Monte veritá

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El intento de establecer una comuna formada por un grupo de artistas e intelectuales es el reflejo de la utopía que hemos perseguido por décadas.

Monte veritá en los años veinte. (Imagen: ascona-locarno.com)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Hacia el inicio del siglo XX, un grupo de inconformistas europeos, encabezados por el rico heredero belga Henry Oedenkoven y la pianista alemana Ida Hoffmann, compró un terreno en Ascona, Suiza, y formó una comuna naturista denominada Monte Veritá.

En este espacio, se buscaba explorar formas de vida alternativas al convencionalismo burgués y se ensayaban nociones como el vegetarianismo, el feminismo, el amor libre, el nudismo y el neopaganismo. En este espacio, donde se alternaban la sanación física, el experimentalismo estético y la revolución de las costumbres, hicieron un alto diversos artistas, pensadores y diletantes fundamentales de la escena europea.

Aunque pronto los ideales anticapitalistas se matizaron en pos de la supervivencia comercial del proyecto y la inicial comuna se convirtió en un sanatorio de paga, alrededor del Monte se instalaron o participaron, como población flotante, una numerosa galería de reformadores, lunáticos y seres de los márgenes, pertenecientes a diversas ideologías políticas y tendencias artísticas, desde el anarquismo a la teosofía, desde el credo dadaísta a la danza expresionista.

A este espacio se asocian personajes como el asceta errante Gusto Gräser, el escritor Hermann Hesse, el sociólogo Max Weber, el heterodoxo psicoanalista Otto Gross, el ocultista y mago sexual Theodor Reuss, los dadaístas Emmy Hennings y Hugo Ball o los bailarines Mary Wigman y Rudolf von Laban. Más que una comunidad o un grupo homogéneo, Monte Veritá y sus alrededores constituyeron un espacio imantado que atrajo a todo tipo de aventureros del espíritu, seducidos por el paisaje, la paz y la vecindad con otros rebeldes.


El libro Contra la vida establecida. Arte, anarquía, naturismo y contracultura en la Europa de principios del siglo XX de Ulrike Vosswinkel (Sevilla, El paseo Editorial, 2017) hace un recuento de este pintoresco experimento social y sus secuelas, que incluye un fascinante soporte iconográfico. Esta historia que pone énfasis en las complicadas y fascinantes personalidades, así como en los romances y líos de faldas, puede leerse como una animada novela sobre los destinos de colectividades esperanzadas.

Con el proyecto de Monte Veritá, por lo demás, pueden establecerse paralelos con el pasado y el futuro de la utopía estética: desde los esbozos de una comunidad de poetas, la pantisocracia, que planteaban los románticos ingleses pasando por las vanguardias artísticas de las primeras décadas del siglo pasado y los movimientos contraculturales norteamericanos y europeos de los años cuarenta y cincuenta hasta llegar al éxtasis colectivo del 68, cuando la masa de jóvenes clamaba por llevar, de una vez por todas, la imaginación al poder.

En estos proyectos y movimientos los desaforados propósitos son casi siempre los mismos: escapar a la dinámica económica dominante, abolir las distancias entre placer y trabajo y darle a la vida cotidiana un tinte de aventura intelectual, vértigo sexual y epifanía estética.

AQ

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