Ramón López Velarde: vivísimo enigma

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Entre la contradicción, el misterio y la abundancia de interpretaciones, el acervo literario del poeta, a cien años de su fallecimiento, sigue intrigando a sus lectores.

Ramón López Velarde murió el 19 de junio de 1921. (Ilustración: Instituto Zacatecano de Cultura)
Armando González Torres
Ciudad de México /

La consagración pública de Ramón López Velarde, justo después de su prematura muerte, ha propiciado que sea uno de los autores mexicanos con un mayor acervo de literatura secundaria. En la producción en torno al poeta zacatecano hay de todo: intentos de sacralización y apropiaciones ideológicas; pero también muchas lecturas serias, minuciosas, a menudo afortunadamente enfrentadas entre sí, que han revelado a un autor complejo e inagotable. Por eso, López Velarde cumple el centenario de su muerte no como un símbolo congelado, sino como un vivísimo enigma. Lo inagotable de López Velarde radica en ese carácter imprevisible, en esas fecundas y frecuentes contradicciones, que caracterizan sus elecciones intelectuales, estéticas y políticas.

En efecto, López Velarde tiende a la paradoja en todos los aspectos de su vida. Por ejemplo, en su faceta amorosa, el poeta practica, en parte obligado por las circunstancias (un pobre no era buen partido), una filosofía de la renuncia. Como otros irredimibles solteros, pese a sus deseos manifiestos, es probable que, a partir de la propia experiencia familiar, observe el matrimonio como un yugo de miseria y una amenaza contra la libertad del creador. Por lo demás, el poeta practica profusamente el amor de paga, lo que le da pausa para cultivar el cortejo contemplativo y platónico hacia sus famosas musas.

En el plano de sus filiaciones culturales, no es ni cosmopolita, ni nacionalista por entero. Como muchos hispanoamericanos de la época, profesa un humanismo rodoísta, reactivo a la influencia anglosajona y aunque tiene más afinidades con la cultura francesa, no ejerce la francofilia fanática de otros de sus colegas y, en cambio, abriga en germen algunas de las intuiciones de lo que posteriormente sería la filosofía de lo mexicano.

En lo político, no es ni conservador, ni liberal, y mucho menos (por su rechazo a la violencia) revolucionario; por supuesto defiende el papel social de la espiritualidad católica, pero al mismo tiempo aspira a la democracia y, como buen abogado, al imperio de la ley y la civilidad. El eclecticismo que caracteriza su vida se refleja, sobre todo, en su poesía, mezcla misteriosa de influencias, en la que triunfan la sorpresa y la ironía, frente a lo común de sus sustratos poéticos.

Pese a que su celebración de la provincia resulta muy rentable, López Velarde la combina con audaces juegos y con un deslumbrante y oscuro idiolecto, lo que desanima a más de un lector convencional. Por eso, su aparente asimilación del sabor local y su elusivo canto patrio constituyen, al mismo tiempo, un desafío y ruptura a los moldes poéticos. ¿Qué pretendía el poeta al encantar y, simultáneamente, provocar a su auditorio? En un testimonio poco citado, López Velarde exhibe su modernísima poética a un admirador: “Convénzase usted, para nuestros abuelos el mejor poeta era el que nos hacía llorar, en los tiempos que alcanzamos, el mejor poeta es el que nos hace sonreír”.

​AQ

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