Cómo relatar el desasosiego

Reseña

En 'No contiene armonías', Tedi López Mills piensa con la poesía, reflexiona con ella.

Escritos entre 2018 y 2019, los poemas de 'No contiene armonías' adelantarían el desasosiego que crecería con la pandemia. (Foto: Jesús Quintanar)
Araceli Mancilla Zayas
Ciudad de México /

El libro No contiene armonías (Almadía, 2024), de Tedi López Mills, abre con la declaración contundente de su título: el lector no encontrará en él combinación de sonidos acordes, amistad o concordia. Tampoco unidad en los factores. Tal es la premisa que lo acompaña al buscar una forma o simplemente dar con ella. Así que empieza por el último poema de los escritos entre 2018 y 2019 que lo integran. Consiste en un inicio bien empleado para alumbrar las intuiciones y los hallazgos que lo preceden.

Es significativo que no se trate de un libro escrito durante la pandemia y los años que siguieron a su periodo más crudo pues, antecediéndola, parece presentirla. No lo hace desde la aterradora reclusión que comenzó a vivir el mundo, sino apuntando hacia gestos, desencuentros que se dieron en México durante ese tiempo. Comportamientos que anunciaron cierta manera de padecer en colectividad los discursos públicos que vendrían después.

Antes de la pandemia el desasosiego ya recorría la cotidianidad de miles de personas que hacían su vida aquí, en medio de circunstancias hostiles, por decir lo menos. El sentimiento artístico, siempre adelantado, enumera en este libro deberes para el pensamiento de lo agradable que, visto el escenario, solo sería posible en la teoría literaria. El poema con el que abre el libro intenta cumplir su deber de instalarse en el mundo objetivo pero lo subjetivo se cuela y la voz de la poeta se interesa en abordar esta rebelión con ironía. Le mueve hacer poesía con el pensamiento, de manera que, aun convocada por cierta tendencia crítica, se resiste a pensar en la pura experiencia y resuelve pensar en las palabras que no existen: algo que resulta más creativo y perturbador. Posiblemente necesario.

La ironía un poco amarga de sentirse solo ante el mundo, por lo general subjetiva, se confronta con la búsqueda de una objetividad exigida desde el afuera. La incomodidad y el desarreglo van generando el discurso que cuestiona las reglas de la escritura y las normas de socialización entre escritores.

A la voz de la poeta le importa la filosofía, que suele tropezar con la piedra preciosa de los poemas. Sin duda hay una razón poética en el libro, pero no surge del corazón risueño o de lo cortés; sí de ausencias, de contradicciones de la mente. No de armonías comunes sino de sus contrarios. Quizá de armonías de otra especie. De las que ponen el dedo en la llaga. Desarmonías. Lo que la poesía no es, se enuncia: diatribas, puntos de vista. Al subvertirlos abarca todo: “la crítica del lenguaje se llama poesía”.

La rebelión de desarmonizar lo que se quiere armonizable es una de varias en este libro. Reconoce que recuperar la brújula no es cosa fácil. Pero lo intenta con esdrújulas y sinónimos. La lucha por la conciencia está presente y es una conciencia de lo efímero. De lo que no permanece. Nunca abandona su naturaleza de poiesis. La conciencia busca sustantivos y preceptivas, figuras retóricas para una aspereza que llora. Con gramática puede reconstituirse el mundo, no por eso lo abstracto se vuelve amable y lo concreto deja de ser utilitario. Sin embargo, se apela a Rubén Darío, quien hace tiempo decretó: “siempre habrá poesía, y siempre habrá poetas”. De acuerdo. Lo que parece preguntar el libro es ¿cómo?, si los suicidios, los colgados, los ahogados andan por ahí y con sus presencias confirman que todo acontecimiento puede entrar en el poema, pero es complicado. Ronda la pregunta: ¿qué es la poesía? Los poemas la someten a sus inquisiciones porque: “El poeta no cree en la realidad/ mientras no se represente/ en la dialéctica que él propone”.

Otra rebelión de este libro es ceder a preocupaciones existenciales y volverlas parte de su corriente verbal. Nunca es literal ni señala a nadie en concreto al apuntar hacia el conflicto de sentirse parte de la masa. De la masa que alimenta el poder. De la masa que lo enfrenta. Con atención, observa: “Tiene prisa la masa de acoso”. (Hay un pequeño traidor que puede estar en cualquier lado. Y el enemigo mira desde el panóptico de la masa.) “La masa está sentada frente a sí misma, escribe Canetti”.

El sobresalto de obedecer, la angustia de ser impelido por la masa, asoma. Además de los de Canetti, antiguos descubrimientos, igual de inquietantes que los del pensador búlgaro, resuenan en quien lee: los de Nietzsche sobre la voluntad de poder, oculta en los discursos de cualquier autoridad; los de Hannah Arendt sobre la conciencia sustitutiva, por la cual las personas renuncian al pensamiento crítico, a pensar por sí mismas.

En un momento dado, se hace el relato epistolar del malestar con el mundo. Parece que estamos en el país de Oz, el cuerpo se ha vuelto de paja y surgen candados de plata, un río amarillo. La audiencia judicial, el material humano (antes llamado gente), el uso adecuado o inadecuado de las palabras en un poema, nos remiten a lo que ha causado heridas, lágrimas. Sugieren el dolor del caos personal que se trasvasa a lo comunitario.

No contiene armonías piensa con la poesía, reflexiona con ella. Su última parte conduce al nuevo recinto donde encontramos la inmovilidad del espíritu, el miedo y un manual de coyunturas. Kafka, muerto hace 100 años, reveló en su obra el sinsentido y el horror al que pueden conducir las acciones burocráticas. Prefiguró los espacios absurdos del autoritarismo, siempre al acecho, que este libro inusual rebate desde su complejidad poética.

AQ

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