Mi cuerpo y yo | Primera parte

Ensayo

En nosotros, el cuerpo suele quedar rezagado y a la deriva, pues además funciona en forma autónoma de la voluntad y los pensamientos. El infeliz resultado suele ser entonces un abandono y una falta de conciencia sobre el organismo.

El cuerpo es nuestro compañero fiel y dedicado; tratémoslo amorosamente. (Unsplash)
Guillermo Levine
Ciudad de México /

¿Cómo está eso? ¿No habíamos quedado en que la mente y el cuerpo son dos aspectos de la misma realidad personal y son indivisibles? Entonces este nuestro título no puede estar bien: en filosofía, el dualismo cartesiano quedó superado ya hace siglos, y las bellas, ligeras (e iletradas) tendencias New Age nos muestran que para nuestra naturaleza se aplica aquello de la canción de Timbiriche: “Tú y yo somos uno mismo”, por lo que tal vez habría que repensar el título.

El asunto quedará en principio resuelto cuando nos referimos al papel unificador de la conciencia en el ser humano, y de allí partiremos, ignorando convenientemente las dificultades planteadas por la presencia de los animales superiores carentes de lenguaje, pero a la vez maestros insuperables en el arte de la vida.

En nosotros, debido al imperceptible dominio del lenguaje sobre la existencia, el cuerpo suele quedar rezagado y a la deriva, pues además funciona en forma autónoma de la voluntad y los pensamientos. El infeliz resultado suele ser entonces un abandono y una falta de perceptibilidad de la conciencia sobre el organismo, y muchas veces la sensibilidad solo se despierta cuando surgen problemas, dolores o incomodidades físicas. Como resulta fácil comprender, nada de esto abona a nuestro bienestar.

Así, lo “normal” es que establezcamos con nuestro cuerpo una relación distante y ligera; oportunista y más bien basada en factores estéticos y de apariencia, que básicamente solo esconden —en forma activa, eso sí— un profundo desconocimiento y hasta lo que bien podría llamarse una falta de respeto, pues dejamos pasar oportunidades de actuar en forma directa sobre nuestro organismo, antes de vernos forzados a hacerlo por penosas razones médicas. El cuerpo es nuestro compañero fiel y dedicado; tratémoslo amorosamente.

A continuación examinaremos algunas de las áreas sobre las que con cierta facilidad —y un poco de empeño— podremos intervenir, y sobre todas ellas intentaremos mostrar una perspectiva, digamos, “metafísica”, porque los aspectos operativos pueden tratarse en otros lugares.

Indagando un tanto en la dimensión filosófica del tema me topé de frente con el libro Conjunciones y disyunciones, de Octavio Paz, una embrolladísima exploración de 180 páginas sobre lo que llama cuerpo y no-cuerpo como signos para indicar la relación alma/cuerpo o espíritu/naturaleza, dando lugar a una muy extensa y ciertamente sobre intelectualizada “pluralidad de significados común a todos los hombres y a todas las sociedades... capaz de llegar a constituir tanto una teoría de la cultura como de la naturaleza humana” (pp. 52-53), e ilustrado además con representaciones artísticas emanadas de diversas civilizaciones de la India, en donde había sido embajador. La cosa se sigue complicando porque luego vienen comparaciones con la antigua cultura china y con el cristianismo, para desembocar en la rebelión juvenil de los años sesenta, todo como parte de una inacabable búsqueda de la conjunción entre las realidades corporal y espiritual.

Desde un punto de vista científico, cuidando de no caer en extremos reduccionistas que básicamente examinan partes en forma aislada, un acercamiento orgánico y fisiológico a la vida íntima del cuerpo revela una elaborada y compleja matriz de interconexiones entre los diversos órganos y sus tejidos que funciona a partir de los (micro) niveles de operación y distribución de cargas eléctricas en las células. Todo está gobernado por la “inteligencia orgánica” del sistema nervioso, en una especie de concierto vital conocido como homeostasis, así que lo más conveniente sería igualmente tratarlo y percibirlo de manera integral.

A cambio de no ser ningún especialista en el tema, propongo acercarnos a la relación con nuestro cuerpo mediante una especie de círculos concéntricos de áreas de entendimiento, como a continuación iniciaré a exponer.

Primer caso de estudio: la respiración

Los humanos podemos estar sin comer más de algunos días; aguantamos no tomar agua durante algunos pocos días, pero es imposible dejar de respirar más de solo cuatro o cinco minutos, y lo mismo sucede con casi todos los demás animales superiores. Tan simple y contundente hecho debería decirnos algo más: la calidad de la vida depende de la calidad de la respiración.

“¿Y qué, acaso no respiramos en forma automática? ¿Por qué debería también preocuparme eso?”, tal vez exprese alguien. Ocurre que la respiración es casi el único de nuestros sistemas orgánicos que tiene una “doble vida”, pues funciona tanto en modo autónomo como ligado a la voluntad, y ahí radica su fundamental papel como puente entre los procesos corporales automáticos y la conciencia, y representa por ello una inmejorable oportunidad de exploración interior.

Sucede, además, que normalmente sólo empleamos una pequeña parte de nuestra gran capacidad de respiración. Los pulmones son en realidad como grandes esponjas que también pueden ser movidas a voluntad para aprovechar las ventajas de la llamada “respiración completa” y hacer llegar más oxígeno a la sangre y, por tanto, a todas las células a través de los casi ¡cien mil kilómetros! de venas, arterias y capilares del cuerpo.

Esta respiración, también llamada “diafragmática”, no es nada extraña ni especial, y tan solo consiste en hacernos conscientes de cómo inhalamos y exhalamos, aunque sí tiene una cierta lógica natural que conviene conocer y respetar, en donde el aire sale y entra de los pulmones en forma similar a como lo hace el agua en un vaso: primero se vacía la parte superior y luego la inferior. Al llenarse sucede al revés: el fluido ocupa el recipiente de abajo hacia arriba.

Antes de comenzar debiera expulsarse por completo el aire viciado de los pulmones, pues suele permanecer allí durante mucho tiempo debido a lo incompleto de los movimientos respiratorios y a la equivocada percepción de que parece más importante inspirar que espirar. La realidad es la contraria: la voluntad debería estar puesta en el acto de la expulsión del aire, y entonces la inspiración no será sino la esperada y correspondiente reacción automática y dirigida. La respiración se realiza solo por la nariz y esto es importante pues este casi ignorado órgano se encarga de humedecer, calentar y filtrar el aire antes de permitir su ingreso al sistema pulmonar.

Aunque refiriéndose al acto poético del ritmo y la pronunciación, en el Apéndice 2 de El arco y la lira, también de Octavio Paz, leemos:

“Respirar bien, plena, profundamente, no es solo una práctica de higiene ni un deporte, sino una manera de unirnos al mundo y participar en el ritmo universal. [...] Aspiramos y respiramos el mundo, con el mundo, en un acto que es ejercicio respiratorio, ritmo, imagen y sentido en unidad inseparable. Respirar es un acto poético porque es un acto de comunión” (p. 296).

Aquí no es el lugar para extendernos en las airosas particularidades del tema, pero sí invitamos al amable lector a abundar en los vitales aspectos de la respiración completa en alguno de tantos libros y sitios disponibles en internet, o en esta liga en donde hay información más detallada sobre la limpieza nasal, extraída de un libro que escribí hace unos años. Además, cambiando un poco de tema, la respiración profunda y pausada es también un método clínicamente comprobado para reducir la hipertensión. Por último, en la filosofía y práctica del yoga, la respiración ocupa un lugar primordial, y hablaremos de eso en una próxima ocasión.

Bienvenido a los reinos del oxígeno en la sangre; primero su cuerpo (y luego todo usted) lo agradecerá sentidamente.

Segundo caso de estudio: la cercanía con el suelo

La cultura occidental a la cual pertenecemos se ganó la modernidad gracias a los avances del pensamiento racional, pero en el trayecto perdió muchos puntos de contacto con lo básico, y uno de ellos es el suelo. No podemos darnos el lujo de olvidar algo tan fundamental, y de allí las siguientes reflexiones, a cuyo aspecto “eléctrico” dediqué un artículo previo; aquí exploraremos otros aspectos relativos, de mucha importancia.

Podríamos iniciar recordando que todos los niños se sientan en el suelo y eso debería decirnos algo… hasta que mediante regaños aprenden que el suelo es sucio y “deben” sentarse en sillas.

Los niños vienen preprogramados por cientos de miles de años de evolución para sentarse en el suelo, ir al baño en cuclillas, gatear (cuidado con las andaderas: solo complican su adecuado desarrollo óseo y casi nulifican sus habilidades de navegación espacial —como me sucedió a mí, pues me desoriento a la menor provocación) y, en general, estar cercanos al piso. Los seres humanos somos los únicos primates preparados por la evolución para sostenernos verticalmente y andar todo el tiempo en dos piernas, y para ello disponemos de unos fuertes músculos que dan soporte a la espina dorsal y la mantienen erguida. Ésta es la columna vertebral, de la cual emana la enorme cantidad de canales nerviosos mediante los cuales la presencia del cerebro llega a todo el cuerpo para coordinar hasta los más mínimos detalles, inconscientes y automáticos en su gran mayoría. Sin esa inteligencia orgánica no hay vida.

Esos valiosos músculos dorsales son justo los que quedan prácticamente neutralizados con las sillas, porque entonces ya no tienen mayor función que realizar: no hay casi nada que sostener, pues el respaldo del mueble se encarga de mantener el peso. ¿Cómodo, no? Tal vez, pero el resultado es nuestra creciente dificultad de sostener la espalda recta sin apoyo mientras estamos sentados, debido al conocido dictado: “lo que no se usa se atrofia”.

“¿Y?”, tal vez se dirá, “¿qué con eso?, pues usamos sillas y ya”. Solo que para garantizar el óptimo funcionamiento de la vital comunicación electroquímica entre el cerebro y todo el cuerpo la columna debe conservarse flexible, vertical y firme, lo cual resulta muy difícil sin la ayuda de los músculos atrofiados por los respaldos de las sillas. El precio a pagar por esa debilitante e innecesaria comodidad resultó demasiado alto, porque consiste en renunciar a mantener espaldas fuertes y tendones flexibles, aunque por encima parezcan tener buen tono gracias al gimnasio y los deportes. Además, así también garantizamos tener rígidas las articulaciones de las piernas debido a su mínima utilización.

Es decir, nos estamos auto condenando a padecer todos los signos de quienes se sientan en sillas: músculos y rotores tiesos en las caderas, espalda baja aplanada, abdominales débiles y rodillas crujientes. Otra ventaja de sentarse en el suelo es que levantarse requiere de un cierto esfuerzo, con la correspondiente activación de tendones y articulaciones que de otra forma seguirían disminuidos.

Pero además existe un muy importante e inesperado punto adicional, relativamente fácil de resolver: las desventajas musculares de sentarse en sillas se convierten en peligros para la salud cuando también empleamos la posición sentada para ir al baño. Sucede que la evolución nos preparó (mediante la morfología del intestino grueso) para realizar la vital función de evacuación desde la posición en cuclillas, y no sentados en una silla de porcelana. Dos tercios de la humanidad usan la postura en cuclillas para responder al llamado de la naturaleza; en esas culturas, la apendicitis, la diverticulitis, las hemorroides, la colitis, los trastornos de la próstata y el cáncer de colon son mucho menos frecuentes aunque, claro, la pobreza y la insalubridad se encargan de destruir casi todo lo demás.

En este sitio de internet (en donde hace años me ofrecí como voluntario para traducir del inglés sus más de cien páginas) se explican con lujo de detalles médicos los graves peligros para la salud de sentarse para ir al baño y nos piden regresar a los usos tradicionales de hacerlo en cuclillas, exponiendo los muchísimos porqués, entre los cuales se cuenta una reducción del tan común estreñimiento.

Ojalá los temas aquí tratados —y los aún restantes— nos permitan ver cómo en realidad sí podemos estar extraviados en algunas de las cosas que “siempre” hemos sabido…

Guillermo Levine

fil.tr.int@gmail.com

AQ

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