Suspiros de España

Café Madrid

Inspirada en posibles encuentros entre Concha Piquer, Federico García Lorca y Rafael de León, la obra 'En tierra extraña' es un homenaje no sólo a la canción española, sino a los refugiados de ese país a los que tanto les dolió dejar su patria.

Concepción 'Concha' Piquer López , actriz y cantante española del género de la copla. (Archivo)
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

Siempre que atravieso la Plaza de Santa Ana para llegar al Teatro Español, no puedo evitar imaginarme a los primeros espectadores que ocuparon su patio de butacas en el siglo XIX, cuando concluyeron las reformas estructurales que lo dejaron, en términos generales, tal y como hoy lo conocemos. Será el paisaje de arquitectura antigua o no sé, pero de inmediato pienso en personas con atuendos elegantes, aunque inversamente proporcionales a sus faltas de educación que alteraban el devenir de cada función (sus cuchicheos y gritos, que enfadaban a los actores, y los restos de chucherías desperdigados sin ton ni son, para desgracia del personal del recinto). Pero hoy hace un frío que pela y mejor arrecio el paso, dejo atrás el barullo de turistas que abarrotan las terrazas aledañas y entro dispuesto a realizar un viaje al pasado.

En el escenario aparece Concha Piquer, la gran dama de la tonadilla, la tonadillera por excelencia (“porque mi madre me parió muy guapa, muy bonita, con mucho arte y con mucha simpatía”), luciendo la peineta como corona y la bata de cola y el mantón de manila como encarnación de la españolidad. Bueno, en realidad es Diana Navarro, una neo-folclórica que canta casi como Doña Concha y la interpreta con mucho atino en En tierra extraña, la obra creada y dirigida por Juan Carlos Rubio, donde se juntan la Reina de la Copla y el poeta más famoso de la España contemporánea: Federico García Lorca. Es probable que ambos se hayan conocido, pero no hay prueba documental al respeto ni algún testimonio que lo haya confirmado. No importa, ya está la ficción para arreglarlo.

Sobre las tablas, la Piquer le pide a su amigo Rafael de León, compositor de buena parte de su repertorio musical, que le arregle un encuentro con el autor de Bodas de Sangre. Se nota que entre Rafael y ella existe una complicidad añeja. Se conocieron en Sevilla, una tarde que él tocó la puerta del camerino de la artista: “¿Se puede?, me dijo una vocecita dulce. Pase. Rafael entró vestidito de soldado, se quitó la gorrita y me dijo con el cuello torcido: ¿usted es Conchita Piquer? Yo le contesté: ¿y usted es maricón? Uy, ¿en qué lo ha notado?, me dijo enseguida. ¡En la gorra! Nos reímos los dos y ahí mismo nos hicimos amigos. Bueno, la verdad es que somos como dos hermanas. Yo le cuento las cosas de mi vida y él luego saca de ahí para hacer canciones”.

Rafael de León llama a García Lorca y le dice que acuda a uno de los ensayos del nuevo concierto de Concha Piquer. “Yo creo que quiere que le escribas una canción”, le dice, y el poeta acepta la invitación. Porque admira a la cantante y porque unas pesetas no le vendrían nada mal. Así que al llegar escucha la portentosa voz de la Piquer interpretando Tatuaje, Ojos verdes, Y sin embargo te quiero o Lola Puñales y la emoción se apodera del hombre que fue amigo de Salvador Dalí y de Luis Buñuel.

Ya estando frente a frente, la verdadera razón del encuentro sale a flote: Concha sabe de buena fuente que Federico está en la lista negra de los que acabarán ganando la Guerra Civil y, por su seguridad, le ofrece un pasaje a México. El escritor, sin embargo, cree que los ánimos se calmarán y declina el ofrecimiento, pero cuando aumenta la intensidad del conflicto no tarda en darse cuenta de que estaba equivocado. El problema es que se resiste a dejar su patria porque no quiere llegar a sentirse… en tierra extraña.

En tierra extraña es el título de un himno para los emigrantes españoles. Canta y cuenta una Nochebuena en Nueva York, lejos de casa, en la que “entre vivas y oles por España se brindó”. No obstante, dice, cuando se bebe lejos de España, todos lloran y suspiran por esa España que se dejó. El tema quedó grabado en la memoria sentimental de este país y la voz de Concha Piquer fue uno de los pocos incentivos para aliviar la herida del exilio.

La copla fue la banda sonora para los supervivientes de un conflicto que partió en dos a la sociedad española. El inconveniente fue que, como un día dijo el cantautor Carlos Cano, “la dictadura de Franco casi la orinó como un perro a su árbol” y durante mucho tiempo se le identificó como la música del régimen. No es verdad, nunca lo fue. La copla siempre ha sido la voz de la marginación, el dolor, la soledad, el desamor, el desengaño, (y la fiesta, los toros y el costumbrismo). Quizá por eso, con la fría noche sobre las calle, salí del teatro tarareando y suspirando en tierra extraña.


AQ

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