La ciudad sostenible de Tatiana Bilbao

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Reconocida en todo el mundo, la arquitecta mexicana habla del espacio doméstico como el centro de la transformación urbana y sobre su idea del espacio público y el privado como espejos de la conciencia social y ambiental.

Tatiana Bilbao, arquitecta mexicana, reflexiona sobre los desafíos actuales del urbanismo. (Foto: Luis Garván)
Laura Cortés
Ciudad de México /

“Hago sueños para la gente”, dice Tatiana Bilbao (México, 1972), una de las arquitectas mexicanas con mayor proyección internacional. Esos sueños han incluido la construcción de viviendas para refugiados en los Países Bajos; casas de interés social en Lyon, Francia; una sala de exposiciones en el parque Jinhua (cerca de Shanghai), proyecto convocado por el artista chino Ai Weiwei, con quien ha colaborado en otros dos proyectos: unas villas en Ordos, Mongolia, y una serie de intervenciones en la Ruta del Peregrino, en Jalisco.

Sin importar la ubicación geográfica, sus propuestas han contemplado el aspecto social y ambiental. Su visión humanista está presente lo mismo en Bioinnova, en Culiacán, considerado “uno de los edificios sustentables más bonitos del mundo”; en las casas Ajijic, en Jalisco; o en el prototipo de viviendas sustentables y de bajo costo para comunidades pobres en México.

“Hacer espacios por personas y para personas” ha sido el lema de Bilbao, también catedrática en universidades como Yale y Harvard. “El arquitecto siempre ha sentido que tiene la solución de cómo debe vivir el otro. Para mí, nunca ha sido así. Nunca he sentido que tengo el conocimiento suficiente para decir cómo puede vivir alguien más. Para diseñar necesito del otro y por eso diseño con el otro”, dice la urbanista, reconocida con el Global Award for Sustainable Architecture y con el Architizer Impact Award, entre otros premios.

—¿Cuáles son los desafíos actuales del urbanismo?

Me gustaría aclarar que hasta ahora el covid no ha cambiado nada; sin embargo, ha puesto al rojo vivo las problemáticas y las carencias que tenemos como sociedad. Nos las ha puesto en la cara para que nos demos cuenta de lo que tenemos que hacer.

Para mí, la ciudad post-covid (de la que tanto se habla) debe ser la ciudad del cuidado. Es vital que entendamos que el centro de la vida no puede ser, como lo es ahora, la producción. Las ciudades no van a morir porque están dedicadas a la producción; los que vamos a morir somos los seres humanos si no le damos vuelta a eso.

El cambio climático es uno de los temas fundamentales. La ciudad post-carbono tiene que imaginar cómo sustituir el uso de combustible de carbono para transformarse, pero esa no es la única transformación que se necesita porque, aunque eso sucediera, estaríamos en una relación omnipresente con la producción. Todas nuestras relaciones son a través de un intercambio monetario; para satisfacer nuestras necesidades básicas necesitamos dinero: para comer, dormir, beber, para tener acceso a los servicios de salud.

Hoy, la ciudad se basa en una ficción: para existir necesitamos producir; la ficción está en el hecho de que para producir necesitamos existir. Si no existimos no somos productivos. Tenemos que revertir ese proceso y generar plataformas para que el ser humano exista y después pueda producir. Tenemos que cambiar profundamente la manera en cómo nos relacionamos.

La arquitectura y el urbanismo por sí solos no pueden hacerlo, pero sí pueden ser la plataforma para lograr ese cambio. Actualmente, el urbanismo responde a la ciudad de carbono, diseñada para facilitar la producción. Todo se basa en producir más y mejor.

—¿Cuál sería la estrategia para revertir ese proceso?

El espacio doméstico es el centro de la transformación. El 70 por ciento del espacio construido en la ciudad corresponde al espacio doméstico. Es el corazón de la existencia del ser humano; por eso, de entrada, no debería tener etiquetas. Sin duda, el ser humano requiere de espacios íntimos, pero cada habitante debería ser capaz de determinar su propio espacio, con sus divisiones o no divisiones. Creo, como dice la escritora Silvia Federici, que la transformación no se va a lograr si no se empieza desde el punto cero y ese es la revolución doméstica.

Para mí, reitero, la ciudad del futuro se llama la ciudad del cuidado y es aquella que pone el trabajo reproductivo y doméstico como el trabajo más importante y esencial en el planeta.

Después, creo que debe haber un espacio que hemos perdido en las ciudades y es ese espacio vital donde se establece la comunidad, esos espacios comunes que la gente pueda utilizar para organizarse; espacios polivalentes, quizá un jardín, una cocina, una biblioteca, un salón de clases, un taller.

Hoy en día hablamos de espacios dicotómicos, completamente privados o completamente públicos. Nos falta entender cómo ir escalando espacios para ligarnos otra vez con el barrio y saber qué pasa en la cuadra, qué pasa en la colonia, y cómo esta nos conduce hacia ese nuevo orden social.

Creo que las calles deberían volverse espacios para la gente. Ahora son cien por ciento para los coches. Toda la visión apunta hacia las banquetas, los pasos peatonales, la señalización. Cómo le hacemos al revés. No el coche; sí la gente. No estoy diciendo que vamos a regresar a la época de las cavernas y que ahora vamos a plantar huertos en las calles, pero sí creo que hay una nueva jerarquía que se vuelve más sustentable con el medio ambiente.

Proyecto 'Estoa – UDEM', espacio educativo-comercial de uso mixto con estacionamiento en Monterrey, Nuevo León. (Tatiana Bilbao Estudio)

¿El coche va a desaparecer?

Ojalá un día entendamos el daño que el coche le está haciendo al planeta. Sin ninguna duda, el coche debería desaparecer. Y va a desaparecer, pero no por una buena idea o por buenas intenciones. Va a desaparecer porque su uso se va a volver muy caro. En Europa ya es muy caro. Tiene muchos impuestos, la gasolina es carísima, estacionar el coche es imposible porque no hay estacionamientos y eso está desincentivando el uso del coche.

Por desgracia, Estados Unidos no tiene esa misma filosofía, porque su economía está basada en el carbono. Veamos qué van a hacer para librar la contaminación y la relación con el medio ambiente.

Si podemos generar estas ciudades entrelazadas con relaciones sociales, el coche se vuelve hasta un poco obsoleto. Lo vimos en la pandemia. Para los privilegiados que tenemos la oportunidad de trabajar en nuestra casa (no somos la mayoría de la población, ni de cerca, pero somos los que tenemos coches y contaminamos), el coche se volvió obsoleto. Por lo menos para mí. No lo necesito para ir a comprar el pan porque puedo ir en bicicleta, por ejemplo. Eso hizo que nos interesáramos más por nuestra localidad.

¿Cuál debería ser la estrategia de movilidad en las grandes ciudades?

No veo el futuro si no se invierte en el transporte público y si no se apoya a los transportes más ligeros como la bicicleta, los patines, etcétera.

Me cuesta muchísimo trabajo entender cómo se piensa aún en hacer viaductos, ejes viales, en lugar de invertir en transporte público.

Me da mucho coraje pensar que en México se invierte en hidrocarburos y en cosas que no apuntan al futuro, pero tampoco somos los únicos. El plan de infraestructura del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por un lado, habla de volver al Acuerdo de París y de la reducción del carbono, pero por el otro lado plantea la ampliación de la infraestructura vial de forma muy importante. No sé a qué le está apostando. No hay camino al futuro si no se plantea una reducción del uso del carbono.

Proyecto 'Centro de investigación del Mar de Cortés' (en proceso) en Mazatlan, Sinaloa. (Tatiana Bilbao Estudio)

Eres pionera en proyectos de arquitectura sustentable. ¿Cuánto terreno ha ganado la sustentabilidad?

En los últimos años se ha violentado el uso de la palabra sustentable. Es un término que se ha reducido a la relación con el medio ambiente, lo que veo como algo muy extraño, porque se nombra como si fuera algo ajeno a nosotros, cuando somos seres naturales, parte de la naturaleza. Un ejemplo claro son todos esos edificios calificados con certificaciones muy cuestionables (“el edificio más sustentable del mundo”), llenos de aire acondicionado, lejos de donde vive la mayoría de la gente que lo usa. Un edificio que no se engancha con la comunidad, que no aporta nada, no puede llamarse sustentable.

Me preocupa mucho el uso de la palabra “sustentable”. Me gusta más “sostenible”. Es lo mismo, pero la prefiero porque no se ha violentado tanto. Se refiere al uso eficiente de los recursos económicos, políticos, sociales y medioambientales, sin poner en riesgo nuestro futuro.

Has dicho que la preponderancia del mundo financiero en la arquitectura ha tenido “resultados diabólicos”. ¿Cómo escapar de ese sistema?

Yo no he escapado. Soy parte de ese sistema diabólico y soy esa que ha permitido perpetuarlo; lo vivo, lo establezco y, a veces, hasta lo celebro. No es posible desconectarse de él. Sin embargo, creo que la forma no es rechazar el sistema sino entenderlo, estar dentro de él y proponer una alternativa a través de la plataforma del mismo sistema. Eso es lo que estoy tratando de hacer. No tengo la respuesta, no creo encontrarla, pero voy a buscarla toda mi vida.

Sin duda, podemos establecer plataformas para ir generando ese cambio. Crear una arquitectura que sea la plataforma para que cada uno pueda generar su existencia. ¿Cómo? Es la pregunta que me hago todos los días. Por eso he buscado aperturas en los sistemas económicos para ampliar la posibilidad de la gente a acceder a la vivienda; ampliar los sistemas de construcción para que la gente pueda relacionarse mejor con el medio ambiente; ampliar las posibilidades dentro de la construcción del espacio doméstico para que también existan esos espacios comunes que nos permitan existir.

¿Cuál es el papel de los ciudadanos en la reconfiguración de las ciudades?

Hemos perdido la noción de ciudadanía. Tenemos el gobierno que tenemos porque no somos los ciudadanos que debemos ser. Así de fácil. Somos víctimas y victimarios. No hemos sabido reengancharnos con el concepto de que el gobierno es una representación de la sociedad. No es la clase política y la sociedad, como algo separado. Es igual que con la naturaleza cuando decimos: “estamos haciendo daño a la naturaleza”. ¡Bienvenidos! ¡Somos seres naturales! Hemos perdido la noción de representación y tampoco hemos sabido ser esos ciudadanos responsables que quieren un lugar mejor. Estamos sentados esperando, viendo qué hace el otro y creemos que nuestro único deber ciudadano es votar. Ser ciudadano es saber lo que necesitas, entender cómo gestionarlo, hablarlo con el representante que puede facilitarlo.

Las democracias que funcionan son las que establecen como principio la participación y la representación. Es una necesidad urgente regresar a entendernos como ciudadanos.

¿Qué tan lejos estamos de lograr esa “ciudad del cuidado”?

Mi Tatiana idealista dice que vamos para allá, mi Tatiana optimista dice que estamos en pausa, y mi Tatiana realista dice que no, que nunca vamos a llegar a ese camino.

AQ

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