a la música religiosa. No sé si soy creyente o no. Siempre he tenido una inquietud acerca de la existencia o no de Dios y no he encontrado ninguna respuesta, pero me acerco a la religiosidad a través de la música”.

Sobre su Réquiem, me dijo también: “Se pensó nada más para la Sala Nezahualcóyotl. Pero mi ideal era que fuera en una iglesia. La acústica de una iglesia es ideal para la música religiosa. Y si es en Tlatelolco, maravilloso. Y si es en la iglesia de Santiago Apóstol, más maravilloso”, dijo emocionado.

Sobre el papel de la música y, en especial, de su Réquiem de Tlatelolco ante la matanza del 68, quería que fuera su monumento a los estudiantes asesinados, pero que pudiera interpretarse no solo para ellos, sino para todos los muertos. “Pienso que la música es el vehículo ideal para construir una especie de monumento al 68. Sé que hay monumentos en diferentes lugares, que hay muchos textos, pero por el lenguaje universal de la música, y por el hecho de recuperar esta liturgia tan antigua, aspiraría a que mi Réquiem se considerara un monumento para recordar el asesinato de los estudiantes. El Réquiem de Verdi está dedicado a Alessandro Manzoni, su gran amigo, pero los réquiem no están dirigidos a nadie en particular. Es simplemente un canto para rogarle al Señor que le dé paz a los muertos. El mío trata de recordar el 68 pero en realidad es un Réquiem a los muertos, no a uno en particular”, explicaba Lavista.

La obra dura alrededor de 25 minutos. El maestro debió acortar el texto litúrgico para hacerlo accesible a cualquier público. “Elegí fragmentos: el principio, el Kyrie, cuatro partes del Dies Irae, luego me voy directamente al Agnus Dei y de ahí al final de la obra. Me permití una licencia musical. El réquiem comienza siempre con el réquiem polifónico. Lo que hice al principio y al final fue emplear la secuencia gregoriana, del siglo V o VI. El coro comienza con la secuencia gregoriana y acaba con la misma secuencia, solo que agregué dos trompetas, que tocan el llamado toque de silencio, que tienen todos los ejércitos del mundo para anunciar la muerte de uno de sus miembros. Así que junté el canto gregoriano, religioso, con el toque de silencio, que es secular”, detalló el compositor.

¿Por qué se escucha una marcha militar en el Réquiem? Lavista respondió: “En el Dies Irae utilizo un tambor militar, una alusión a los sonidos del ejército, sin tratar nunca de ser anecdótico, porque la obra no lo es: sigue el lineamiento religioso. No me interesaba hacer una obra panfletaria o que se convirtiera en una especie de proclama política. La música va por otro camino”.

Lavista subrayaba la importancia de que con música se recordara a los muertos del 68. “Me parece fundamental que se recuerde la matanza de Tlatelolco. Es algo que no hay que olvidar, forma parte de la historia trágica de México, y es muy sintomático que haya sido en Tlatelolco, la plaza principal de nuestra historia. Ahí han sucedido casi todos los acontecimientos históricos importantes. Me pareció además un gran acierto de la Universidad que haya encargado un réquiem para recordar a los estudiantes muertos en Tlatelolco. La Universidad tuvo que hacerlo porque no olvidemos que entre las voces más dignas en esa época estaba la del rector Javier Barros Sierra. Todos los órganos de gobierno apoyaron a Díaz Ordaz: los sindicatos, el Congreso, y la voz disidente fue la del rector de la UNAM. Cuando me encargaron la obra, no se sabía muy claramente lo que se quería hacer. Hablando con Jorge Volpi y Fernando Saint Martin, propuse que lo mejor sería hacer un réquiem, y que fuera para voces de niños y participara el coro de niños de la UNAM, utilizando fragmentos del réquiem original, una de las altas formas de la liturgia cristiana. Componer actualmente un réquiem es continuar una tradición que comenzó en la Edad Media. ¿Por qué cristiana? Si tuviera otra religión habría hecho otro réquiem, siguiendo otros lineamientos religiosos. Yo pertenezco, como todos nosotros pertenecemos, a la tradición cristiana”.

​AQ

  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.

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