Mirar animales

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Los animales recuerdan al humano su falibilidad, su mortalidad y, también, su génesis prodigiosamente inexplicable.

Mucho del atractivo entre bestias y humanos persiste y se manifiesta en ciertos momentos. (Foto: Vidar Nordli-Mathisen | Unsplash)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Los animales y el ser humano tienen una añeja y compleja relación de identidad e interdependencia. Varias mitologías conciben una indeterminación original entre las esencias de animales y hombres y no es extraño que, desde Ovidio hasta Kafka, en la imaginación literaria proliferen las más sorprendentes metamorfosis. Una vez que el ser humano abandona el terreno mitológico, se pierde esta afinidad e interlocución con las bestias por lo que los individuos deben aprender de nuevo a comunicarse con esa parte arrancada de su naturaleza. No obstante, sólo algunos magos, santos o artistas tienen la facultad de restituir ese diálogo.

En Por qué miramos a los animales, (Alfaguara, 2023) se recogen diversos textos (ensayos, relatos cortos, poemas) que el crítico de arte, narrador y poeta británico John Berger (1926-2017) dedicó a este tema. Para Berger, desde los albores de la especie humana los animales se volvieron sus estrechos aliados en la lucha por la supervivencia. y su presencia era utilitaria, económica, simbólica y afectiva. Estas vidas paralelas comenzaron a bifurcarse con la industrialización y tienden a separarse definitivamente durante la era digital, que prescinde cada vez más de presencias reales. No obstante, mucho del atractivo entre bestias y humanos persiste y se manifiesta en ciertos momentos, cuando, por ejemplo, una mirada animal nos devuelve a esa remota etapa de vida y lenguaje compartido.

En esas miradas es imposible dejar de identificarse ante emociones entrevistas, como su sentimiento de serenidad, su perplejidad ante el sufrimiento o su miedo a dejar de ser. Porque los animales conectan al ser humano con sus orígenes naturales y. acaso, con lo sobrenatural.

En el ensayo que da título al libro, Berger habla del estatuto cambiante del animal en la existencia humana, de su dualidad entre carnalidad y eternidad que le permite ser, a la vez, sacrificado, engullido y adorado, y de la forma en que los animales han desaparecido del entorno directo para refugiarse en el zoológico o permanecer en el estatuto de servidumbre de las mascotas. Precisamente, el establecimiento de los zoológicos públicos, el auge de juguetes realistas con figura animal, la iconografía de temática animal y la idolatría por las mascotas se consolidan alrededor del siglo XIX, cuando la relación directa entre humanos y otras especies comienza a menguar. En el zoológico, el confinamiento vuelve artificial, casi teatral, la respuesta de los animales y una visita al parque de Basilea sirve para que Berger reflexione sobre la comunicación clausurada con los animales, el parentesco entre el humano y los simios, los enigmas de las teorías creacionistas o evolucionistas y, sobre todo, el misterio inescrutable de la creación.

Los animales recuerdan al humano su falibilidad, su mortalidad y, también, su génesis prodigiosamente inexplicable. Por eso, no sorprende que, al mirarlos, mientras algunos observadores atisban un ojo mudo; otros vislumbran un mensaje divino.

AQ

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