Migrar, aunque sea a un país que utilice el mismo idioma, implica adaptar y/o sustituir palabras y frases. Poco a poco, con la intención de “integrarse”, uno va incluyendo en su vocabulario los modismos y la sintaxis locales e incluso altera el acento (bueno, quién sabe por qué, pero los argentinos suelen ser la excepción en cada país hispano al que llegan). Si, además, uno convive con personas venidas de otras regiones geográficas de la misma lengua, nuestra habla cotidiana se enriquece aún más pero, al cabo de un buen tiempo, nos da la sensación de expresarnos en modo neutro (¡ay!) o, por los menos, ya no en el “original”. A mí me lo echaron en cara el otro día personas que admiro y respeto y que ostentan una reconocida autoridad lingüística, pero no se los tomé a mal: es el panhispanismo, ¡qué le vamos a hacer!
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Fue en el acto solemne del 70 aniversario de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). A la vieja y fascinante casona de la Real Academia Española (RAE) llegaron los presidentes o directores de las 23 academias hispanas y los embajadores de sus países y algunos miembros de sus respectivos círculos culturales, a quienes muchos llaman “connotados intelectuales”, todos muy formales (doctísimos, ilustrísimos) y enmascarillados y canosos (o con el tinte recién puesto y las arrugas estiradas o casi calvos) y ahí, frente al retrato de Cervantes, que preside el salón de actos, y delante de los reyes de España, se llevó a cabo un festival de acentos lingüísticos, en aras de la diversidad y la unión.
Empezó Santiago Muñoz Machado, anfitrión con la zeta entre los labios, hablando de la representación de América en el diccionario después de la independencia de las colonias españolas. “Rota la conexión política, la lengua quedó como lazo de unión”, dijo el jurista, quien también recordó que, partir de 1870, cuando las naciones independientes asumieron esa realidad, comenzaron a crearse las academias correspondientes, para estudiar y conservar el idioma. Primero fue Colombia, después Ecuador y así hasta la más reciente, la de Estados Unidos, donde el español tiene por lo menos 50 millones de hablantes.
Luego Concepción Company, mexicana que no deja de cecear, tomó la palabra porque fue en México, con el auspicio de Miguel Alemán, donde se creó la ASALE en 1951. “Los hispanohablantes tenemos el privilegio de recorrer una extensa zona geográfica sin necesidad de cambiar nuestra lengua materna”, nos recalcó, y ya que estaba hizo alusión a que el diccionario de la lengua española cuenta con 794 palabras procedentes del náhuatl, “palabras de una lengua indígena que hoy tienen extensión mundial” (¡nomás pa que se den un quemón!).
La ASALE lleva embarcada varios años en una misión que, de tan titánica, a veces parece imposible: el Diccionario Histórico de la Lengua, donde se pretende incluir la “biografía” de todas y cada una de las palabras del español, incluidas las que ya no se usan y las que están moribundas. Pero estos vetustos y sabios académicos no viven en el pasado. Hace tres años, con ayuda de varias compañías tecnológicas, echaron a andar un proyecto llamado Lengua Española e Inteligencia Artificial (LEIA), con el propósito de que el español no pierda calidad en el ecosistema digital, de que no haya distorsiones en el lenguaje de “la nube” y de que robots como Siri o Alexa hablen correctamente.
Otros acentos y reflexiones se escucharon en la Docta Casa, que algunos llaman “sede de la policía lingüística”, todo hay que decirlo, y más tarde los académicos iberoamericanos se erigieron en asamblea para darle carpetazo a la nueva edición (más panhispánica que nunca) del diccionario, la Actualización 23.5 (así es como hay que llamar a las cosas en la era cibernética) y ahí, claro, aunque me hubiera encantado, ya no puede entrar. Pero no tardé en imaginármelos a todos, sentados en una larga mesa, solemnes y meticulosos, hablando con puntos y comas y subordinadas, dándose un festín al seguir las instrucciones del poema de Octavio Paz: “Dales la vuelta, / cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, / cápalas, / písalas, / gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, / destrípalas, toro, / buey, arrástralas, / hazlas, poeta, / haz que se traguen todas sus palabras”.
ÁSS