Regina, la calle de los oficios perdidos

Crónica

Con numerosos bares y restaurantes, en una de las calles emblemáticas de la Ciudad de México sus viejos habitantes recuerdan tiempos mejores, con menos ruido, más convivencia y, sobre todo, con más trabajo

(Cortesía: Galería El Umbral)
Laberinto
Ciudad de México /

Por María del Rosario Cardoso Tapia


Me acompaña el sueño cortado por razones de salud desde el sismo de 2017 en Ciudad de México. El primer martes de agosto, tuve el tercer despertar a las 8:00 am y decidí que era hora de activarme; le preparé cosas ricas de comer a mi hijo adolescente para luego salir a mis visitas de campo en la calle de Regina, donde se encuentra nuestra sede del Consejo de Cronistas Populares de la Alcaldía Cuauhtémoc.

Casi para llegar a mi destino, me topé con un grupo de jóvenes discutiendo a gritos y a punto de irse a los golpes. Los estragos de la resaca en sus rostros eran evidentes, así supe que estuvieron parrandeando toda la noche. Después de mirarlos un rato, entré a la Clínica Regina a esperar a mis compañeros para planear juntos nuestra nueva ruta con Andrés, su director, ya que mi eterno compañero y yo decidimos andar por rumbos diferentes ese día.

Recordé lo que nos había contado el impresor Francisco Ramírez, quien tiene más de 50 años en su oficio: “Lo feo no son los bares cuando están abiertos, el dolor de cabeza está en lo que se queda después de que cierran”: gente bebiendo alcohol sin vigilancia alguna en la calle, orinando dondequiera, desahogando a gritos sus emociones negativas, por lo que para los vecinos cada vez es más difícil salir de madrugada. Sobre su oficio, el señor Ramírez dice: “Nos especializamos en empaques y etiquetas para la industria agroquímica y farmacéutica, aunque también hacemos publicidad; ya no tenemos tanto trabajo y debemos adaptarnos”.

Sobre la proliferación de bares en el rumbo, el zapatero Rosendo López tiene una mirada diferente: “Lo bueno que veo es que podemos andar con seguridad más noche, antes no podíamos pasar por el Callejón de la Muerte”, dice refiriéndose al callejón de Mesones, que un tiempo tuvo fama de albergar a muchos indigentes. Al hablar de su oficio, de inicio no puede evitar una crítica: “A nivel mundial somos expertos en comprar porquería, por eso esto ya no es negocio desde que llegaron los chinos”. Luego agrega: “No gano la gran cosa, pero soy dueño de mi propio negocio y la gente me busca; dejo las cosas lo más parecido al original, mi trabajo es artesanal, a mano porque no tengo máquinas, no podría recuperar la inversión”.


El señor Argueta, quien es pollero, ha terminado negociando y conviviendo con los bares. Recuerda que después de los sismos de 1985 la reconstrucción de la ciudad no fue fácil. Él llegó a Regina en el 86, “la calle iba a ser de gastronomía e incluso dieron cursos, no iba a ser bebedero. Pero yo aprovecho la situación y les vendo a todos, soy negociante y no me cierro a nadie”.

Ese martes, me presentaron a verdaderos guerreros de la ciudad, personas con oficios afectados por la pandemia: el tintorero, el impresor, el reparador de máquinas de coser, el zapatero, el tendero. Con el trabajo en casa, los oficinistas se ausentaron y cada vez hay menos clientes y recursos. Pero ellos luchan por sobrevivir en un lugar invadido por centros comerciales y vendedores al mayoreo, como bien lo sabe el señor del carrito de basura, que conoce y convive con todos, vecinos y extraños de su barrio.

Se percibe la añoranza por esa Regina que muchos de ellos compartieron y disfrutaron de niños, en donde todos se conocían. El dueño de la tintorería Jazmín, que tiene tradición desde 1916, nos cuenta con nostalgia: “A Regina llegaban proveedores, frente a mi negocio vivía mi familia y había una bodega de pan Wonder, los repartidores nos dejaban ayudar a los niños y nos pagaban con uno o dos panes. Así era con el de la leche, con el de las verduras, y nos acostumbramos a regresar a casa con el desayuno para la familia, nos enseñamos a trabajar desde niños”. También nos comparte una reflexión amarga: “Un gobierno pasado nos vendió la idea de tener aquí un corredor cultural y nos emocionó. Se cerró la calle a la circulación y se volvió peatonal. Cuando pasaban coches venía más clientela, ahora viene menos y resultó que la cultura terminó siendo los bares. Sólo unos años pusieron un concurso de ofrendas, pero después ya no hubo nada. Extraño los viejos tiempos porque la iglesia hacía fiestas a las que podías ir sin ser católico. Kermeses, posadas y pastorelas, todo eso lo recuerdo con mucho cariño”.

Ninguno deja de amar su entorno, su oficio y sus recuerdos.

Ese es un gran motivo para continuar adelante…

Texto escrito en el Taller de Crónica: teoría y práctica, organizado por Hacedores de Palabras 2021.

ÁSS

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