Samuel C. C. Ting: extravagancias del espacio

Mis días con los Nobel

Sus aportaciones han sido trascendentales, tanto para la física de altas energías como para conocer la naturaleza y funcionamiento del universo.

Samuel C. C. Ting, Premio Nobel de Física 1976. (Foto: AP)
Carlos Chimal
Ciudad de México /

Una mañana salía de la oficina del director del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), en ese entonces Carlo Rubbia, cuando me di cuenta de que quien esperaba a ser atendido era Samuel Chao Chung Ting, luminaria de la ciencia física, ganador del Nobel en 1976 por haber descubierto la partícula J/Psi, clave para comprender el mosaico subatómico que forma parte de la escalera del universo, cuyos peldaños unen lo infinitamente pequeño con la vastedad del cosmos.

Su mirada dio pie a saludarlo. Le pregunté si luego podíamos charlar acerca de su juguete más caro, AMS, un fino detector de partículas en el espacio sideral. Me remitió amablemente con su secretaria, quien había permanecido en la antesala. La etiqueta indica comunicarse, primero, en francés; en su defecto, en inglés.

“El profesor Ting puede recibirlo en Boston … en dos semanas”.

Él es titular de la Cátedra Thomas Dudley Cabot en el Tecnológico de Massachusetts, por lo que la cita tenía que realizarse al otro lado del Atlántico. Vale la pena recordar que la etiqueta también supone que uno no debe referirse a un premio Nobel como “doctor” o “señor”, sino como “profesor”, la más alta distinción para quienes generan conocimiento genuino, útil. Hay quienes reciben títulos honoríficos y, aun así, prefieren seguir siendo llamados profesores.

“Difícilmente podré ir”, repliqué, “no cuento con los medios…”.

Me miró, comprensiva; debía consultarlo con el profesor Ting. Por la tarde recibí su llamada.

“No se preocupe”, afirmó ella, “el jet del profesor Ting lo llevará desde el aeropuerto de Cointrin a Logan”.

“Superb!”, respondí.

Samuel Ting nació en Ann Arbor, Michigan, donde sus padres chinos hicieron estudios universitarios. “De muy pequeño me llevaron a su tierra natal”, me platicó”, “durante los años de la guerra crecí en Chongqing, Nankín y Taipei. Por un momento pensé que terminaríamos en las prisiones de Mao”.

Regresó a Michigan, se graduó en físico-matemáticas y enseguida realizó un doctorado en física. Su talento, en particular para las matemáticas, aunado a su manera gentil, adusta, de exponer sus argumentos, le han permitido llevar a cabo experimentos y descubrimientos trascendentales. Sin embargo, a veces ha tenido que hacer cosas que rayan en la extravagancia y, no obstante, se encuentran lejos de ser fútiles.

Así, con objeto de poner por primera vez en órbita un detector de partículas subatómicas, cuya construcción había sufrido retrasos debido a su complejidad tecnológica, Samuel Ting consiguió que la NASA demorara el lanzamiento del transbordador hasta que AMS-2 estuviera listo para ser llevado a la Estación Espacial Internacional.

“Se trata de un dispositivo cuyo propósito es llevar a cabo medidas precisas de los rayos cósmicos que viajan por el universo, aprender más de la antimateria y rasgar el velo de la materia oscura”, aseguró.

Las siglas quieren decir, en español, Espectrómetro Alfa Magnético. El desafío tecnológico, como dije, fue extremo, ya que implicó diseñar, entre otras cosas, un imán superconductor que funcionara en el espacio, traerlo de nuevo a la Tierra, mejorarlo y enviar el nuevo prototipo al espacio. Desde 1998, las dos versiones de AMS han captado y estudiado alrededor de 200 mil millones de eventos cósmicos, entre ellos diversas familias de electrones y positrones, así como de neutrinos que acompañan los rayos que Samuel Ting mencionó; asimismo, han reconocido y examinado isótopos de Helio de muy alta energía, rayos primarios de Neón, Magnesio, Silicio, y otras entidades exóticas. Sin duda, el trabajo conducido por Samuel Ting ha modificado de manera decisiva lo que sabíamos del universo.

Le pedí que me hablara de la antimateria detectada por él y su grupo.

“Encontramos una cantidad considerable de positrones”, respondió, “cosa que despertó enorme interés y especulación en la comunidad científica. Se plantearon tres modelos para su estudio: uno asume que son producto de la aniquilación de materia oscura; el segundo reconstruye el fenómeno de aceleración de esta clase de partículas que alcanzan muy altas energías en objetos astrofísicos. Un tercer modelo analiza la producción de tales antipartículas cuando los núcleos de los rayos cósmicos interactúan con gas interestelar”.

Sus aportaciones han sido trascendentales, tanto para la física de altas energías como para conocer la naturaleza y funcionamiento del universo. Un ejemplo es la enorme colaboración internacional (55 instituciones de 16 países involucradas) que se agrupan en AMS, cuyo cuartel general está localizado dentro del Centro Espacial Johnson, en el área de Houston, Texas.

¿Qué consecuencias acarreó el descubrimiento de la partícula J/Psi?

“Me parece que, sobre todo, haber consolidado el concepto de quark como algo perteneciente a la realidad experimental, no solo al ámbito de la teoría”, aseveró.

Las predicciones indicaban que, de existir, los quarks deberían presentarse naturalmente en pares. A principios de la década de 1970 no se conocían los tres pares que hay en el caso de la materia luminosa, pero descubrir J/Psi aumentó la confianza en encontrar el cuadro completo, como sucedió años más tarde.

“Su peculiaridad radica en que une dos partículas elementales, esto es, un quark charm y su antipartícula. Y como estamos hablando de quarks, se trata de un hadrón, aunque no lo es del todo, pues más bien pertenece a la familia de los mesones, en su caso formado, como he dicho, por un quark y un antiquark en partes iguales”, dijo, y luego agregó:

“Otra característica que llama la atención por su utilidad en la experimentación científica es que se han encontrado muy pocas maneras en que J/Psi decae (se transforma de manera espontánea), por lo que se le utiliza en experimentos de gran magnitud, entre ellos ATLAS y CMS, en CERN, como una especie de calibrador confiable”.

Giovanni Lamanna, líder del grupo italiano en este experimento, me mostró AMS-1 a los pocos días de que la NASA con sede en Houston lo retornara al CERN, en Ginebra. No pudimos acercarnos mucho, pues la radiación electromagnética que traía del espacio aún era muy fuerte y hubiera sido capaz de pararnos el corazón.

Los cazadores de partículas de hoy, como Lamanna, hablan con enorme gratitud sobre lo mucho que han aprendido del profesor Samuel Ting. Sin duda, lo mismo harán mañana los viajeros del espacio profundo, pues, como lo aseguró el ganador del Nobel, “es imprescindible saber de qué están hechas las entrañas del cosmos a fin de confeccionar cartas de navegación precisas si queremos internarnos en el universo profundo”.

AQ

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