egLa pereza, la obligación de la coyuntura y el relativismo moral hacen fatigoso o fastidioso abordar los grandes temas, aparentemente inconmensurables, como el mal. Hace tiempo, me llamó la atención un libro de la filósofa norteamericana Susan Neiman, con un título largo y ambicioso y un grosor suficiente para disuadir a lectores con prisa, El mal en el pensamiento moderno. Una historia no convencional de la filosofía, (FCE, 2012). En efecto, pese a su renuncia a la pompa académica, se trata de un libro demandante, que, para su cabal digestión, exige demora, simpatía y concentración; aunque, a cambio, ofrece muchas gratificaciones: espléndida pluma, erudición filosófica, gusto literario y fresco sentido común.
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Para la autora, en el mundo contemporáneo, al lado de los innegables progresos morales, hay inadvertidos retrocesos e inéditas zonas grises nacidas de la tóxica combinación entre nuevas tecnologías y nuevos fundamentalismos. Así, la evolución del mal pone a prueba la capacidad humana para comprenderlo. Se supone que debería haber un vínculo estrecho entre virtud, merecimiento y felicidad, lo mismo que entre perversidad, daño injusto y castigo; sin embargo, especialmente después de Auswchwitz, el mundo se empeña en desmentir constantemente esta causalidad. La decepción continua puede llevar a la renuncia a la acción moral racional y a caer en el cinismo. Por eso, es de inferirse que tener la certeza de que, de alguna manera, la causalidad entre virtud y felicidad funciona resulta bueno para la conducta ética; sin embargo, y esto constituye un argumento central del libro de Neiman, que surge de Kant, la acción moral auténtica no responde a una certeza de recompensa, pues eso la volvería un mero intercambio comercial. El individuo está condenado a ejercer su albedrío crítico, imaginar valores universales y aplicar imperativos éticos sin esperar ninguna retribución. Esta circunstancia frágil y desasida de la moral, humaniza y hace trascendente al individuo.
Para la autora, la reflexión filosófica no puede luchar directamente contra las diversas formas del mal (no puede combatir el terrorismo, ni detener el racismo, ni derribar una tiranía) pero sí ofrece elementos para detectarlas y definirlas. Las mutaciones del mal hacen aún más urgente esta labor de epidemiólogo moral, pues, como dice la autora, el gran descubrimiento del siglo XX, debido a Hannah Arendt, consiste en la banalidad del mal, en que los seres capaces de elucubrar las acciones más perversas e infligir mayor dolor no son demonios, sino individuos comunes. El mal puede disfrazarse de simple ingenuidad, ineptitud o pintoresco narcisismo y esta ubicuidad y disimulo hacen aún más importante entenderlo. Porque, como dice Susan Neiman, “La falta de discernimiento puede ser más peligrosa que la perversidad; con mayor frecuencia nos amenaza la egoísta resistencia a ver las consecuencias de acciones ordinarias que deseos manifiestos de destrucción”.
AQ