Antonio Velázquez
Al transitar las calles de la alcaldía Cuauhtémoc es fácil cruzarse con personas en situación de calle realizando malabares con pinos, pelotas ¡y hasta cuchillos! o quizá pintados como payaso intentando hacer reír a los transeúntes, buscando unos pesos “pa’ un taco”: en esquinas, bajo los semáforos, refugiándose de la lluvia, al final de cada gran avenida, se encuentran estos artistas.
Este año la primera Compañía de Circo por la Inclusión Social dio un paso para convertir esta informal manera de sobrevivir en una labor profesional, con su presentación en la XVIII Feria internacional del Libro del Zócalo.
El proyecto Resistencias Colectivas A.C. apuesta por que 15 jóvenes sean un ejemplo para una población que ronda los 1200 casos de personas que viven en la calle, en su mayoría de jóvenes (de acuerdo con el Censo de Poblaciones Callejeras realizado por la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM y la alcaldía Cuauhtémoc) y mostró ante más de mil personas la entereza y el dominio de las técnicas circenses que alcanzaron en seis meses de preparación.
Antes de la presentación, 15 jóvenes nerviosos esperaban tras bambalinas. Desde las ocho comenzaron a montar la escenografía en la carpa principal. Un chico olvidó una base que sujetaba parte de la escenografía; otro, con una hija de 4 años y otra criatura por nacer en unos meses, ese mostraba aún más nervioso por ser su primera presentación. Los más abusados comían una guajolota para sustituir los nervios con maíz dentro del estomago.
¿Qué pensarían? Recordé lo que cuenta uno de los chicos: los días bajo la lluvia en la esquina “malabareando para malcomer”, las veces que casi se los lleva un coche, otras tantas que fueron remitidos por algún déspota oficial de policía y todo el esfuerzo que los ha traído hasta acá, a la Plaza de la Constitución, el Zócalo, en el escenario principal (en honor al Movimiento 68) de uno de los eventos culturales más importantes de la capital.
No crea, lector, que es sencillo o producto del ocio el montarse sobre un monociclo y elevar al aire cuatro o cinco pinos de bolos o montar una escena de un arte tan complejo como es el humor. Se requiere destreza, histrionismo, seguridad y preparación física y mental. Para ello entrenaron seis meses en la Casa de Arte y Cultura para la Vida, ubicada en la colonia Paulino Navarro dentro del callejón San Francisco Tultenco, uno de los focos rojos en la capital.
Ahí se entrenó Misael, joven que se vio obligado a salir de su hogar, rechazado por su orientación sexual. Sobrevivió varios años en la calle contando chistes, vendiendo dulces y pidiendo dinero. Cuando se enteró del proyecto no dudó en integrarse a lo que se convertiría en su nuevo hogar, y ahí aprendió de Gabriel Castillo, premiado cabaretista que brindó su experiencia al proyecto.
Magali Cadena, promotora cultural y artística, está al frente del proyecto Casa de Arte y Cultura para la Vida quien invitó a la RIETS y la ENTS para el estudio realizado por la UNAM, lo que le permitió coordinar esfuerzos multidisciplinarios para incorporar a esta metodología de reinserción a asesores psicológicos, nutricionales, sociólogos y pedagogos que acompañan a los jóvenes durante todo el proyecto, para ayudarlos con sus problemas de adicción, para que generen fortalezas sociales y logren hacer de un arte que aman un trabajo digno. El proyecto comenzó en la alcaldía Cuauhtémoc pero su intención es llevarlo a más zonas de la Ciudad de México donde los niveles de vulnerabilidad son altos.