Antes de las almas puras

A fuego lento

Orosucio, de Jorge Moch, exhibe dos características enojosas: su visceralidad y la incontinencia verbal.

Jorge Moch, autor de 'Orosucio'. (Montaje: Ángel Soto)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

La incontinencia verbal es la cualidad más enojosa de Orosucio (Fondo de Cultura Económica, 2019), una novela que, apunta la cuarta de forros, “describe una cruenta realidad mexicana, la descomposición de la sociedad, la violencia cotidiana y lo que las personas padecen” (¿cuántas novelas de los últimos años admiten gustosas esta descripción?). Por incontinencia verbal me refiero a que no sólo frases sino páginas y capítulos enteros llevan consigo la etiqueta de prescindibles. Una muestra: 

“Soy la consecución de un pensamiento, un ayer abstracto y un hoy definido que acuna un mañana tangible, ese mañana por el que me derrito de las ganas de ser; un futuro colmado de precisiones medibles”.

Importa señalar tal postura estilística porque encima del abrumador bla-bla-bla no hay nada que en verdad se líe a golpes con el presente. A la audacia congénita al auténtico novelista, Jorge Moch contrapone el cliché con envoltorio político. Eso tiene que ver con la trama. Al tiempo que seguimos a un matón a sueldo, “una mierda sin escrúpulos” (y seguir abarca la niñez, la juventud y el presente a las órdenes de un procurador de justicia), asistimos a una intriga para silenciar el descubrimiento de una fosa clandestina que compromete al jefe de Estado, quien “gracias a las televisoras proyectaba una irrecusable imagen de éxito”. O sea: érase una vez un país gobernado por corruptos y asesinos con las manos limpias. En pocas palabras, de la que nos libramos. Pura y horrorosa propaganda.

Orosucio exhibe otra enojosa característica: su visceralidad. De un narrador omnisciente se espera el fulgor de la objetividad. El narrador de Orosucio ignora esta postura: no es un ojo a través del cual llegan las acciones y las pulsiones de los personajes sino un representante simpático del nuevo comentariado mexicano. Es un depositario del rencor social e irresponsablemente propenso al insulto y a la descalificación, dirigidos sobre todo contra —adivinen— los ricos y pequeñoburgueses (“los de corbata y capelo y billeteras de cerdo atiborradas de tarjetas de crédito”).

Después del punto final, es decir, de revelar los lazos entre el Estado y algunos grupos criminales, Jorge Moch añade un dato de la mayor relevancia: la fecha de conclusión de la novela, junio de 2014. Intenta destacar con ello que el México invocado en Orosucio es el otro, el de Los Pinos, no éste, el de las almas puras blandiendo una espada flamígera.

ÁSS

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