Ricardo Garibay: de Echeverría a Borges y el ‘Púas’

Doble filo

En 1997, el escritor hidalguense habló en una entrevista acerca de su cercanía con el poder, de la literatura y de la vida.

Ricardo Garibay trabajó para Luis Echeverría. (Especial)
Fernando Figueroa
Ciudad de México /

Aunque sabía que Ricardo Garibay (1923-1999) había practicado boxeo, el día que platiqué con él me atreví a preguntarle: ¿No se supone que el escritor debe estar alejado del príncipe?

Con la mayor tranquilidad de la que era capaz un hombre de carácter fuerte como él, contestó: “Por supuesto que sí, pero en México un escritor acepta la dádiva del príncipe o se muere de hambre. Si el príncipe paga bien un documental que uno dialoga, uno lo acepta porque no hay quien le encargue nada”.

La verdad es que esa pregunta se la hice a mitad de la charla, luego de que ya habíamos hablado de su libro El joven aquél (1997) y de otros temas.

Antes de llegar a la interrogante espinosa, le pregunté en qué consistía su trabajo para la Presidencia en tiempos de Luis Echeverría. Dijo: “Me encargaban cortos cinematográficos sobre las giras. Nutría esas giras con referencias librescas, eran documentales diferentes a los habituales. Se podía vivir de eso”.

—¿Usted también le hacía los discursos al presidente?

¡Ojalá! En realidad nunca me hicieron caso, ni cuando me llamaron como asesor, ¡nunca!

—¿Echeverría y usted eran amigos?

El jefe de Estado le dispensaba su amistad a un escritor. Él sabía que no soy ni he sido periodista, más bien un escritor metido a periodista. Echeverría no esperaba de mí defensas monumentales; me tenía simpatía y me amparaba con su poderosa amistad. No me dio dinero, tampoco lo pedí. Fui a todos los viajes y gracias a eso conocí el mundo.

—¿Trabajó para otros presidentes?

Antes, un poco con Díaz Ordaz; luego con varios gobernadores y hasta la fecha.

—¿Tuvo otros amigos en la política?

En la política no se puede tener un solo amigo. Ahí existe un interés, una búsqueda de finalidades precisas e inmediatas, no hay lugar para la amistad.

—Usted fue un colaborador importante del Excélsior de Julio Scherer. ¿Fueron amigos?

Nunca llegamos a ser verdaderos amigos. Yo le tenía un profundo cariño y creo que él a mí también, pero nunca hubo el diálogo natural entre pares. Scherer jamás ha dejado de ser, por encima de todo, periodista, y un periodista va siempre tras la noticia, lo trae en la sangre. Sacrifica cualquier cosa. Scherer sacrificó casi todo por ser el gran periodista que fue. Además, las grandes amistades se tienen cuando uno es estudiante. Ama uno la vida y quien se presenta como poseedor de la vida es el amigo. Después vienen el matrimonio, los hijos y ya nada es igual.

Vino, mujeres y tabaco

La entrevista con Ricardo Garibay se llevó a cabo en su casa de Cuernavaca que, según me dijo, construyó “con dos libros: uno fue un reportaje sobre Chicoasén y otro, De lujo y hambre, acerca de las principales zonas de infra miseria que hay en el país”.

Garibay parecía estar venciendo un cáncer de próstata “con mucho de voluntad y unos carajos medicamentos que cuestan un dineral”. No obstante, fumaba de manera excesiva y por eso encima de su escritorio había tres cajetillas de cigarros de diferentes marcas: Camel, Lucky Strike y Delicados.

El joven aquél es “una novela que narra en un mismo tiempo, en el presente, el derrumbe de un hombre viejo y la vida esplendorosa de su primera juventud”. Garibay fue claro al decir que no era un libro de memorias, “aunque en toda obra hay una parte autobiográfica y una porción de lo que la gente llama ficción, que no es tal, porque es la vida misma, pero no la propia”.

Instalado ya en la vejez, me dijo: “ser escritor es tomar lo menos de la cosecha de la vida. Ya que no pude ser un campeón mundial de peso welter ni padrote internacional, entonces me dediqué a escribir. A los 74 años sólo sirvo para eso, aunque finalmente sé hacerlo bien”.

Acerca del vino tinto y las mujeres, dos de sus grandes pasiones, señaló: “Tomo poquísimo vino porque se contrapone con las medicinas. En cuanto a lo otro, le contestaré con ese verso que dice: ‘Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida, tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida’. ¡Cuál mujer va a querer a un viejo que ya no sirve para nada!”.

Borges, García Márquez, Capote

Durante la entrevista le comenté a Garibay que, en un prólogo memorable, Jorge Luis Borges había escrito: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. A continuación, le pregunté: ¿Usted de qué se jacta? Respondió: “De nada, y no le crea a Borges. Eso es perfectamente falso, quiere ser admirable. Él estaba muy contento con los libros que había escrito, primero justificadamente y, segundo, porque para eso vivió. Ciertamente él leyó abundantísimos libros, pero no tantos como Alfonso Reyes o Toynbee. Borges tenía un gran poder de aglutinación, de síntesis y de relación de lecturas. Sin lugar a dudas, es el mayor escritor en español después del Siglo de Oro”.

—¿Le gusta García Márquez?

No lo leo.

—¿Ni Cien años de soledad?

Sí, lo único. Algunas partes valen mucho, otras no. Es un libro acomodaticio.

—Sé que tampoco le gusta Proust.

Proust es uno de los escritores más aburridos que ha dado el mundo. No quisiera ser el escritor que fue él. La vida es algo muy bullente como para abismarse en un pedazo de pan.

—Ni Truman Capote.

El talento de ese joto vicioso hay que verlo en sus cuentos.

—¿No en A sangre fría?

A sangre fría está bien, pero es una obra sin dificultades, debe usted seguir dócilmente los acontecimientos. Sí hay talento ahí, pero, ¿esa es la gran obra? No creo.

—¿Y La canción del verdugo, de Mailer?

Son payasadas.

—En Las glorias del gran Púas, usted…

Es un reportaje, nada más. Puede valer, pero uno no lo pone entre las obras que dan orgullo.

—¿Cuáles le dan orgullo?

Tengo preferidas, pero la gente que me lee debe decir cuándo hice literatura y hasta dónde llegué.

—¿No se le antoja escribir una novela testimonial acerca de algún magnicidio en México? Colosio, tal vez.

En absoluto. Se hace un reportaje, se escribe una crónica y ya. Me interesa más crear el mundo que uno ve o imagina.

—¿Es feliz?

A mis años, con mis usos y costumbres, actualmente soy feliz leyendo, estudiando, escribiendo; hablando cuando llega el milagro de un hombre o una mujer inteligente.

Las palabras del Púas

Nueve años antes de aquella charla con Ricardo Garibay, entrevisté a Rubén Olivares para la revista mensual Viva. En aquella ocasión, le pregunté al célebre boxeador cómo estaba eso de que había ganado una pelea arreglada, en el mismísimo primer round, tal como aparecía escrito en Las glorias del gran Púas. Contestó: “Son cuentos de Garibay, su ficción. La ciencia ficción del cabrón. Yo no lo hubiera permitido, nunca en la vida. Por el camino recto ganas más. A mí muchas veces me ofrecieron eso, pero no”.

Debí comentarle a Ricardo Garibay aquellas palabras de Rubén Olivares, pero no lo hice. Tal vez en ese momento no lo recordé, aunque lo más seguro es que no haya querido incomodar de más al gran escritor porque mi intención era regresar al entonces DF con la dentadura intacta.

AQ

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