Rebosantes de libros

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A cincuenta años de la publicación de Los demasiados libros, persisten y se han agudizado muchos fenómenos paradójicos que observaba Gabriel Zaid respecto a la supervivencia de este medio.

El Ateneo Grand Splendid, librería en Buenos Aires, considerada una de las más bellas del mundo. (Wikimedia Commons)
Armando González Torres
Ciudad de México /

Este desfalleciente 2022 trajo el 50 aniversario de Los demasiados libros, de Gabriel Zaid, cuya primera edición apareció en 1972 en la legendaria editorial de Carlos Lohlé en Buenos Aires. Desde entonces, este discreto clásico ha alcanzado 15 ediciones y 11 traducciones.

Este conjunto de ensayos pioneros sobre la naturaleza y la función del libro, que ha sido continuamente reescrito y rejuvenecido, hablaba de la situación del libro frente a los medios masivos, de los tirajes óptimos, de la sobrepoblación de volúmenes y de las diversas formas de impostación académica y simonía que se podían generar alrededor de este objeto.

Sin embargo, pese a advertir estos peligros, el autor documentaba su optimismo: sustentaba la capacidad de supervivencia del libro y, sobre todo, hacia una apología de la capacidad de la lectura para propiciar ese acto fundacional de la civilización que es la conversación. En efecto, el libro permite que la conversación supere la finitud de los interlocutores y conecte las más diversas épocas y caracteres humanos. Por lo demás, la variedad del libro y la individualidad de la lectura ayudan a contrapesar los relatos únicos y a limitar las servidumbres intelectuales.

Hoy, a 50 años de distancia y en el marco de una de las etapas más dinámicas de cambio tecnológico (en esos años, la televisión era, para algunos teóricos, el medio que podría propiciar la desaparición del libro y el retorno a una nueva oralidad), la perspectiva esperanzada de Zaid se ha confirmado. A diferencia de otros productos, el avance tecnológico no ha generado la monopolización en la producción del libro, sino que, al contrario, ha ayudado a su descentralización e independencia. Más que nunca, es posible imprimir con escalas adecuadas y buscar los públicos idóneos para un libro. De modo que, como señala el autor, si bien la concentración e influencia de los grandes consorcios crea una farándula millonaria que explota mercados masivos, no impide el florecimiento de millares de pequeñas empresas que buscan interlocutores específicos. Igualmente, la aparición (y desaparición) de tecnologías y plataformas de interacción social no ha desplazado el interés por el libro impreso, ni logra competir con sus muchas ventajas.

Ciertamente, persisten y se han agudizado muchos fenómenos paradójicos que observaba Zaid: la sobre oferta de libros y la escasez de lectores (por la pulsión del credencialismo académico a publicar, o por las simples ganas de figurar, existen multitudes que no leen pero si aspiran a ser leídas). Igualmente, persisten los problemas y altos costos de transacción para conectar a los libros con sus destinatarios naturales.

Con todo, pese a la profusión de ruido y basura, la posibilidad de que se publiquen demasiados libros es benéfica para la calidad de la vida y la cultura moderna. Leer sigue provocando ese prodigioso azar de encontrar, en un libro y un autor remoto, ecos significativos que son capaces de revelarnos y cambiarnos.

AQ

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