Muriel Barbery: “Las grandes obras de arte revelan lo invisible”

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La autora de 'La elegancia del erizo' conversa sobre su más reciente novela, su concepción de la belleza y la autenticidad como sello literario.

La escritora francesa Muriel Barbery es también profesora de filosofía. (Foto: Ángel Soto)
Ángel Soto
Ciudad de México /

Muriel Barbery escribe solamente novelas existenciales. “La cuestión de la vida y la muerte —dice— es lo único que me interesa”. De ahí que su literatura esté repleta de seres que moran en territorios limítrofes —geográficos, espirituales o vitales—. Algunos custodian secretos y otros persiguen anhelos que se antojan imposibles. Casi todos deambulan por el mundo con heridas abiertas.

Pero las novelas de Barbery (Casablanca,1969) también están nimbadas de belleza. La concibe como un elemento cardinal de su escritura. “La belleza no es algo decorativo, sino espiritual”, explica. Por eso, sus dos novelas más recientes ocurren en Japón, donde vivió algunos años y del que se enamoró porque “es el país de la devoción completa hacia la belleza”.

En Una rosa sola (Seix Barral, 2021), Rose, una mujer francesa, viaja a Kioto para conocer el testamento de un padre con el que jamás se relacionó. Él, sin embargo, la vio crecer a la distancia sin perder la ilusión de reencontrarse con ella. En su periplo, Rose, que ha alzado una barricada entre ella y su propia existencia, encuentra el sentido más hondo de sus días.

Cuando terminó de escribir ese libro, la escritora francesa se propuso crear algo diametralmente opuesto. Tenía, eso sí, una premisa: un hombre ante las puertas de la muerte que repasa su vida. A poco de haber empezado, descubrió que los personajes de Una rosa sola todavía le palpitaban en las yemas. Comprendió entonces que su hombre a las puertas de la muerte no podía ser otro que Haru Ueno, el padre de Rose. De modo que Una hora de fervor (Seix Barral, 2023) es un juego de espejos en forma de precuela que explora la juventud de Haru y sus pasiones: el arte y los amigos. Esos amigos son, precisamente, quienes le permiten sobrellevar el dolor de la separación perpetua.

En entrevista con Laberinto, la autora de La elegancia del erizo habla, entre otras cosas, sobre la confección de sus novelas, la construcción de la experiencia literaria y lo que ella denomina “la paradoja del novelista”.

En Una rosa sola es Rose quien carga la mirada desde la que se cuenta la trama: es una mujer extranjera que descubre un país ajeno e intenta desentrañarlo. En Una hora de fervor, por otra parte, el protagonista —Haru— es japonés y lleva consigo toda esa cultura. ¿Cómo afrontó este cambio de perspectiva?

No fue fácil, porque en el primer libro estaba en mi territorio: escribía sobre Japón desde mi perspectiva de mujer francesa. Pero comprendí que la vocación de las novelas es enfrentarnos con una realidad superior y por lo tanto resultaba más interesante para mí convertirme en ese hombre japonés. Mientras más buscamos convertirnos en el otro es mejor, porque es ahí donde aprendemos. Y aunque no soy una experta en cultura japonesa, decidí que no era realmente grave, porque la novela es el arte de la deducción. No se necesita ser experto, solamente ser auténtico con lo que hemos sentido y vivido.

Si bien son novelas estrechamente vinculadas por su trama y sus personajes, tienen esencias distintas. ¿En qué radica esa diferencia y cómo logró que se sintieran como libros con almas diferentes?

Ese es, de hecho, el dilema que se plantea un novelista: cómo enfrentar las mismas cuestiones y lograr verlas de maneras distintas. Además, con la aspiración de que sean más profundas. Y la respuesta es la forma de la escritura. Simplifiqué el estilo de la escritura. Por ejemplo, no hay puntos y comas en Una hora de fervor, mientras que en Una rosa sola hay muchos. Porque, para mí, Japón no es el país del punto y coma, es el país de la brevedad con puntos. En la musicalidad de la lengua hay una intención muy diferente.

Portada de 'Una hora de fervor', de Muriel Barbery. (Seix Barral)

Escribió una novela muy exitosa, La elegancia del erizo, y es autora de otras tantas que han sido bien recibidas por el público y la crítica en varios países. ¿Piensa que ha dominado el arte la novela o considera que cada libro es, todavía, un salto al vacío?

Ambas cosas. Eso es lo sorprendente: después de escribir Una rosa sola tuve la impresión de dominar la novela y ahora siento que tengo más control, pero al mismo tiempo siento que es cada vez más difícil. Todo lo que he aprendido hasta ahora no funciona para mis próximas novelas. Así que hay un doble movimiento.

¿Busca intencionalmente teñir sus historias con la reflexión filosófica o es algo que ocurre naturalmente por su formación académica?

Pienso que es algo muy natural, la filosofía lo único que hace es reforzarlo. Las grandes novelas que me gustaban cuando era adolescentes plantean esa cuestión. Por ejemplo, Guerra y paz de Tolstoi, que trata exactamente de eso. En las grandes novelas rusas hay una parte de filosofía muy evidente, pero se trata de filosofía existencial, no conceptual.

¿Sus novelas aspiran a encontrar algún tipo de verdad sobre la vida?

Sí, sabiendo que cada vez que llegue a algún destino empezaré un viaje nuevo hacia otro, porque la vida nunca se detiene.

Otro tema que sus novelas abordan constantemente es el sentido de lo bello. ¿Cuál es su idea de la belleza?

Es cierto que es algo central en mi obra. Pienso que la función de la poesía es crear belleza que va directamente al alma, y la función del arte es crear una belleza que nos eleva espiritualmente. Por lo tanto, no disocio la belleza de los grandes temas de la existencia. Recuerdo la primera experiencia que tuve con una ceremonia de té en Japón. Me permitió abrir un espacio y un tiempo diferente. Sucede con las grandes obras de arte: con la belleza se revela lo que es invisible y se escucha lo inaudible.

¿Su contexto occidental determina cómo escribió sobre Japón?

Volvemos a la paradoja del novelista es que no puede ser más que sí mismo, pero su arma lo hace convertirse en alguien más. Y siempre he tenido confianza en esta doble dimensión. Solamente viví ahí dos años, pero creo que no es lo importante para escribir una novela sobre Japón. Solo hace falta el deseo de abrazar esa entidad. Y, claro, será siempre el punto de vista de un occidental, pero el texto sobrepasa al autor y confío en esto también.

Muriel Barbery: "Prefiero la literatura que la filosofía". (Foto: Ángel Soto)

¿Cómo ocurre el proceso de metabolización de la experiencia vital a la experiencia literaria?

Excelente pregunta, me encantaría saberlo. Puedo responder a una parte de la pregunta, pero la otra parte es un misterio. Por ejemplo, ¿por qué es necesaria tanta metabolización antes de lograr llegar a la escritura? ¿Cómo se logra que a través de la magia de la escritura puedas convertirte en alguien más? Y la última pregunta misteriosa: ¿por qué los textos son más inteligentes que nosotros? En este largo proceso de transformación hay cosas que se nos escapan y no sobrepasan. La parte que sí entiendo, por el contrario, es muy simple: saber esperar y trabajar mucho. Trabajar la forma una y otra vez. Eso es todo lo que sé.

Entendiendo que escribir es recrear, ¿qué tan relevante es la memoria?

En realidad me da igual, porque no busco la exactitud sino la autenticidad. Más que en la memoria, confío sino en el trazo que las sensaciones dejaron en mí, porque eso siempre estará en mi interior.

¿Se puede confiar más en esos trazos que en los recuerdos?

Sí, seguro. Sobre todo porque ese instante maravilloso está en nuestra imaginación, y ahí todo es posible. Es por eso que prefiero la literatura que la filosofía.

Sus personajes son seres que cargan un dolor, alguna herida abierta o una cicatriz. ¿Por qué le interesa explorar este tipo de personajes?

Es una pregunta a la que no sabría responder con exactitud, pero lo voy a plantear con una metáfora que utiliza Milan Kundera para hablar de la escritura de la novela. Explica que un novelista destruye la casa de su vida y con los ladrillos construye la casa de su historia, y por lo tanto es una casa completamente nueva. Pero es cierto que hay un punto común en todos mis personajes: están heridos y son solitarios. La cuestión más importante de nuestra vida es saber cómo salir de uno mismo y llegar al otro. Es lo más misterioso y lo más vital.

¿En qué consiste vivir para usted?

Lo primero y más evidente es que la vida está hecha para probar. Tener éxito es secundario, pero hay que intentarlo siempre. Rodearse de belleza, tomar una copa de vino con la persona a la que amamos y esperar el fin del mundo riéndose con amigos.

AQ

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