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Sergio Mondragón, un brujo de la palabra

Literatura

La hechicería de la poesía nunca se acaba. Este poeta morelense ofrece poemas como si nada sucediera, aunque los lectores nos quedemos temblando.

Lucía Rivadeneyra
Ciudad de México /

Sergio Mondragón abriga la cotidianidad; sí, la cotidianidad tan desdeñada siempre. A la pregunta ¿cómo estás?, la respuesta común es: “pues, pasándola”, así como si nada ocurriera y cuando aparentemente nada sucede, es justo cuando está pasando la vida. ¿Y qué hace un poeta como Sergio Mondragón? La aprehende y la transforma.

Nació en Cuernavaca, Morelos, en 1935. El clima cálido ya es destino. No conforme con eso, llegó a este mundo en agosto, en pleno verano. Alguna vez dije que según el zodiaco es Leo; como felino descansa y duerme; pero, de pronto, ruge palabras que dan miedo. La cercanía con la flora y la fauna ha sido definitiva en toda su obra.

En los años sesenta fue fundador, editor y colaborador, junto con Margaret Randall, de la mítica revista bilingüe El corno emplumado, nombre premonitorio pues ya se mencionan las plumas. El objetivo de la publicación era difundir la poesía mexicana y norteamericana. Y así se hizo durante siete años, lo cual fue un acontecimiento; además, era un medio crítico, a grado tal que dejó de salir al final del sexenio del cuasi impronunciable nombre de Gustavo Díaz Ordaz. En dicha revista coincidieron muchos poetas, entre otros Thelma Nava; ellos dos hicieron una gran mancuerna. Hace varios lustros, también realizó una labor excelente en un proyecto cultural del ISSSTE de actividades literarias y publicaciones. Se trataba de viajar por casi todo el país para promocionar la lectura.

La afabilidad es algo inherente al morelense y quizá la conserva —en un mundo como éste— gracias a las vivencias que su estancia en Japón le dejó. Con una sonrisa sencilla y mágica, ofrece poemas como si nada sucediera, aunque los lectores nos quedemos temblando. Cualquier persona que se aproxime a descubrir o redescubrir los poemas podrá decir “Encuentro lo que me busca / desesperadamente” porque estos versos hacen consciente la necesidad que los seres humanos tenemos de una pradera, un girasol, un hechizo, un cuerpo o “fresquísimas legumbres fecundadas”.

Abre las puertas de su hogar a temprana hora y los desayunos casi se convierten en comidas, con todo y digestivos. La gran anfitriona que es Marina, su esposa, hace que uno no se quiera ir nunca de esa casa en donde, además de palabras, hay perro, jardín, pájaros, cuadros, serenidad.

La Universidad Nacional Autónoma de México en 2006 tuvo el acierto de publicar Poesía reunida (1965-2005) de Mondragón. En esta edición se brindan cuatro décadas de vivencias, encuentros, desencuentros, fidelidades, testimonios… de un hombre que revela en cada verso la intensidad que la naturaleza le pone en el camino. El ejemplar recoge cinco libros de poesía, cinco verdades para la memoria: Hojarasca (2005), El ocre de los lodos (1991), Pasión por el oxígeno y la luna (1982), El aprendiz de brujo (1969) y Yo soy el otro (1965) y así se presentan, del libro más reciente al más lejano; en consecuencia, los poemas remotos se acercan como nunca. Este quehacer poético es una sonrisa serena que de pronto estalla en imágenes de la vida diaria y va a una fiebre escandalosa, a una sorpresa o a un dolor asimilado. Justo el plus de una obra reunida es leer sin cortapisas.

En marzo de 2023, en ediciones Eón, vio la luz Surgidos de la tierra, poemario que refleja la vida breve, diría Manuel de Falla, que vale en su brevedad y en el instante. Carmen Nahui, su hija menor, ilustró la portada. Después de leerlo queda la necesidad de voltear a los elementos tierra, aire, agua, fuego, es decir, el lector tiene la sensación de estar germinando. El autor se involucra con los pájaros, las mariposas, los árboles, las arañas, la perra “Fifí”, los libros… También tiene destellos de humor al hablar, por ejemplo, de la miopía, de las paradojas de la vida o de las palabrotas. No puedo resistirme al poema Ego:

El ego
siempre tratando de ponerse a salvo
y de ganar
en cualquier circunstancia.
El ego
que tiene miedo de morir;
que quiere ser feliz
a cualquier costo.

Ni el amor,
ni la fraternidad o el altruismo
escapan a su asalto: ni siquiera existen
para el engreído
para el ignorante ego
que no se da cuenta
de su propia lamentable
situación.

El también becario del Centro Mexicano de Escritores, ensayista y profesor de diversas universidades, reconocido con múltiples premios, como el Xavier Villaurrutia, podría levantar el ánimo hasta de los muertos con sus poemas eróticos. Muestro estos versos que me acompañan desde siempre y cada vez que los leo o los recuerdo se inauguran: “...tu espalda planicie hecha para perderme / la salvaje desolación de mi nariz oliendo / tu jugo tu aceite tu vinagre / el olor de tu brea cruda / tu boca que sangra / tu pezón que se torna de hierro entre mis labios / tus labios enormes en donde guardo mi secreto de carne... / tus axilas pastizales en donde abrevo sin ojos / tus rodillas al aire...”.

Sergio Mondragón sabe que “la libertad ha estado siempre viva / la libertad se encoge y se adormila, se prende a unas caderas / abiertas a la urgencia de la lluvia”. Por eso, acaso, trata de ser un aprendiz de brujo y coge los vocablos como escobas porque su lugar está en la tierra, para entibiar los cuerpos próximos, y se vuelve brujo consumado al estructurar los versos que viven en los parques, en las amapolas, en la luna, en su debilidad por las rodillas femeninas o en “El día que dobla las piernas y se recuesta en el ocaso”. Es el hombre que mete fuego a las palabras y es capaz de humedecer el cuerpo y los ojos de quien se mete en ellas. Octavio Paz dijo, en 1966, en Poesía en movimiento sobre Mondragón: “busca la palabra del poder (mágico o espiritual, no sé)”.

Quien abra Poesía reunida sabrá de los bálsamos porque encontrará aves, hormigas, semillas, agua y objetos que alumbran y festejará que la Colección “Poemas y ensayos”, haya realizado esta edición que brinda la producción de un escritor al que se volverá irremediablemente. La cercanía con la obra hace que se viva cada verso como una experiencia brutal y al libro, todo, se le mantendrá para siempre a quemarropa, porque este material poético consigue que el lector se estremezca “como quien sale de la niñez y entra en el bosque...”.

Agradezco al poeta su calidez y su entusiasmo por la vida. Dije al principio que a él lo habían abrigado las palabras. Yo diré siempre que las palabras de él nos han abrigado a miles y disculpen la confesión: me han cobijado parte de la vida. En este preludio de festejo redondo por sus 90 años con mayor razón. El título del libro El aprendiz de brujo, quizá el que más me gusta, me da la sensación de que la hechicería de la poesía nunca se acaba. Lo imagino cuando escribe: seducido por estrellas, rodeado de vahos, de niebla, de calderos, de ladridos lejanos. Sergio Mondragón no es un aprendiz, es un brujo de la palabra. No tengo la menor duda.

AQ

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