Maximiliano Barrientos: la voz quemadura

Literatura

El escritor boliviano es una de las voces realmente imprescindibles de la nueva literatura en lengua española.

Maximiliano Barrientos, escritor.
Mauricio Montiel Figueiras
Ciudad de México /

Fue gracias a su primera novela que descubrí con asombro al escritor boliviano Maximiliano Barrientos (1979), quien ya tiene una trayectoria reconocida en el abigarrado panorama de la literatura hispanoamericana actual. Libro con una fuerte y benéfica influencia cinematográfica, Hoteles (2007/2011) evidencia un estilo depurado que apuesta por la desnudez narrativa —desnudez presente desde Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer (2006/2011), la impecable colección de cuentos que marcó el debut del autor— para conseguir un efecto de intensidad poética y que en este caso se pone al servicio de una inquietante historia de personajes nómadas, tránsfugas del orden establecido, que se mueven por paisajes que a la vez que homenajean la estética de la desaparición tipificada por Paul Virilio y patentada por la road movie sirven para apuntalar un estudio del desarraigo latinoamericano y el exilio metafísico. El triángulo familiar disfuncional integrado por Tero y Abigail, dos actores de películas pornográficas que deciden renunciar a su oficio en pos de una pretendida normalidad de pareja, y Andrea, la pequeña hija de Abigail, es capturado por la cámara de un documentalista sin nombre que va entrelazando su propio recuento de una existencia sentimental condenada al engaño y el fracaso. Con trazos que fungen como imágenes de un filme que el lector debe ir armando en su cuarto de edición mental, Barrientos compone un relato de tono sutilmente elegiaco sobre la fantasmagoría que caracteriza la vida en los márgenes de la sociedad y también sobre la desolación que acecha en todos esos no-lugares tipificados y examinados de modo tan brillante por el antropólogo francés Marc Augé en su libro ya clásico publicado en 1992. Oda al anonimato y a la disolución de la identidad que se perfila como una de las mayores tentaciones contemporáneas, meditación en torno de los espacios abiertos como bastiones de libertad peligrosamente ilimitada, Hoteles constituye una lectura estimulante porque, entre otras cosas, ayuda a recuperar el contacto gozoso con el aire que irrumpe por las ventanillas de automóviles conducidos a alta velocidad por carreteras que se extienden hasta un horizonte inalcanzable.

La espléndida segunda novela de Barrientos refrendó mi convencimiento de que la suya es una de las voces realmente imprescindibles de la nueva literatura en lengua española: una verdadera voz que madura y a la vez una voz quemadura, para acudir al célebre poema de Xavier Villaurrutia. Inscrita con honores en la tradición narrativa del retorno al hogar que fue instaurada por la Odisea y ha conocido diversas manifestaciones y transformaciones a lo largo de la historia, La desaparición del paisaje (2015) cuenta a través de la voz melancólica —aunque quema dura— de Vitor Flanagan, un boliviano autoexiliado en Estados Unidos, el regreso a una Santa Cruz natal varios años después de la muerte del padre para enfrentar a los fantasmas que se resisten a descansar y continúan rondando, ansiosos por reinstalar el pasado a la menor provocación. Miembro de una estirpe devota del alcohol que no puede desoír el llamado de la sangre irlandesa que corre por sus venas, Flanagan es el héroe quebrantado por excelencia que debe asumir las responsabilidades estipuladas de manera implícita por el destierro y la supervivencia al tiempo que se ve arrastrado sin remedio al centro del tenso triángulo femenino integrado por Fabia, su hermana menor carcomida por el rencor; María, la mujer que se hizo cargo de su padre luego del fallecimiento prematuro de su madre, y Laura, su novia de juventud con quien renueva una relación signada por la sombra del adulterio. Atravesada por episodios impactantes —la golpiza al violador de una compañera de escuela, el accidente automovilístico ocurrido en una carretera desierta y lluviosa, el avistamiento de un misterioso objeto luminoso en el cielo del amanecer que se vuelve esencial en la compleja relación padre-hijo—, La desaparición del paisaje destila desencanto, impotencia y rabia aunque también una belleza sobrecogedora al momento de describir los distintos estadios del fracaso y la búsqueda de una redención que se antoja imposible. Una obra feroz e importante.

La tercera novela de Barrientos es una de las que más me han impactado en el territorio de la literatura hispanoamericana contemporánea, que me dedico a recorrer desde hace un tiempo para darme una idea más clara de lo que están produciendo las nuevas generaciones y no dejarme llevar por el excesivo ruido mediático que rodea a ciertos nombres en los que no encuentro, para ser sincero, el entrenado músculo narrativo que despliega este autor en sus libros. Distopía bestial y macabra cruzada de punta a punta por una violencia que produce escalofríos, En el cuerpo una voz (2017) imagina una Bolivia posterior al gobierno de Evo Morales que una cruenta guerra civil ha dividido en pequeñas comunas y fragmentado irremisiblemente en dos hemisferios, la Nación Andina y la Nación Camba, en pugna permanente por sobrevivir en medio de la barbarie y el caos político y social. Fruto de esa fragmentación es el surgimiento de figuras monstruosas como El General, una fuerza destructiva de la naturaleza proclive a la crucifixión y el canibalismo que recuerda al tenebroso Juez Holden de Meridiano de sangre (1985), la obra maestra de Cormac McCarthy, y de cuyos esbirros huyen dos hermanos que echan a andar un estremecedor mecanismo literario en el que campean el delirio, la demencia y la desolación y que plantea un descenso trepidante a las catacumbas del horror y la maldad donde el ser humano se traslada a las tinieblas de la inhumanidad. Hábil para urdir varias de las escenas más espeluznantes con que me he enfrentado en años recientes, Barrientos recurre al gore, el thriller y aun la weird fiction en una travesía pesadillesca animada por la sed de venganza y por una pregunta diabólicamente perturbadora: ¿de quién es la voz quemadura que se posesiona de nosotros cuando nos sentimos transportados al lado oscuro, ese que nos autoriza a dar rienda suelta a los peores y más abrasadores instintos?

“Ya no era la voz de mi hermano, era ese ruido que había escuchado hacía un momento, antes de que se convirtiera en las voces de los muertos. Remoto, existía antes que todo, brotaba de la velocidad en su estado más puro. Podía verlo, indistinguible de esa luminiscencia azul.” Quien habla así es Federico, una de las múltiples voces narrativas que resuenan y se entretejen con pericia en los caminos fascinantemente tortuosos por los que avanza la trama demencial de Miles de ojos (2021), la novela más reciente de Barrientos, obra coral por excelencia que sobresale en la actual producción en lengua española por los atrevimientos argumentales que se toma y de los que sale invicta, arrojando un fulgor desafiante e incómodo en un momento en que la ficción latinoamericana se rige más bien por las reglas del mercado y por ende por lo políticamente correcto. Bólido de obvia filiación ballardiana lanzado al corazón de las distopías apocalípticas, Miles de ojos concibe un orbe en deuda con el ciberpunk aunque afianzado con firmeza en territorio boliviano —la Santa Cruz natal del autor reaparece en calidad de cuna de una juventud entregada a los ritos desaforados del black metal— donde la adicción a la celeridad y al desenfreno automovilístico y las mutaciones entre lo humano y lo maquinal llegan al extremo, y donde la ciencia ficción y la weird fiction celebran unas bodas tan extravagantes y salvajes como los híbridos orgánicos/inorgánicos que pueblan un paisaje alucinante forjado en la fragua de una violencia sin cortapisas en el que se detecta la influencia lo mismo del diseñador de videojuegos japonés Hidetaka Miyazaki que del escritor estadunidense Jeff VanderMeer y su Trilogía Southern Reach (2014), ambos reconocidos en la dedicatoria y los epígrafes del libro. “La violencia también puede ser bella, o al menos, algunos de sus efectos […] [Se] creó una nueva belleza. [Se] hizo de la monstruosidad una forma de belleza”, afirma otra de las voces quemaduras que surcan las páginas incendiarias de Miles de ojos, y en esa declaración de principios se cifra la apuesta arriesgada de Maximiliano Barrientos por un futuro en el que la literatura se deje la piel en medio no de fuegos artificiales sino de hogueras perdurables.

AQ

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