Paul Auster se aparta de la complaciente autopercepción estadunidense según la cual el fundamento de su nación es la libertad irrestricta y ofrece una visión alternativa teñida por la violencia. Las “fotografías del silencio” de Spencer Ostrander, aséptica evidencia de las reiteradas masacres que la sociedad estadunidense se autoinflige, son la guía de Un país bañado en sangre (Seix Barral, 2023), poderoso ensayo que interroga la historia estadunidense para encontrar explicaciones verosímiles de las numerosas muertes por armas de fuego, superiores con mucho a las del resto del mundo desarrollado.
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Las armas las posee una porción de la población cada vez menor, pero en mayor cantidad per cápita, por lo que las armas en manos de los estadunidenses es en la actualidad mayor que nunca, mientras que los perpetradores de estos asesinatos colectivos suelen ser jóvenes que en las tempranas etapas vitales manifestaron algún desequilibrio mental y emocional; hermanados por una soledad apabullante y que abultan la estadística de las “muertes por desesperación”, la nueva desgracia estadunidense que cae sobre adictos, suicidadas y este tipo de asesinos quienes, al planificar y realizar estas masacres, preparan al mismo tiempo “su propio suicido” en una variante de la “performance artística contemporánea”. En ella, como si se tratara de una justa deportiva, los participantes buscan superar las marcas de quienes les precedieron.
Los automóviles y las armas de fuego —nos dice el escritor— “son los pilares de nuestra mitología nacional más profunda” que representan en sí mismos “una idea de libertad y autonomía individual”. Asistidos por el derecho divino, los colonos británicos que ocuparon Norteamérica no tuvieron reparo en desplazar y aniquilar e incendiar las viviendas de quienes poblaban esas tierras desde hacía cientos de años. Instalados el abuso y el despojo, los colonos trajeron a esclavos africanos para trabajar sus tierras, ocuparse de las labores domésticas e integraron con ellos patrullas de esclavos para luchar contra los indios y exterminarlos, o bien para perseguir y cazar a sus congéneres fugados. La guerra “contra los indios y la guerra para proteger la institución de la esclavitud alcanzaron su plenitud cuando los norteamericanos iniciaron el largo proceso de expansión territorial más allá de las trece colonias”.
Un país fundado en la violencia, que se apropió del territorio de la población nativa y oprimió a una minoría esclavizada, naturalizó un estado de guerra manifiesto en distintos registros. Capitalista desde su raíz, hizo de la acumulación de riqueza una finalidad vital, de la competencia un motor del progreso y del individualismo una ideología. La Declaración de Independencia tuvo el buen cuidado de declarar la igualdad humana y, al mismo tiempo, excluir a la población esclava de esta. De esta manera, “los negros constituyeron el sacrificio que impulsó la Revolución y condujo a la fundación de la República”, a la vez que obsequió al país “una democracia regida por un gobierno minoritario”. Luego vendrían las enmiendas constitucionales, de las cuales la segunda concedería el derecho a los individuos de “poseer armas”, asociada de manera laxa a partir de 2008 con el derecho de “portar armas”, situación que disparó las matanzas.
El movimiento en favor de portar armas guarda relación con las Panteras Negras quienes, en mayo de 1967, irrumpieron en el Capitolio de Sacramento en protesta por un proyecto de ley sobre control de armas presentado por los republicanos. El partido, que reclamaba el derecho de autodefensa de las comunidades afrodescendientes frente a la brutalidad policial, sembraría involuntariamente el argumento del que, sesenta años después, en un contexto radicalmente distinto, se apropiarían las derechas racistas, para justificar la portación de armas. La ironía —indica Auster— “es que un movimiento predominantemente blanco, rural y conservador cobrara vida gracias a que adoptó la filosofía de las armas de un grupo que era negro y radical”. La piedra de toque de ésta sería justamente que las armas son, sobre todo, un instrumento de autodefensa.
Hay dos bandos que, incluido el debate sobre las armas, han confrontado a la República desde sus orígenes mismos. La oposición fundamental es sobre la noción de cada uno con respecto de la democracia. De un lado —apunta Auster— quienes “creen que la democracia es una forma de gobierno que otorga a los individuos la libertad de hacer lo que les plazca”; del otro, están los que creen que “la libertad que nos ofrece la democracia también entraña la obligación de ayudar a quienes son demasiado débiles o están demasiado enfermos para cuidar de sí mismos”. En el conflicto secular que recorre la historia de la nación, proteger las libertades individuales o las libertades e intereses del bien común”, el escritor toma partido por el segundo.
Carlos Illades
Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de 'Por la izquierda. Intelectuales socialistas en México' (Akal, 2023) y de 'La revolución imaginaria. El obradorismo y el futuro de la izquierda en México' (Océano, 2024).
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