Por falta de una metáfora

Bichos y parientes

¿No es empecinamiento concebir mundo, energía y economía desde la mentalidad de acumular y distribuir, que ya quedó desvencijada?

"Cada casa, departamento y oficina puede ser productor de su propia energía eléctrica". (Skitterphoto)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Me quedo con una imagen de azoro: toda esta debacle petrolera, ¿no será por falta de una metáfora? Algo no hemos entendido. Pero intento, por vía de la historia… por ejemplo, la primera vez que se habló de filogenia fue en la filología de los hermanos Grimm. Ellos sabían que los cuentos populares eran descendientes de un mismo tronco lingüístico que unía a casi todas las lenguas europeas. Después, el concepto de filogenia fue adoptado por otra disciplina, ya no lingüística, sino bioquímica. Sabemos de su importancia capital en las ciencias naturales, incluso aunque su método haya sido la adopción de una metáfora proveniente de otra disciplina.

No tiene nada de raro copiar metáforas o procedimientos y aplicarlos en otro campo, completamente distinto, donde hallen vida nueva y mayor rango de influencia. Thomas Hobbes dijo más de una vez que su método de investigación para la moral y la política era herencia de los Elementos de Euclides. Las traducciones de la geometría fueron pieza de toque para la filosofía racionalista. La obsesión por partir de axiomas (afirmaciones evidentemente verdaderas, pero no demostrables) y demostrar argumentos sin recurrir a la autoridad fue como soltar amarras. La Ética demostrada según el orden geométrico, de Baruch Spinoza; el Discurso del Método de Descartes; y varias Meditaciones de Pascal también son herederos de la geometría. Y desde allá se venía cociendo la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que comienza imitando el Discurso: “Sostenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas…”.

Stephen Jay Gould escribió un hermoso ensayo, “Por falta de una metáfora” (La sonrisa del flamenco. Crítica, 1995), en que rescata del olvido científico un libro de Maupertuis, la Vénus Physique (1745), para reconocerlo como precursor del pensamiento evolucionista, y lo coloca de nuevo entre los grandes precursores. Maupertuis llamaba “gravitacional” (otra metáfora prestada) a su teoría física y entendió que la naturaleza no fabrica disparates. Dedujo que hasta los monstruos obedecían a una “fuerza gravitatoria” y que los miembros supernumerarios —como un tercer pezón o un sexto dedo— “siempre se formaban en el lugar correcto”. Y se obsesionó con la herencia. Tenía a la mano microscopios. Sabía que el semen se componía de millones de “animales espermáticos” y supuso que dentro de cada animal espermático tenía que haber otro animal espermático, y otro y… que todas las generaciones humanas tendrían que estar contenidas en un primer animal, como muñecas rusas. Él mismo supo que se había metido en un callejón sin salida. No pudo salir, dice Gould, porque carecía de una metáfora: lo que se transmite no es un cuerpo sino una información. La ciencia echó a Maupertuis al bote de basura. Gould lo rescata para mostrar la importancia de renovar métodos y metáforas.

Igual, Acción y Reacción (FCE, 2001) de Jean Starobinski, de formación científica, es una obra maestra en el arte de historiar el pensamiento. Comienza con las nociones que D’Alambert y Diderot, los naturalistas y enciclopedistas franceses, podían concebir acerca de estas dos nociones tomadas de la física y la química: ¿qué significa una acción en el mundo físico, en la materia, la química; qué es una reacción, por qué siempre van juntas; son simultáneas o una causa a la otra? La acuciosidad de Starobinski nos lleva de la materialidad científica a los usos políticos que hoy asociamos con esas nociones, completamente transterradas de su patria mental originaria. En el trayecto surgen conceptos afines, también trasladables: explosión, vacío, poder. Todo ello bajo un esquema que se repite desde la generación de energía, pasa a la economía capitalista, a las formas de administración pública y privada, y a la forma de pensar los gobiernos, los estados y las sociedades. El esquema de acumular y luego distribuir —así como funciona la explosión en un motor— es como los estados generan, acumulan y distribuyen la energía eléctrica, o como el capitalismo concibe la circulación de los bienes y la riqueza.

¿No es empecinamiento concebir mundo, energía y economía desde aquella mentalidad de acumular y distribuir, que ya quedó desvencijada? ¿No es hora de pensar en otras formas de energía? De entrada, cada casa, departamento y oficina puede ser productor de su propia energía eléctrica; los autos, prácticamente están al borde de olvidar los motores de combustión. Y queda pendiente la ciencia de los materiales.

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