Los reflejos políticos de Zweig

Escolios

Inexplicablemente, el escritor y activista austriaco se rehusó a asumir posturas públicas contundentes ante el nazismo o a denunciar por su nombre a Hitler.

Stefan Zweig murió el 22 de febrero en Petrópolis. (Especial)
Armando González Torres
Ciudad de Méxco /

Stefan Zweig (1881-1942) fue un triunfador precoz, un escritor de fama arrasadora y productividad monstruosa (otro escritor, enterado de que su familia poseía fábricas, y bromeando respecto a su producción, dijo: “no es posible, ¡tiene otra fábrica!”), un ser que parecía expresamente creado para degustar el arte, los libros y las conversaciones y que, poco a poco, constató la caída de un ideal de convivencia y civilización que creía definitivo.

En su libro El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo (Ariel, 2014), George Prochnik analiza, a través de la fuga y autosacrificio de Zweig, la inoculación de la barbarie nazista en la Europa de los años treinta y los distintos grados de vulnerabilidad y tardos reflejos ante esa infección. Los reflejos explícitamente políticos de Zweig no fueron rápidos, ni vigorosos: bien avanzada la década de 1930, cuando sus libros ya habían sido prohibidos en Alemania, entendió el peligro inminente de la brutalidad nazista y partió a sus sucesivos exilios en Inglaterra, Estados Unidos y Brasil.

No obstante, pese al miedo que le causaba el avance de la bestialidad política y al capital moral que implicaba su afamado nombre, inexplicablemente se rehusó a asumir posturas públicas contundentes ante el nazismo o a denunciar por su nombre a Hitler. Por lo demás, el exilio americano cayó especialmente mal a Zweig, no simpatizó con la frenética Nueva York y tuvo que refugiarse en los suburbios para escribir su memoria El mundo de ayer. En este libro, Zweig extraña las voces moduladas de la conversación omnívora europea, las luces de sus espectáculos, la intensidad de sus movimientos artísticos y considera que lo mejor de la historia está íntimamente ligado a las formas de creación y sociabilidad. 

Cierto, Zweig, creyente en un continente europeo sin fronteras regido por las reglas del arte y la urbanidad, al verse súbitamente desarraigado de su mundo, descubre su orfandad y describe su drama como un fenómeno histórico sin precedentes: 

“Nunca jamás... sufrió una generación tal hecatombe moral, y desde una altura espiritual semejante, a la que ha vivido la nuestra”. 

Cuando Zweig se harta de Nueva York, acaso más por un gesto de vanidad que por razones prácticas, elige trasladarse a Brasil, donde unos pocos años antes había sido recibido como una estrella de la farándula. Se asienta en Petrópolis, escoge un café, da paseos y corrige sus libros.

La consoladora rutina de sus hábitos de trabajo le mantiene estable por un tiempo en el caluroso exilio. Un día acude al carnaval de Río y ahí se entera de las noticias: los nazis invaden Singapur y parece que Asia, y con ello el mundo, se les rinde. Retorna a casa, devuelve algunos libros prestados, regala a su perro y escribe una nota que razona el próximo suicidio de él y su mujer. Todavía invita a un amigo alemán a cenar y, dentro de su siempre amable reserva, se permite una confidencia: su esposa y él no duermen bien.

​ÁSS

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