Tejer como acto transformador de la realidad

Ensayo

La revaloración de los oficios textiles ha significado una revuelta contra el discurso artístico hegemónico y contra modelos de crear que contradicen la diversidad de lo femenino.

Miriam Medrez, 'Resonancia onirica 1'
Miriam Mabel Martínez
Ciudad de México /

Año con año, las expresiones textiles han aumentado durante las marchas del 8M (Día Internacional de la Mujer) y del 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer). Este acompañamiento es una de las tantas formas que nos entretejen a las mujeres dentro y fuera del espacio público. Manifestaciones, exigencias y haceres nos abrazan como metáfora de la sororidad, exhibiendo que ya no estamos, como señalara Simone de Beauvoir en El segundo sexo, “dispersas entre los hombres”.

Como un patchwork o las cobijas que nos tejían abuelas, tías y madres, estas formas textiles nos remiendan en la diversidad de lo femenino y muestran la variedad de búsquedas y protestas que coinciden en un objetivo común: romper paradigmas, al sugerir otras maneras no sólo de entender el hecho artístico sino de amalgamar conocimientos, disciplinas y herramientas exploradas por mujeres que, paralelamente al discurso artístico hegemónico, confrontan, recuperan y tejen una versión alterna a la realidad heteronormada, a la historia oficial.

La curadora e investigadora Karen Cordero ha sido una figura clave para comprender la importancia del uso de los textiles (como técnica, soporte, estrategia y método) en las prácticas artísticas, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando los estudios de género desataron búsquedas teóricas y creativas que revaloraron oficios encerrados en la domesticidad (como el bordado, el tejido en agujas o gancho y la costura, por ejemplo).

Recuperar y sacar estas técnicas de la intimidad para desarrollar un pensamiento textil escrito a mano ha sido una manera de cuestionar los cánones y de re-trazar rutas en la producción contemporánea, hilvanando así posibilidades que proponen otras significaciones, experimentar lo desconocido por caminos conocidos.

Cada vez más artistas —mujeres y hombres— incorporan los oficios textiles no sólo, como ha señalado Cordero, para “construir nuevos discursos, desmontar y reconfigurar categorías, dicotomías y cartografías constitutivas del canon histórico-artístico”, sino para asumirlos como una forma de conocimiento. Tejer, coser, bordar, dibujar con agujas, dar volumen cosiendo, pintar zurciendo, esculpir a gancho para rebelarse a los géneros impuestos por un modelo jerárquico al pensar, producir y contemplar el arte.

Al atravesar un lienzo con una aguja, al tejer un derecho o un revés, al alzar un punto, al cardar y teñir lanas, al enhebrar o cortar telas se reta al sistema, como lo ha hecho Marta Palau (1934). Esta artista, de origen español y nacionalizada mexicana, disrumpió en los años setenta con tapices que relataban una versión femenina del mundo, configurando un discurso contestatario, extendido a sus esculturas blandas hechas en fibras naturales, que detonó la reflexión temática sobre la mujer y sobre la práctica escultórica. En este sendero, y en la misma década, Leticia Arroyo (1938) comenzó a investigar la producción textil. Como parte de esta revolución suave, en 1984 instauró el Taller de Escultura Textil, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, que ha sido referencia y guía durante más de 30 años. Por si fuera poco, Arroyo es una de las pioneras en convocar a tejer en público: en 1991 coordinó “Trama y urdimbre del juego al arte”, una sesión de tejido colectivo en la explanada del Museo Rufino Tamayo.

Este movimiento textil, que está desenredando un sistema anquilosado para tejer otras formas de habitar el mundo, es resultado de horas de observación y de acompañamiento de presencias y ausencias femeninas. Su genealogía va de nuestras ancestras —artistas como Louise Bourgeois (1911), Anna Bella Geiger (1933) o Ana Mendieta (1948); pensadoras como Silvia Federici (1942) y su El Calibán y la bruja, Hélène Cixous (1937) y La risa de la medusa, Donna Haraway (1944) con El patriarcado del osito Teddy, Oyèronké Oyěwùmí (1957) y La invención de la mujer, o Rita Segato (1951) con sus Contrapedagogías de la crueldad, entre muchas otras—, pasando por el reconocimiento del legado desafiante de las arpilleras latinoamericanas, las enseñanzas de las mujeres de nuestras familias y la diversidad cosmogónica textil de las culturas antiguas del mundo, hasta las tecnologías emergentes.

Los cruces de estas influencias e inspiraciones, así como las prácticas inter y transdisciplinarias nos han ayudado a trazar senderos propicios para la experimentación. Estos espacios de enredo y desenredo han tejido conspiraciones y desarrollado discursos, algunos muy sólidos como el de Carlos Arias (1964), artista de origen chileno que utiliza, desde la década de 1990, el bordado como un medio para hacer una crítica postcolonialista y cuestionar las representaciones identitarias en América Latina. Mónica Castillo (1961) es otra artista que ha reconceptualizado los haceres textiles. Su obra Modelo para autorretrato III y representación, de 1997, tejida a gancho, propone una deconstrucción del autorretrato a partir de los materiales. De esta forma, transgrede, sin duda, la tradición: una pieza tan provocadora como el proyecto-investigación-práctica participativa elaborada, durante los últimos tres años, mano a mano con bordadoras oaxaqueñas que se expondrá este año en el Museo Textil de Oaxaca.


Monica Castillo, autorretrato


Pero no solo se trata de repensar lo femenino ni de romper “con los horizontes de expectativa comunes con respecto a factores como la relación jerárquica entre arte y artesanía; el manejo o combinación de medios y géneros artísticos; los referentes convencionales de género sexual, clase y etnicidad; y modelos de arte político”, como ha señalado Cordero, sino de cuestionar cómo ocupamos los espacios públicos y privados. Desde 2011, Fuentes Rojas ha sido una inspiración. Domingo a domingo, de 12 a 15 horas, en la Fuente de los Coyotes, en el centro de Coyoacán, desconocidos se vuelven conocidos mientras bordan los nombres de las víctimas de la violencia. La iniciativa “Bordando por la Paz y la Memoria. Una víctima, un pañuelo” continúa bordando y a-bordando la necesidad de reconstruir la memoria colectiva, ejerciendo nuestro derecho a recordar.

Este a-bordarnos se ha ido replicando en distintos puntos de México y del mundo. Uno de esos pilares es el impulsado, en 2012, por la artista Rosa Borrás (1964) en Puebla, donde ha creado “hermandades del hilo” como la que la une con Mabel Arellano (1987). Si bien el punto de encuentro entre estas dos artistas fue inicialmente la gráfica, han ido confeccionando relaciones interdisciplinarias que narran historias que comprueban el poder de las agujas. Borrás lo vivió con el que considera su primer bordado político: una cobija dedicada a los y las bebés de la Guardería ABC. Al marchar en el tercer aniversario del incendio, confirmó lo que ya sabían nuestras abuelas: los bordados y tejidos transmiten ideas y hechos de una forma sensible; de hecho, como ha comentado la artista: “son un gran medio, es distinto a ver la misma información en las noticias”.


Rosa Borras, Guardería ABC


Los textiles tienen una carga afectiva única, como se evidenció recientemente en la muestra Tras las huellas de las desaparecidas, en Seminario 12, en Ciudad de México. Esta iniciativa —coordinada por la antropóloga, realizadora audiovisual y tejedora Mariana Rivera; la curadora de Conflict Textiles Roberta Bacic, y la activista colombiana Isabel González (reconocida en su país por su activismo por la reconciliación tras el conflicto armado)— conjuntó 73 piezas tejidas, bordadas y cosidas que celebran el hacer textil como un acto de resistencia.

Ahí están de igual manera los trabajos de arpilleras chilenas confeccionados durante la dictadura; la instalación sonora realizada ex profeso para recordar a Alicia de los Ríos Merino, desaparecida de manera forzada durante la Guerra Sucia en la década de 1970; los rótulos tejidos a gancho por la colectiva Xico Tejedoras Urbanas; la mancha roja en expansión tejida por la Colectiva Hilos y el estandarte 3650 de Zeltzin Nieto Mata (1986), quien bordó diez figuras femeninas al día durante un año, que suman y muestran los 3650 feminicidos cometidos en 2020.


Bordado de Zeltzin Nieto Mata en la exposición Tras las huellas.


Por otra parte, los vestidos de Miriam Medrez (1958) dan volumen al silencio, a las ausencias, reconociendo que estos procesos, además de acompañarnos en los duelos, abren una brecha hacia la reinvención, como le sucedió hace casi quince años, cuando palpó en la flexibilidad de los materiales la oportunidad de confeccionar otros retos, como los trece vestidos que conforman la exposición Vístome de palabras entretejidas (que se muda del Museo Nacional de Arte, en Ciudad de México, a la Galería de Arte Contemporáneo, en Xalapa). Estas prendas-esculturas fueron creadas a partir de las reflexiones de escritoras mexicanas sobre lo que les significa el acto de vestir. Los textiles como material escultórico le han sugerido a Medrez puentes colaborativos con otras y otros artistas. Así, entrando y saliendo de la tridimensionalidad, ha surcido conocimientos, experiencias, memorias, problemáticas e interrogantes sobre el cuerpo y las resonancias en los espacios que habita y los habitan, como en la instalación inmersiva Resonancia onírica, que se exhibe en Plaza Fátima, en San Pedro Garza García, Nuevo León, la cual remienda delicadamente lo textil, lo sonoro con la luz.

En esta misma línea, Julia Caporal (1973), artista e investigadora del Instituto de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, teje el espacio. Su pieza Nido-Cama (que ocupó una habitación del Hostal Casa Viajero, en Pachuca, Hidalgo) es un eco de la gráfica expandida. En 2010 experimentó los primeros coqueteos con lo textil y la sugerente pieza intervenida Cortina se exhibió en las vitrinas del metro Pino Suárez. Si bien Caporal empezó a tejer como una exploración formal, muy pronto descubrió, entre lazada y lazada, la potencial conjunción de dos técnicas: tejido y grabado. La instalación está compuesta por un nido de 2 metros de diámetro por 1.50 de alto y quince nidos pequeños que la artista tejió durante tres meses. Al entrar a la pieza, el espectador anida como las aves y habita el nido como forma, objeto, función, sensación y concepto.


Julia Caporal, Nido-cama


Así como Caporal ha compartido desde aproximadamente una década sus indagaciones textiles en la enseñanza, hace más de un lustro Teresa Olmedo (1982) inició el Taller de Experimentación Textil, en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, el cual convoca a explorar la producción textil no sólo como objeto sino como lenguaje.

Esta creciente necesidad por expresarse y entender lo textil ha impulsado apuestas independientes como el Taller Textil Dos Coyotes, centro de operaciones de Karla Belinda (1983) desde 2013, y el diplomado “Introducción al desarrollo de técnicas textiles”, de la Facultad de Artes de la UNAM, coordinado por Natalia Sánchez (1981), quien también opera, desde 2014, el espacio ¡Ah, qué las hilachas! Estas iniciativas se han convertido en puntos de aprendizaje, complicidad y conspiración entre creadoras, pensadoras, productoras profesionales y aficionadas que, en los gestos corporales de teñir, enhebrar, coser, tejer o bordar, escriben otras narrativas y sus derivaciones tecnológicas como el “Laboratorio de textiles sonoros”, impartido por Dora Bartilotti en el Museo del Chopo. Los textiles electrónicos desarrollados como medios tácticos de acción colectiva se activarán el 12 de marzo en un performance durante el cual los cuerpos se convertirán en amplificadores de la protesta.


Natalia Sánchez, La policía no nos cuida


La tecnología como soporte para el pensamiento textil es una de las líneas exploradas por las generaciones más jóvenes. Tal es el caso de Ana Rivera (1989), conocida en las redes textileras como Inimisqui. Sus animaciones bordadas sintetizan no sólo el sentir de sus contemporáneas, sino que revitalizan el concepto de ilustración a través de la recuperación del tejido y el bordado aprendido de las abuelas. De pronto, en sus piezas en movimiento nos observamos repitiendo esos gestos que nos unen a todas las tejedoras y bordadoras en presente y en pasado. Sus breves gifs nos recuerdan que somos el tejido de la abuela porque la revolución textil, al igual que la feminista, es un proceso permanente.

Hoy los textiles se manifiestan, provocan dentro y fuera de casa, ocupan los espacios públicos, cuestionan la academia, desbaratan fronteras, surcen diferencias, tejen rutas alternas, bordan protestas y revitalizan museos, como el Nacional de las Culturas Populares que abriga Des-bordando, con el corazón morado. Muestra de tejido feminista, la cual exhibirá, hasta el 3 de abril, 100 piezas realizadas por 70 bordadoras de Ciudad de México, Guanajuato, Sinaloa, Querétaro y Veracruz. Este y otros relatos anónimos están destejiendo paradigmas, tejiendo futuros e hilvanando feminismos, expresiones y acciones que confirman que el mensaje es y está en los textiles.

​AQ

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