Peter Handke en Salzburgo

Premio Nobel 2019

Con la estela del viajero que descubre en las ciudades el pulso de la literatura, este texto celebra la fuerza intelectual del escritor austriaco, Premio Nobel 2019.

Peter Handke, autor de 'El chino del dolor' y 'Carta breve para un largo adiós', entre otros. (Foto: Julien de Rosa | EFE)
Lorel Manzano y Marco Lagunas
Ciudad de México /

Y ahora que le han otorgado a Peter Handke el Premio Nobel de Literatura 2019, vuelvo al asombroso momento que es su literatura; esa prosa que logra realmente hacer del tiempo algo casi estático, con lo que presente, pasado y futuro se mezclan extrañamente. ¿Cómo no celebrar al gran lector y al gran viajero? ¿Cómo no seguir sus pasos por Austria, los Balcanes, Francia, España, Estados Unidos? ¿O tan sólo por la ciudad de Salzburgo?

Aterrizó el avión en Salzburgo. Era una tarde gris de principios de septiembre. Las nubes parecían haber bajado junto con el avión. No hacía frío, pero me mantuve muy abrigado. El aeropuerto me pareció pequeño. Y mientras recogía mi maleta pensé en lo que venía a hacer aquí. Tenía un proyecto en el bolsillo: “Salzburgo, ciudad enmarcada”, y cuando lo redacté pensé en una cita de Stefan Zweig y le incluí el nombre de la ciudad. Además, estaba el cuadro de Perejaume, Cim de Catiu d’Or. Cuestionar los límites de la obra de arte va muy bien con Peter Handke, pensé. Una imagen cinematográfica, un espejo atraviesa la ciudad, y lo que queda atrapado en él es sólo transitorio. ¿Podría atrapar, aunque fuera de esta manera tan ilusoria los chispazos de vida de este escritor austriaco? ¿Si hubiera vivido en Salzburgo a finales de los años setenta y lo hubiera conocido, ser, como se dice, su compañero de parrandas, me podría acercar mejor a su obra que ahora? Esa es una lectura más, me digo. La propia historia determina la lectura. Y entonces intento pensar en lo que narra, en lo que a la lectura le puede aportar el estar aquí. Creo que de eso sirve el viaje. No sólo es el deseo de conocer los lugares de las obras, los lugares del autor, y también la cultura de la ciudad; es también la experiencia propia del estar en movimiento.

Aeropuerto de Salzburgo. (Cortesía)

Por lo común se habla del contexto histórico en el que la obra ha surgido, o de la “luz metafísica” que la envuelve, pero también se puede hablar de la percepción del escritor al crearla y del lector al abordarla. Por un lado, un escritor austriaco llamado Peter Handke funcionando como los márgenes de la ciudad de Salzburgo; por otro, un ensayista lector de Peter Handke, que años después de que este último viviera en Salzburgo deja su país para, a su vez, enmarcar su asombroso viaje sobre este escritor austriaco con la ayuda de la crónica o una entrevista imaginaria con él.

Peter Handke vivió en Salzburgo entre 1979 y 1987. Ahí escribió un importante número de sus obras: las tres partes de Lento regreso, Las lecciones de la Sainte-Victoire, el poema dramático Por los pueblos, las narraciones, poemas y ensayos Historia de niños, El chino del dolor, La repetición, Poema a la duración, La tarde de un escritor. Hizo traducciones de autores eslovenos desconocidos en lengua alemana, y guiones para cine (El miedo del portero ante el penalty, Falso movimiento, El cielo sobre Berlín), los cuales filmó Wim Wenders; y él mismo dirigió dos películas basadas en sus narraciones: La mujer zurda y Ausencia.

En el libro de entrevistas Pero yo solo vivo de los intersticios, diálogos con el crítico Herbert Gamper, Handke afirma que para él es muy importante escribir sobre los ambientes de su propia vida. Y uno no puede imaginarse los ambientes de muchas de estas obras sino enmarcándolos con los de la ciudad de Salzburgo. ¿Sólo en ese lugar podría existir la posibilidad de seguir las huellas del autor y de su obra? Ahí se alcanzan a reconocer, por ejemplo, sus propios fantasmas familiares y el del nacionalsocialismo. A orillas de la ciudad (la idea de límite como principio) un hombre lanza una piedra, y otro es asesinado. Una vieja historia que debe volver a contarse, pero esta vez teniendo como fondo las montañas, la ciudad y la casa de Handke en la pequeña montaña de Mönsberg junto a la gran fortaleza medieval que lo domina todo.

Una imagen que está dentro de otra imagen; una imagen con la que se puede enmarcar finalmente la historia cultural de Austria. Y entonces, uno cierra los ojos para poder ver pasar la ciudad, para circunscribir lo “inescrutable”. ¿Qué es lo que queda de la narración? ¿Qué es lo que queda del pasado y de aquel lugar? ¿Se trata de la escritura y la relectura; de los procesos de la escritura y la relectura? Peter Handke en Salzburgo, pero también de mí mismo como lector de la obra de Peter Handke en Salzburgo.

El proyecto, en principio, trataba de él, pero también de una parte importante de la literatura austriaca enmarcada en la ciudad de Salzburgo; y, por lo tanto, de escritores que se han ocupado en sus obras de una particular forma de ver el mundo: “la perspectiva desde abajo”. A partir de este punto quería saber cómo esta perspectiva había permeado su narrativa, o cuáles circunstancias culturales y sociales, y qué otros escritores de la monarquía austrohúngara y de la literatura de posguerra tenían que ver con ella. Me parecía que para autores como Kafka y Handke, después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, había habido una crisis personal que provenía de la Historia con mayúsculas, pues Austria se había vuelto “pequeña”, y la nueva situación —no ser más una monarquía, como para México fue la experiencia de perder la mitad de su territorio— había provocado tal vez un tipo de sensación de “empequeñecimiento”, que se reflejaba en sus obras, pues habían intentado definirla mediante sus escritos.

Klagenfurt, ciudad austriaca al sur del país, en Carintia. (Cortesía)

Escribir sobre la “pequeña Austria”, sobre la pequeña ciudad de Salzburgo encerrada en los límites (o tal vez trascendiéndolos “metafísicamente”) de la obra de Peter Handke, y en especial de Carintia y la minoría eslovena de la cual procede su familia materna. Un ensayo que manejara los mecanismos de cambio de perspectivas en sus obras. Para mí era muy importante observar a un Handke fantasmal y a una ciudad también fantasmal, desde distintos ángulos. Establecer un diálogo con él y percibir el ambiente de la ciudad, “la escena del crimen”, en las distintas épocas en que se desarrollaban sus historias.

Partir, por ejemplo, de Andreas Loser, el personaje principal de la novela El chino del dolor; un testigo que a su vez es observado por otro testigo. Con ayuda de la teoría literaria (por ejemplo de Mijail Bajtin y sus reflexiones sobre la novela polifónica como microcosmos del mundo dialógico), acercarme a cómo esta perspectiva se relaciona con el concepto de “enmarcar” de Perejaume y Magritte; y, por lo tanto, con la idea de “límite” en la obra de arte. Describir cómo esta idea se había vuelto un motivo literario (en los escritores de la “periferia austriaca” Leopold Sacher von Masoch, Franz Kafka, Elias Canetti, Elfriede Jelinek, Peter Handke y otros) para narrar, tomando como modelo el carnaval, la parodia, lo grotesco (de nuevo entra Bajtin a escena), una parte de la historia de Austria, un país “desmembrado”, pero también de la historia individual de cada uno de estos escritores, su vida en una determinado ambiente. “La perspectiva desde abajo”, “lo pequeño”, como un símbolo de la protesta contra el surgimiento de la ideología del nacionalsocialismo; como una carcajada del “sentimiento de inferioridad”, de abstracción, en la literatura austriaca. La decisión personal de un individuo (en los cuentos, novelas de Handke) enmarcada por el fenómeno colectivo del nazismo que persiste en la sociedad de la posguerra. ¿Se podría encuadrar desde esta perspectiva a la ciudad, al autor, a la obra? De alguna manera, al escribir una obra el autor también encuadra a un posible lector. ¿Pensará en algún momento en su extranjería, por ejemplo, en un lector mexicano a principios del siglo XXI?


Vista desde la casa poliédrica (poli-muchas, edro-cara)

Aquí vivió Peter Handke. Es una casa poliédrica: cada recta tiene una ventana que sirvió al escritor para contemplar una cara del mundo que lo rodeaba. Aquí junto a la ventana de la cocina reunió montones de hongos; allá junto a la chimenea de cerámica contemplaba los árboles que demudaban en rojos y amarillos conforme moría el otoño. En su habitación, acomodó la cama para que sus ojos, antes de dormir y al despertar, siempre recayeran en el paisaje que se erguía al otro lado de la ventana. Desde ahí, las cúpulas de un verde oxidado navegan desde hace siglos en un mar de neblina.

Los salzburguenses dicen que el escritor hacía caminatas nocturnas en el bosque. Dicen que la gente no le hablaba, solo agitaba la mano en señal de saludo para no interrumpirle el pensamiento con la voz. Dicen que era malgeniudo y las mujeres lo seguían como a una estrella de rock. Dicen que no lo leerán jamás porque tiene en su haber un escándalo, que ya demasiada incomodidad hay con Elfriede Jelinek como para tomar un libro de él. Dicen que es un gigante de la literatura en lengua alemana.

Me han dicho muchas cosas. Ahora tengo muchas voces en la cabeza, los labios se mueven apresuradamente, hablan al mismo tiempo, mientras contemplo la vista que ofrece la casa-cabeza poliédrica de Handke desde la montaña del monje.

Peter Handke es poeta, narrador, dramaturgo, traductor y guionista. (Archivo)

En Salzburgo, la ciudad de sal, la naturaleza también habla: las montañas prometen suavidad en el descenso a sus valles, seducen al hombre con sus alturas. Alguna vez lo dijo el poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón: “la cima con su vértigo me atrajo”. Las montañas tienen una voz de viento y aguanieve. Cantan, prometen, arrullan. Yo seguí su canto: en Grödig caminé a través del bosque, hasta las faldas de la montaña. Fui dejando pedacitos de pan en el camino para asegurarme de no errar el regreso; sin embargo, lo erré, salí en el pueblo vecino, aun después de recoger los pedazos de pan. Oscureció de pronto y las cimas se perdieron entre densas nubes de lluvia. Qué veloz cambió el gesto de la montaña, su voz ahora amenazaba, cimbrando en truenos.

Un sábado por la mañana, camino al Stefan Zweig Zentrum, lugar donde se presentaría el coloquio sobre Handke, “¿Entonces quién dice que ya se descubrió el mundo?”, sentí una ciudad distinta. Despertaba Salzburgo quizá como lo hizo hace siglos: con una agitación de campanas, con un rumor de piedras bajo las espuelas de los caballos. Los viejos conducían sus carruajes con orejeras y sombreritos. Las mujeres marchaban a misa, hipnotizadas por el llamado de las campanas. La ciudad amaneció desnuda, húmeda de aguanieve, oliendo a neblina. (El bufido del toro al amanecer y al oscurecer.)

Más de una vez hice trabajar a la imaginación para arrancar las vulgaridades con que han vestido a la ciudad para agrado de los turistas. También me sucedió en las minas de sal. Los jefes de la Mina Museo creyeron impresionar más con sus lucecitas de colores, o sus canciones new age para transportar a los turistas en el río que se encuentra en el fondo de la montaña. Mi imaginación recorrió un camino doble: uno para desvestir el lugar del arreglo y vulgaridad, y otro para comprender la vida de quienes perdieron sus mejores años bajo la montaña. No deseaba que me trajeran de los cabellos a los mineros del siglo pasado; deseaba viajar en el tiempo, respirar sus olores, presentir sus miedos. Al turista no le gusta sentir miedo, piensan los jefes de Mina y mandan pintarrajearle los labios, a ponerle pestañas postizas, a ceñirle las carnes con un corsé que a su edad hasta resulta peligroso. Al turista le gusta la estética del circo, luces, choque de platillos, payasos, osos en tutú, piensan los jefes de Mina, pero se equivocan.

“¿Entonces quién dice que ya se descubrió el mundo?”, pregunta Handke en uno de sus libros. La pregunta es una invitación ¿a contemplar?, ¿a viajar?, ¿a volver la vista?, ¿a seguir las huellas? Aquí muchos anuncios prometen ir detrás de las huellas de alguien, detrás de los piececillos de La novicia rebelde o de Harry Potter, auf den Spuren von Harry Potter… ¿Por qué resulta apasionante ir detrás de alguien?, ¿descifrarle la vida o los secretos? Yo voy detrás de las huellas de Peter Handke en Salzburgo. El personaje principal de Ilija Trojanow va tras las huellas de Richard Burton en la novela Nómada de cuatro continentes. Uno de los capítulos demuestra hasta qué punto puede llegar un hombre por seguir las huellas de alguien: en la ciudad de Schimla, en medio del Himalaya indio, el personaje, presumiblemente el mismo Trojanow, encuentra en un anticuario sencillo ¡la primera edición de las obras completas de Richard Burton! Considerando el lugar donde se encuentran, piensa que no debe resultar tan caro como lo sería en Londres o París, pero el anticuario lo desmiente: cuesta 10 mil dólares y algo más, algo fascinante para los amantes de los libros. Le muestra un catálogo de manuscritos destruidos, en el cual “era sorprendente el principio de orden que no se orientaba según el nombre del autor sino según el nombre del destructor de la obra”. En el catálogo aparece un tal John Murray II, “cuyo mérito fue la destrucción de los diarios de Lord Byron”, y otras tragedias similares. El título, a la manera Cervantes, es Después de un encuentro, que fue al mismo tiempo altamente emocionante y confuso, el viaje tras las huellas de Richard Burton sigue su curso muy endeudado. Auf den Spuren von Richard Burton!

Entonces, ese sábado por la mañana, auf den Spuren von Handke! nos dimos cita en el Stefan Zweig Zentrum. Cada estudioso, llegado su momento, colocó su portafolio académico sobre la mesa y comenzó el análisis. Uno en especial llamó mi atención: tenía un rostro anguloso, los labios parecían dos paralelas; triangulares su nariz y dedos. Este académico llevaba bien calzados los lentes, sorprendentemente redondos, hablaba con estructura, echando luz sobre la naturaleza de la obra en cuestión. Era tan meticuloso, un hombre acostumbrado a usar guantes de látex y antiséptico en toallitas. Volteaba la novela, panza arriba, panza abajo; le estiraba las ancas, le apachurraba la cabeza. El académico explicaba la naturaleza del animalito, el comportamiento, los hábitos, y tras largas disquisiciones sacó sus instrumentos, exactos y filosos.

Mejor cerré los ojos. Desde niño siento cierto rechazo al maltrato o la destrucción. Pensé en las metamorfosis mínimas, las de los hongos del bosque, las de los movimientos de las hojas al soplar el viento. En la metamorfosis, Handke encontró la revelación; de ella hizo fama y riqueza, sobre ella meditó en la montaña del monje. La casa poliédrica, con una ventana en todas sus caras, lo acercaba al mundo, solo para contemplarlo, para descubrir en él los colores de los árboles que demudaban en rojos y amarillos conforme moría el otoño.

Pero las cabezas poliédricas no gustan a todos. A la niña Heidi no le gusta la geometría, ni nada que provenga de las matemáticas. Yo miro cómo una joven le insiste, argumenta que las figuras son divertidas, un gran reto a la imaginación. La niña no le cree. Arruga la nariz. La joven dibuja un triángulo en el aire, luego un cuadrado y una circunferencia; le habla del vacío, de la oscuridad. La niña pone sus índices sobre la cabeza y bufa arremedando al diablo. La joven le cuenta cómo descubrió la tercera dimensión, ella sola, con ayuda de una línea X. Heidi tuerce los dedos sobre la cabeza y dice no, no, no… no te creo. Con el ceño fruncido, la joven le cuenta cómo de pronto la tierra se liberó del plano cartesiano, cómo entonces los navegantes ya no caían en la orilla del mundo. La niña Heidi se ríe. Agita su dedo en negación. Las matemáticas no son divertidas, tú eres muy fantasiosa, refuta.

No estoy seguro de que la joven sepa cómo funciona un plano cartesiano, pero la veo tan feliz salvando a Marco Polo, a Magallanes y Américo Vespucio de la orilla del mundo que…

ÁSS

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