El 27 de abril pasado, en Nueva York, Joan Manuel Serrat inició su gira del adiós (El vicio de cantar: 1965-2022) y la cerrará el 23 de diciembre en Barcelona. En el Auditorio Nacional se presentó el 18 y 19 de mayo, obviamente con llenos totales.
Serrat vino a México por vez primera en 1969. En los setenta vivió aquí exiliado porque el franquismo lo tenía en la mira y desde entonces sus visitas a nuestro país han sido constantes.
Según el escritor valenciano Manuel Vicent, “Serrat ha tenido el genio de representar una rebeldía moral, tenaz, comprometida, puesta a prueba en momentos difíciles, envuelta en un aura de la dicha de vivir”.
Las dos veces que he platicado con Serrat fue muy cordial y ameno; un tipo sencillo que, de algún modo, sigue siendo El Nano que jugaba futbol en una calle del barrio Poble-Sec, en el distrito Sants-Montjuic de Barcelona.
La primera vez que hablé con él, promocionaba el disco Cansiones (2000), que supuestamente había realizado con Tarrés (Serrat al revés), su álter ego. Me explicó: “El título del disco se le ha ocurrido a Tarrés. El problema es que él piensa que cansiones se escribe así. A Serrat le parece muy tierna la historia. Nunca supo si en este caso se trataba de ignorancia o de una gran sensibilidad por parte de Tarrés, quien acaso quiso utilizar la ‘s’ porque el 80 por ciento de los hispanoparlantes lo escribiría así por su fonética”.
Le pregunté si Serrat y Tarrés eran el equivalente estéreo del cuadrafónico que fue Fernando Pessoa. Contestó: “Me han preguntado si se trata de algo así como Jekyll y Hyde, y yo he dicho que el asunto está más cerca de la teoría del espejo de Borges. Lo de Fernando Pessoa también puede ser una buena analogía. No es el mismo caso de la novela de Stevenson porque Tarrés y Serrat no necesitan anularse para que exista el otro. Conviven en una simbiosis delicada por el conocimiento y la necesidad mutua”.
Quise saber por qué Tarrés aparecía en un disco con temas de otros compositores: “Él nunca ha querido figurar después de tantos años de estar junto a Serrat. A Tarrés no le interesa nada la vida pública ni las fanfarrias ni las lentejuelas, aunque sí que se divierte como loco en los escenarios. El hecho de existir en este disco ha sido una decisión personal de Tarrés. Ha sido una buena decisión y yo se lo agradezco porque su presencia le ha dado un toque lúdico. El disco es un acto gozoso porque las canciones aparecen como históricamente funcionaron, como historias de ida y vuelta. Canciones que han ido de un lado a otro del océano. Viajan de una manera y regresan transformadas. Viajaron como un son puertorriqueño o como un vallenato colombiano y regresan como una rumba catalana”.
Le dije que en la canción “De no ser por ti” ya se había asomado su álter ego: “Efectivamente, ‘Si no fos per tu’ es una canción que aparece en Material sensible, que escribe Tarrés a Serrat cansado de sus reproches. Ahora viene la respuesta de Serrat. Es una discusión de un par de tipos que se saben íntimos enemigos, siempre viajan juntos. Si Serrat dice que hay que ir a algún lugar, Tarrés se encarga de que el sitio valga la pena”.
Ya encarrerados en el juego, pregunté si Tarrés también se trepaba gratis a los tranvías: “Por supuesto. Serrat se subía a los estribos de los tranvías de la mano de Tarrés; con el paso del tiempo aprendieron a subirse a otros estribos”. Y si Tarrés sabía que, según Woody Allen, todo lo que hacemos los hombres tiene como finalidad conquistar a una mujer: “Tarrés y Serrat saben que eso es absolutamente cierto. Ellos empezaron a cantar para acercarse a lo que más les ha gustado en la vida: las mujeres. Cuando no se nace rubio ni guapo ni rico, se debe recurrir a las mañas”.
¿Nunca quiso Tarrés escribir una elegía a Francisco Franco?: “Afortunadamente, Tarrés también es profundamente antifascista”. ¿Y le va al Barcelona?: “Por supuesto. Una cosa es que sean contrarios y complementarios, pero no son pendejos”.
En aquella época, el jugadorazo Luís Figo había dejado al equipo catalán para pasar al Real Madrid; al respecto, comentó: “A Serrat y a Tarrés les impresiona mucho lo que puede hacer un ser humano por ganar más dinero. Hubo una noche que Tarrés se comportó muy extraño, no quiso tomar nada. Los amigos le preguntaban por qué estaba tan deprimido y él no contestaba. Después se supo que Tarrés estaba tan preocupado porque Serrat no sabía cómo explicarle a sus hijos lo que había pasado con Figo”.
Respecto a la afición por la fiesta brava: “Tarrés es más taurino que Serrat. Ellos tuvieron un amigo mutuo, matador de toros, que condicionó la relación de ambos con el mundo de la tauromaquia, y que los llegó a distanciar. Tarrés y Serrat van de vez en cuando a los toros, pero ahí tienen muchos problemas. Mientras a uno le gusta más José Tomás, al otro le da por toreros más a la antigua usanza. Tarrés es currista (fan de Curro Romero)”.
El chacoteó terminó cuando le pregunté si la dupla Serrat-Tarrés tenía que ver con la ambivalencia catalán-castellano: “En ese sentido yo no tengo una dualidad. Soy un hombre producto de la fusión. La posibilidad de expresarme en uno o en otro idioma lo único que produce es una riqueza mayor desde el punto de vista cultural. Serrat y Tarrés no tienen una casa de dos pisos donde uno viva en un piso y otro en otro, como tampoco tienen un piso en catalán y otro en castellano. Serrat-Tarrés es un planteamiento lúdico”.
¿Y no hay peligro de esquizofrenia?: “Todo ser humano tiene su punto esquizofrénico. Uno de los tópicos por los que se nos caracteriza a los catalanes —dentro de la falsedad que siempre tienen los tópicos—, es con el juego entre la palabra catalana seny, que es el juicio, y rauxa, locura. Cataluña ha dado personajes de un gran juicio, un gran criterio tanto social como políticamente, y personajes con una gran rauxa, una locura genial, como Gaudí en la arquitectura o Dalí en la pintura. Eso sin contar a los vecinos que yo tengo”.
El cantautor me dijo que acababa de leer La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, y le había gustado, “además de otro libro que tenía aplazado desde hace mucho tiempo: El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad”.
Al preguntarle a cuál poeta había releído más, dijo: “A Neruda. En él siempre encuentro nuevos caminos; es un poeta de una gran dimensión, de una gran profundidad. Cada vez que lo relees encuentras algo nuevo”.
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Años después volví a platicar con Serrat y también estaba acompañado, no por su álter ego sino por Joaquín Sabina. El catalán y el andaluz promovían el disco La orquesta del Titanic (2012) y conciertos en el Auditorio Nacional de su tour Dos pájaros contraatacan.
Les dije que luego de su gira Dos pájaros de un tiro, muchos apostaban a que no se volverían a juntar. Serrat soltó la primera broma: “Es que somos como Liz Taylor y Richard Burton, cometemos el mismo error varias veces”.
Entre otras cosas, a Serrat le pregunté si acaso no era un peso muy grande andar por la vida luego de haber compuesto “Mediterráneo”, considerada en España como la más importante en décadas, tanto por la crítica como por la gente común. Él dijo: “No me lo creo; hay un buen manojo de canciones que pudieron ser votadas en vez de ‘Mediterráneo’”.
Sabina acotó: “Ése es mi gran cabreo. ¿Con qué cara salgo yo después de que Serrat ha cantado ‘Mediterráneo’? Es algo bien jodido. ‘Mediterráneo’ es una canción que siempre gana cuando hay votaciones, y luego por ahí aparece mi “Princesa”.
Modesto, Serrat comentó: “Es como querer votar el mejor disco de los Beatles, no tiene mucho sentido”. Sabina, juguetón: “¡Ah!, pues Sargent Pepper’s, por supuesto”.
Quise saber qué era lo peor que les habían dicho por su afición a las corridas de toros. Serrat: “En el coche me han dejado recados como: ‘Vaya clase de poeta que eres, asesino de animales’. La verdad es que tengo mucho respeto por aquellos a quienes no les gustan las corridas”. Sabina: “Lo peor no es lo que me han dicho, sino que han quemado mis discos afuera de la plaza”.
Acerca del mismo tema, me dijeron que eran amigos del diestro José Tomás, a quien vieron en una encerrona memorable en Nimes. Con jiribilla, Sabina comentó: “Ahora todo mundo dice que estuvo ahí, pero nosotros sí, lo juro”.
Entonces, Serrat fue el que recordó: “Es como cuando canté en el auditorio Justo Sierra de la UNAM, que es muy pequeño. Muchos dicen que me vieron ahí”. Yo le recordé que ese auditorio es más conocido por su nombre de batalla: Che Guevara. Sabina otra vez: “Conmigo pasa algo semejante. En La Mandrágora cabían 40 personas y ahora todo mundo dice haber estado ahí”.
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Bueno, pero quien se retira de los escenarios es Serrat, así que regreso a él sólo para recordar que hace muchos años yo atesoraba su disco de vinilo con poemas musicalizados de Miguel Hernández, y lo escuchaba con frecuencia. Cierto día, una vecina me dijo que había muerto su hijo adolescente, quien había tenido serios problemas físicos y mentales desde muy pequeño. Traté de consolarla prestándole ese álbum, sugiriéndole que escuchara “Elegía”, que el poeta alicantino escribió en memoria de su joven amigo Ramón Sijé: “Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas / compañero del alma, tan temprano… / Un manotazo duro, un golpe helado / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado…”.
Algunos días después, la vecina me dijo que, aunque había llorado mucho oyendo “Elegía”, le había servido para desahogarse. Nunca me devolvió el álbum y no se lo tomé a mal porque las canciones y los discos de Joan Manuel Serrat sirven para eso y muchas otras cosas menos tristes.
AQ