“Somos esa cosa con que están hechos los sueños”. Qué difícil es traducir el famoso verso con que el mago Próspero le explica a Miranda y a Fernando la naturaleza humana: We are such stuff as dreams are made on. El nudo está en la traducción de stuff: “aquello de lo que está hecha alguna cosa”. Los traductores de La Tempestad en general prefieren el espacio vacío y sustituyen stuff por “aquello” (“aquello de lo que están hechos los sueños) o por “lo” (“de lo que están hechos los sueños”).
Pero no funciona bien: el verso de Shakespeare obtiene su fuerza justamente de la ambigua precisión de una palabra vulgar y que sirve para cualquier asunto que sea menester: cosa, stuff. Así de contradictorio. De otro modo, Shakespeare se hubiera tenido que internar en filosofías abstrusas y Próspero habría dejado de ser el gran mago para venir a mendicante del pensamiento. Los filósofos caminan de modo más torpe: “el espíritu del hombre es de la misma sustancia que la que aparece, en un sueño, a uno que duerme”. Hobbes no podía poner “cosa”; puso “sustancia”, vocablo de pensador.
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Hobbes era seguramente ateo, pero jamás se habría permitido decirlo. Le iba en juego el cuello. Y estaba en un dilema: cree en la vida mental y, quizá, en la espiritual, pero sus argumentos religiosos son siempre un juego de lógica, un recurso retórico, muy lejano de la pasión formidable de Milton, su contemporáneo. Ambos defendieron la libertad de prensa, pero diferían. Hobbes supuso que la voluntad del soberano tenía que ser la última palabra en la determinación de las libertades. Milton, en cambio, es quizá el más radical y poderoso defensor de la libre expresión y de la capital importancia del mal: sin mal no hay libertad; sin libertad no hay salvación. El soberano puede gobernar, pero no censurar.
Pero si la pasión de Milton fue el mal, la de Hobbes era el miedo. Nacido en 1588, dice Hobbes en su autobiografía (escrita en verso y en latín) que “al difundirse por nuestras plazas el rumor de que con la flota española se acercaba el último día para nuestro pueblo, tanto miedo concibió mi madre que parió gemelos: a mí y al miedo al mismo tiempo”.
La condición natural del ser humano es el desvalimiento; su facultad, la de adelantarse en el tiempo, imaginar el futuro. La combinación deja un pobre ser que “halla su corazón constantemente mordido por el miedo a la muerte, a la pobreza, a las calamidades”, y termina concibiendo “desleídos cuerpos etéreos… pero la opinión de que esos espíritus son incorpóreos, o inmateriales, no pudo haber entrado por la naturaleza en la mente de nadie, porque aunque los hombres puedan poner juntas palabras de contradictoria significación, como espíritu, o como incorpóreo, jamás podrían imaginar que nada les respondiera”.
La naturaleza es, para Hobbes, maestra y objetivo de conocimiento al mismo tiempo. Un desdoblamiento que tiene su origen en el miedo. Por miedo, el ser humano engendra la imaginación, el lenguaje, se reúne con otros, se organiza. Pero por miedo, también, arranca bienes a los demás y desea someterlos y vive en constante conflicto. Hasta que se da el acuerdo: que uno solo mande, que uno solo tenga el poder. Y surge, se inventa, ese hombre que permanece en “estado de naturaleza” (que no está sujeto a las leyes sino antes de ellas) y en quien reside la soberanía: eso que llamamos Estado. Es el Leviatán: “no hay sobre la tierra poder que se le compare” (Libro de Job, 41). “Un libro que milita en favor de todos los reyes y de todos los que, bajo cualquier otro nombre, poseen derechos regios”, dice Hobbes en su autobiografía.
Su enamoramiento y obsesión por la geometría le habían puesto en las manos un método distinto del que aceptaban los filósofos y todas las universidades de la época. Aristóteles construyó su Política con dos suposiciones: la de sumar los elementos que componen la polis, y que la naturaleza humana se da en la sociedad, no de modo individual. Hobbes decidió geométricamente invertir el camino, desarmarlo en sus componentes hasta hallar sus elementos. Encontró que el miedo es esa cosa (such stuff) de la que está hecho el poder.
Pero, contradicción de todo soberano, si el miedo hace presa del poder es porque el gobernante ha perdido la soberanía. A eso sigue necesariamente, o la guerra civil, o el Behemot: “el parlamento largo”, conformado por un infinito de sospechas, conspiraciones, delaciones, traiciones y un cobarde coronado.
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