Tijuana ‘mon amour’

Libros | A fuego lento

'Poetas de frontera', de Enrique Mendoza Hernández, retrata el multifacético rostro de una generación de poetas tijuanenses.

Portada de 'Poetas de frontera', de Enrique Mendoza Hernández. (Secretaría de Cultura de Baja California)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Dejando a un lado la mala costumbre periodística de transcribir —solo transcribir— las entrevistas sin pulirlas hasta obtener la voz sin tropiezos ni resbalones de los protagonistas, Poetas de frontera (Secretaría de Cultura de Baja California) es un testimonio infaltable para asomarse a una vasta —no por extensión sino por hondura emocional— región de la literatura mexicana. Con arrojo y conocimiento de los terrenos que pisa, Enrique Mendoza Hernández ofrece nueve entrevistas con poetas tijuanenses nacidos en las décadas de 1940 y 1950. Así que estamos en Tijuana, donde todo es pasajero y todo se queda, y donde el centralismo político y cultural es tan solo una nota al pie de página.

Los poetas convocados —Francisco Morales, Estela Alicia López Lomas, Ruth Vargas Leyva, Víctor Soto Ferrel, Eduardo Hurtado, Roberto Castillo Udiarte, Luis Cortés Bargalló, Rosina Conde Zambada y José Javier Villarreal— son el rostro más visible de una generación, pero, sobre todo, de una elección. Son, a excepción de Luis Cortés Bargalló y José Javier Villarreal, migrantes que hicieron de Tijuana algo más que un accidente geográfico. Este es quizás el rasgo más definitivo de Poetas de la frontera: sus voces, de variados registros y obsesiones, pueden invocar al erotismo, a la mujer indómita, a la tradición renacentista, al inconsciente o a la noche perpetua, pero siempre terminan cantándole a Tijuana. Un rasgo más: se hicieron en talleres formales o improvisados, con el auxilio de escasas librerías y las noticias inciertas que llegaban de California o la Ciudad de México.

Enrique Mendoza interroga a la obra y a sus lazos de sangre, y manifiesta un vivo interés en las biografías, volcadas hacia la prefiguración de un destino: Tijuana como Babel, Tijuana como vientre materno.

Ahora que nuevos centralismos marcan el pulso de la literatura mexicana —solo la maternidad (o su ausencia), solo la perspectiva de género, solo el registro de las emociones, solo policías y ladrones, solo el yo mirándose el ombligo—, conviene volver la vista hacia otra parte, quizás allá donde, como escribe Eduardo Hurtado en “Migrantes”, de su libro Miscelánea: “La casa que hoy ocupo/ no es mi casa/ ni la misma que allende/ no tuvimos./ No hay casa tuya, nuestra/ no hay de nada ni nadie”.

Poetas de frontera

​Enrique Mendoza Hernández | Instituto de Cultura de Baja California | México | 2024

AQ

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