Una tormentosa relación de amor llevó a David Alfaro Siqueiros a producir un mural excepcional en el que se impuso la intimidad sobre la política. Lleva el aséptico nombre de Ejercicio plástico, pero en realidad es un grito interior, una confesión de parte sobre la pérdida del amor y el fracaso de una relación tan poética como conflictiva con una uruguaya a quien solía llamar “mi Blancaluchita”.
Blanca Luz Brum posó y sirvió de modelo a Siqueiros en su faceta poco sabida de fotógrafo. Tomó las primeras placas cuando la conoció en 1929, en Montevideo, adonde viajó para promover la organización sindical de artistas latinoamericanos. Algunas imágenes sobrevivieron al peregrinar de la pareja: ella de pie en la cubierta de un barco o blandiendo una hoz en un campo agrícola o mostrando el torso desnudo o luciendo trenzas y huipil o danzando frente a una pirámide mesoamericana. Son reminiscencias de una relación marcada por la militancia política, la penuria y, a veces, por el éxito, en un periplo de cuatro años que inició en Uruguay, siguió por Nueva York, México y Los Ángeles, y concluyó de vuelta en Sudamérica.
Comenzó todo en una reunión de artistas y escritores. Ella tenía aspiraciones de poeta, era viuda a los 21 años y madre de un niño. Cayó seducida por alguien a quien llamaba “mi revolucionario”, casado entonces con Graciela Amador, militante del Partido Comunista Mexicano, de la que se divorció al volver a México en 1930.
Dos años después, en octubre de 1932, Blanca Luz y Siqueiros se casaron en California; el matrimonio terminó doce meses después en Buenos Aires, y ella se hizo pareja del empresario Natalio Botana, dueño del diario Crítica, quien encargó a Siqueiros un mural que hoy puede apreciarse en la Casa Rosada, sede presidencial argentina.
Recuperar episodios del idilio ha sido posible gracias a la conservación de su correspondencia, archivada en la Biblioteca Nacional de Uruguay. Una versión del romance fue publicada en la Ciudad de México en 1931, bajo el título Penitenciaría- Niño perdido, donde Blanca Luz refiere un arranque de violencia de Siqueiros y la pobreza que padecieron mientras él purgaba sentencia por actos sediciosos el 1 de mayo de 1930. En 1933, se publicó en Uruguay como Un documento humano.
Escritas de su puño y letra y a máquina, las epístolas de Siqueiros revelan a un hombre enamorado y frágil que intenta en vano preservar su relación. “Blanca Luz: sinvergüenza, vengativa, por qué no me escribes. Chaparrita del demonio no comprendes que tus cartas me hacen una falta horrible y son el mejor aliciente para mi trabajo. Te quiero mucho, tanto que estando rodeado de centenares de gentes y agasajado a todo momento y en mi trabajo, secándome los sesos, no puedo dejar de sentirme horriblemente solo, espantosamente solo. ¡Por qué diablos nos separamos! ¡Por qué diablos no encontramos la manera de trabajar siempre juntos y trabajar bien! Qué fuertes seríamos entonces mi uruguayita encantadora. ¡Cómo te recuerdo ratita vivaracha y patitas de venado! No creas que mi ternura sea el simple resultado de soledad de mujeres. Muchas me miman y dragonean como debes suponer en las condiciones de ‘renombre’ que tengo, pero nadie en la vida puede suplirte en mi cariño, Luchita, Luchota Blanca. Me parece que por no tenerte a ti le he perdido ya el cariño a la noche”, escribió Siqueiros un día de mayo de 1933 desde Buenos Aires, donde preparaba una exposición de catorce cuadros, cuatro litografías y tres fotografías de sus murales.
Siqueiros le hablaba de una “pasión bárbara” cuya naturaleza, describía él mismo, “me sale quemando de adentro del cuerpo y del pensamiento”. Y a manera de rendición total, lanzaba una dócil y desesperada interrogante: “¿Qué sería de mí si un día dejara de quererte?”
Rico en experiencias
Siqueiros llegó a Buenos Aires por invitación de Victoria Ocampo, fundadora en 1931 de la revista Sur, que lo conectó con la elite bonaerense, incluyendo a la directora de Amigos del Arte, una entidad privada dirigida por Elena Bebe Sansineda de Elizalde, de una familia ganadera y conservadora, que irremediablemente chocó con el tren estético-revolucionario del mexicano y sus provocadoras afirmaciones sobre el arte argentino y su pintura de caballete al servicio de las galerías francesas.
En 1932 había pasado una temporada en Los Ángeles, experimentando con pistolas de aire de pintura automotiva. Cuando el permiso de residencia temporal expiró en noviembre, se trasladó con Blancaluchita a Montevideo. Llegaron el 5 de febrero de 1933 y por tres meses y medio habitaron una casa campestre del Prado, en la periferia de la ciudad, en Camino Castro 649.
La visita a la región del Río de la Plata fue preparada con antelación. Siqueiros recurrió a un miembro de la elite bonaerense, el poeta Oliverio Girondo, a quien había conocido en Europa en 1919, y a Victoria Ocampo, con quien estableció comunicación desde Los Ángeles. El acceso al ambiente artístico de Montevideo fue preparado por Blanca Luz con la intermediación de Luis Eduardo Pombo, conocido periodista cultural uruguayo en esos años, quien escribió en El Día: “[Siqueiros] Ha venido hasta nosotros como ningún artista lo ha hecho. Ha llegado un camarada, este hombre rico en experiencias, sabio en teorías, potente en realizaciones, y por esto hemos de estar atentos a su palabra. Hombre de raza y de lucha, viene nutrido en convicciones hondas”.
Siqueiros dictó en Montevideo una conferencia sobre la asimilación de técnicas y materiales de las civilizaciones indígenas en el “Renacimiento muralista mexicano” y otra sobre las innovaciones técnicas del equipo de trabajo que armó en Los Ángeles, donde pintó a un obrero crucificado. En un principio, los diarios reportaron con entusiasmo la visita, pero después fueron callando, en particular sobre una propuesta para realizar un mural con motivos deportivos en la fachada del Estadio Centenario.
Mientras habitó la casa del Prado —ya demolida—, Siqueiros experimentó con la técnica de la piroxilina, aplicando calor a la superficie pintada, en una obra denominada Maternidad, actualmente en el Museo Juan Manuel Blanes de Montevideo, y en otra de denuncia política titulada Víctima proletaria de la China contemporánea, pieza central en la exposición de Amigos del Arte de Buenos Aires, del 1 al 14 de junio de 1933.
Luis Falcini, escultor y sindicalista, fue su primer anfitrión en la capital argentina. Con una redacción escénica, Siqueiros describió el ambiente para Blanca Luz: “Falcini en el muelle. Una lluvia terrible. Un frío más terrible. Millones de ‘cálidas’ banderas de la Patria Argentina. 25 de mayo nada menos o, como quien dice, ‘nuestro’ trigarante 16 de septiembre con sus refrescos con chía y sus rebanadas de jícama frías y saladas (se me hace agua la boca). Un taxi con mis maletas o petacas, con rumbo desconocido para mí. Una casa de departamentos. Uno bajo, de un compañero magnífico, amigo de Falcini. Un cuarto elegante con luces amables para leer en la noche, cinco o seis buenos mates, un formidable baño caliente. Y luego a correr por las calles, ríos caudalosos. Un formidable compañero, hermano del canciller del Consulado Argentino de Montevideo, que me arrastra por todas partes, me sube y me baja de los camiones, del subterráneo, de las ‘sillas eléctricas’ de aquí, de a peso el minuto, pesos que él se empeña en pagar. Todo el mundo fuera de sus casas festejando el mojado día patrio. Luego a comprar chancho asado para comer en nuestro departamento, un chancho tan sabroso como dinamitero”.
Siqueiros parecía a gusto en sus actividades públicas, cenando con intelectuales, artistas y potenciales clientes convocados por Girondo y Ocampo. Un paseo por la Boca, el barrio de los inmigrantes, le entusiasmó especialmente: “Anoche recorrí la Boca de largo a largo en auto, pues este cuate [Girondo] quiere que pintemos frescos en ese lugar. Le echamos el ojo a unos muralones del frigorífico La Blanca que están del otro lado del río con una topografía formidable. Él verá hoy o mañana a los dueños para tratar el asunto. Cree que puede conseguirlo por sus buenas relaciones”.
No pudo obtenerlo, pero en el Buenos Aires de hoy abundan los murales, como un tributo no declarado al artista que trajo la idea del arte público y a los pintores argentinos que se afiliaron a sus iniciativas, como Antonio Berni.
Una onda expansiva
Algo similar ocurrió en Montevideo. Un historiador del arte de larga trayectoria, Gabriel Peluffo, dijo en entrevista que el legado de Siqueiros en Montevideo fue como una “onda expansiva” que se expresó en el tiempo. “Dejó sobre todo eso: la idea de que un artista podría ser un revolucionario radical y tener los objetivos políticos por delante, incluso de los estéticos. La doctrina estética era tributaria del mayor alcance de los objetivos políticos”.
Los pintores uruguayos Enrique Lázaro y Guillermo Laborde acompañaron a Siqueiros en sus actividades en Uruguay, pero, según Peluffo, fue Felipe Seade quien recogió su influencia estética. En sentido estricto, no podría decirse que los murales que aparecen y desaparecen en Ciudad Vieja y barrios populares de Montevideo tienen la impronta estética del chihuahuense, pero parecen inspirados en su concepto.
De un tiempo acá, Siqueiros ronda en la escena literaria y mediática regional por su conexión con Blanca Luz en la novela Falsas memorias de Hugo Achugar; por una historia de vida escrita por Graciela Sapriza en un libro sobre mujeres uruguayas y por el tomo biográfico Una vida sin fronteras, de Alberto Piñeyro. Tras la reconstrucción de Ejercicio plástico en la Casa Rosada en 2010, se estrenó una cinta titulada El mural, narrando el paso del pintor por Buenos Aires. En 2019 circuló el documental No viajaré escondida. Además, se han difundido textos periodísticos.
El mural fue plasmado originalmente en el sótano abovedado de la casa de campo de Botana, cubriendo techo, paredes y piso, de manera polidimensional, aplicada como técnica por primera vez en Buenos Aires, al igual que la piroxilina, de acuerdo con la historiadora del arte mexicana Guillermina Guadarrama.
La crítica ha omitido el tema cifrado del mural íntimo, revelado a cuentagotas por Siqueiros y Blanca Luz. El mural da la sensación de un descenso al fondo del mar en una cápsula, avistando la flora y la fauna marinas. En un plano dominante está una sirena representándola a ella. Blanca Luz da la pauta en su diario, el 3 de septiembre de 1930: “Tú sabes que he nacido en el mar, por las costas tranquilas del Atlántico. Por eso tengo, como las sirenitas, el cuerpo plateado que a ti tanto te gusta y esas piernitas ágiles y torcidas”.
Las investigaciones producidas en Uruguay apuntan como causa de ruptura al machismo, junto con la nacionalidad de Siqueiros. Para Piñeyro no hay duda. Otros lo sugieren: “Con tres pistolas al aire”, tituló una publicación montevideana de agosto de 2014 que se ocupó de su visita, jugando con la idea del arma, cuando en realidad se refería al instrumento de pintura y a las obras de Los Ángeles.
La relación había más bien alcanzado niveles de mayor complejidad en el amor, el trabajo, la militancia, y el dinero era un asunto omnipresente. “Ya verás cómo te ayudo”, le dice con esperanza el 2 de junio de 1933, aludiendo a la posibilidad de vender obra.
Las querellas de Blanca Luz eran también por celos; las de Siqueiros por gritos y arrebatos de ella. “No me hables de celos pues tú sabes que yo no soy compadrito enamorado para perder el tiempo en esas cosas. Cuando me enamoro lo hago bien y por largo tiempo como lo sabes tú mi querida viejita de 25 años”, escribió en una carta donde también dice que ha “boceteado varias veces” un artículo periodístico sobre su libro Penitenciaría- Niño perdido y que espera mandarle “algo serio” para que ella lo publique en Aportación de Montevideo, revista financiada con la venta de cuadros.
Blanca Luz residió por un tiempo en Argentina, haciéndose asistente personal de Juan Domingo Perón, que llegaría al poder tiempo después. De ahí emigró a Chile, donde adoptó dos nuevas parejas y, en ambos casos, ricos empresarios. Murió en Santiago en 1985.
Cuando terminó Ejercicio plástico, a sus 37 años, Siqueiros difundió un texto explicando la técnica y la estética de su pieza abovedada. La disertación vanguardista nada argumentó sobre la fuente de inspiración de ese mural. Siqueiros se fue solo en el barco Troubadour, enviando cartas a Blanca Luz donde expresaba su anhelo de volver a verla, lo que nunca más sucedió.
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