¿A quién le importan los migrantes?

Entrevista

“México es un estrangulador del sur", dice el periodista Óscar Martínez, editor de investigaciones especiales de El Faro, primer diario digital de América Latina.

Migrantes hondureños cerca del río Suchiate, a la espera de cruzar a México (Foto: Héctor Tellez | MILENIO)
Guadalupe Alonso Coratella
Ciudad de México /

En el libro Salvar vidas en el Mediterráneo. Un planfleto íntimo contra el racismo, el escritor italiano Sandro Veronesi hace un llamado entre sus colegas a “jugarse el cuerpo”, a plantarse del lado de las víctimas que cruzan el mar en busca de refugio, ir ahí donde ocurre la tragedia y quedarse. Porque el cuerpo es el medio de lucha más extremo que existe en la tradición de la no violencia. “De lo que hablamos”, dice, “no es de esa política hostil a la acogida que es hoy común a todos los países del mundo. De lo que hablamos es de la diferencia entre la vida y la muerte”.

Desde la perspectiva del periodista salvadoreño Óscar Martínez, la única manera de incidir en la conciencia de una sociedad y sensibilizarla frente al problema de la migración es ir al terreno. En Los migrantes que no importan, Óscar Martínez va al centro de la tragedia, se juega el cuerpo del lado de las víctimas para describir, a través de estas voces, el drama de los migrantes cuya única opción es atravesar ese México donde la violencia es lo cotidiano.

Hace unos meses, en un discurso ante la Organización de las Naciones Unidas, el canciller mexicano Marcelo Ebrard llamó a la comunidad internacional a dar la batalla en contra de la supremacía blanca a fin de evitar que siga expandiéndose. Esta declaración se contrapone al discurso racista y xenófobo de Donald Trump, pero atañe también a una sociedad en la que se ha generalizado el rechazo y la violencia hacia quienes cruzan fronteras en busca de refugio. “Trump no es un hombre solo gritando en un desierto”, afirma Óscar Martínez, “hay mucha gente que piensa así. No quiere más migrantes, detesta que la población cambie y cree que todos son criminales. Estados Unidos es el gran país que ha recibido a migrantes de diferentes países durante decenas de años, pero también es el gran país del odio hacia los migrantes.

—Ante esto, ¿cómo ha cambiado el fenómeno de la migración?

Existen muchas más dificultades. Trump ha logrado con éxito convertir a México en el gran muro del sur. También ha logrado que los migrantes vuelvan a la clandestinidad, que aquella ilusión, aquel espejismo de cuando las caravanas empezaron a entrar, de que en México habría una acogida masiva de migrantes, que se iban a dar visas humanitarias de manera regular y expedita, se disipó. Trump logró soterrar esa forma de migración que evitaba que tanta gente fuera asaltada y violada.

—A esto habría que sumar la presencia del crimen organizado.

Recuerdo los secuestros masivos perpetrados por los Zetas, las cuotas del cartel de Sinaloa, 500 dólares por transitar 100 kilómetros de brecha de tierra; los migrantes que son secuestrados y obligados a ser burreros en la frontera norte para transportar kilos de marihuana, y las cuotas que se establecen a lo largo de la frontera. Claro, la migración centroamericana recorre el mapa del peor México, aquel donde el Estado permitió que el crimen organizado lo sustituyera y, en esa sustitución, hicieron una simbiosis. El mapa de la migración centroamericana e indocumentada a través de México es uno de los mapas al que tendría que prestarse mucha atención en términos de seguridad, porque la migración mexicana no transita por las grandes capitales; transita por pueblos, ejidos, por lugares que están al margen, lejos de la vista de todos.

—Ante la violencia e inseguridad que enfrentan, estos migrantes encontraron que organizarse en caravanas no era sólo una forma de hacerse presentes, sino de arroparse unos a otros. Acaso también como una forma de reafirmarse como sujetos políticos, de protestar y exigir sus derechos.

Cuando esa gente ha migrado sola o en pequeños grupos, han sido violados, asaltados, golpeados, secuestrados. Las caravanas no vivieron eso. Caminar en masa, migrar en multitud, tuvo sentido, el sentido de sufrir menos, y lo lograron. Es cierto, los migrantes entendieron el impacto político de las caravanas. Entendieron que estaban haciendo algo de cara a una nación y al mundo. Había un mensaje político entre ellos. Recuerdo cómo, al inicio de las caravanas, corrió el rumor de que George Soros o Donald Trump o incluso los enemigos del presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, las habían financiado. Pero no existió ninguna prueba de ello. Era sólo un acto de desprecio, de pensar que la gente pobre no puede organizarse sin que alguien la mueva, que no es capaz de hacer algo tan notorio como las caravanas.

"Limpia México", se lee en un bote detrás de un migrante custodiado por autoridades mexicanas. (Foto: Héctor Tellez | MILENIO)

—¿Este fenómeno ha marcado la historia de la relación bilateral entre México y Estados Unidos frente a la política migratoria en Centroamérica?

Estados Unidos es muy cínico como administración gubernamental. No reconoce que en gran medida esa migración y esas condiciones que se viven en Centroamérica son culpa de su gobierno. Durante años, financió en El Salvador a un ejército asesino que peleó una guerra de la que miles de personas huyeron a refugiarse en Estados Unidos. Luego, Estados Unidos deportó a las pandillas a un país que estaba reconstruyéndose de una guerra que financió. Es decir, Estados Unidos contribuyó a construir ese deforme muñeco que son las sociedades centroamericanas.

—¿Qué opinión te merece la respuesta de México?

Me sorprende cómo México recibe bofetada tras bofetada. En la frontera norte están construyendo un muro; siguen insistiendo en la política show, cuando en realidad tienen que pagar por el muro. El gobierno mexicano no tiene una política migratoria, reaccionó porque Trump quiso poner un impuesto. No nos engañemos. No es que hubieran planificado esto de manera ordenada desde un despacho. Nunca pensaron seriamente en la migración, o al menos eso han demostrado. El presidente declaró que México será un país de acogida y refugio; hoy es un país represivo con los migrantes. Todas las señales apuntaban a que este gobierno sería diferente. Me sorprende que no lo haya sido.

—¿Estamos estrangulando a Centroamérica?

Con la primera caravana, en 2019, México adoptó una postura que generó mucho dolor. Los bolsones desesperados de los migrantes que se apiñan en Tenosique, en la Mesilla, en Tapachula, son enormes. Es gente que no sigue avanzando porque sabe que tiene sólo dos opciones: ser detenidos más adelante y perder toda posibilidad de hacer un proceso de refugio o migrar en lo oculto. Y ya saben lo que cuesta, lo que se sufre haciendo ese camino. Tarde o temprano van a empezar a hacerlo otra vez de manera masiva. A ver qué ocurre, pero México ha tomado una postura no solidaria, ha sido un estrangulador del sur.

—Más allá de las declaraciones y procesos oficiales, habría que considerar la reacción de la sociedad mexicana que, al igual que en otros países, se pregunta por qué acoger a los migrantes cuando este país tampoco está exento de violencia y pobreza.

Los migrantes lo han demostrado: aquí han encontrado lugares para desarrollar su vida. La violencia en países como El Salvador es mucho más avasallante que en México. La tasa de homicidios en México nunca ha tenido, en este siglo, la que tiene El Salvador. Durante tres años recorrí esos sitios donde la vida en México era asfixiante por la violencia, pero aun así los migrantes encontraron lugares, municipios, huecos donde reconstruir sus vidas. Eso es así. No se le puede decir hacia dónde huir a alguien que huye. Lo único que se puede hacer es intentar ayudarle en esa huida. Si la gente decide venir a México y los convenios internacionales así lo indican, es una obligación del Estado hacerlo. Y sí, cada vez noto más a un México que repele a la migración.

Una de las cuestiones importantes es entender de qué realidades huyen y cómo huyen esas decenas de miles de personas que cruzan México. La clave para combatir las narrativas de este tipo es entendiendo y explicando. Para explicar hay que ir al terreno. Entender implica permanecer y eso tiene que ver con dos cosas: la voluntad de hacer investigaciones largas por parte de los periodistas y la voluntad de los medios de financiarlas. No se puede entender la producción de noticias como la producción de pizzas, que en media hora deben estar hechas y entregadas. Por lo general, los medios en México quieren entender la migración desde las conferencias de prensa del Instituto Nacional de Migración, y por ahí nunca ha pasado un migrante.

—¿Cuál ha sido la postura de El Faro en cuanto a cambiar las narrativas sobre los efectos negativos de la migración?

Intentamos contar con profundidad. La diferencia entre saber y no saber es lo que genera una posición política en aquel que sabe. El que no sabe no tiene que optar. Esa ya es una decisión política. En El Faro seguimos invirtiendo en materiales de profundidad, en el terreno, negándonos a reconocer que hay territorios que no se pueden contar, asumiendo que sí es posible contar, que sí es posible entrar, permanecer, y que es necesario ir. Y poniendo cada vez más candados para nosotros mismos, para que el periodismo esté más corroborado, sea más ético y no se tomen posturas facilistas. Vivimos en sociedades cínicas, casi a nadie le importa casi nada. Nos queda intentar hacer el trabajo lo mejor que podamos. Como decía Martín Caparrós, tengo la fórmula para nunca meter un gol: no jugar. No tengo la fórmula para meter goles, pero sé que tengo que estar dentro de la cancha y es lo que seguimos haciendo. No es fácil meter un gol, no es fácil hacer que la sociedad reaccione, son tiempos de un cinismo enorme. Mucha gente ve la tragedia como algo normal, como algo que pasa. Al día siguiente lee una noticia sobre Thalía y la vida continúa.

—¿Las nuevas tecnologías han abonado a ese cinismo?

No creo que un aparatito nos cambie, sólo nos facilita ser como queremos ser: banales, desinteresados. La roca de la empatía está ahí, sólida, cada vez más difícil de penetrar. Lo único que queda es hacer mejor periodismo, porque con un periodismo barato no vas a penetrar esa roca, no vas a romper ese cerco con un periodismo bajero, de oficina. Mucho se habla de conmover. ¿Quiere conmover? Vaya al terreno, permanezca ahí, entienda antes de hacer el intento de explicar. Es muy difícil. Quien no asuma que delante tiene una sociedad cínica y crea que con titulares lacrimógenos y con ir media hora a las vías del tren va a lograr algo, está completamente engañado. Eso sí: va a lograr muchos likes.

ÁSS

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