Un hijo del espíritu de su tiempo

Reseña

La esperanza de Jasón Medrano, primera novela de Guillermo Saavedra Gastélum, refleja las certezas, los anhelos y las costumbres de quien creció durante los noventa del siglo pasado, a caballo entre México y Madrid.

Portada de La esperanza de Jasón Medrano, de Guillermo Saavedra Gastélum.
Uriel Caballero González
Ciudad de México /

La palabra alemana zeitgeist es universalmente utilizada para describir el espíritu de una época, que no es otra cosa más que los elementos distintivos de un ambiente cultural en un momento determinado. La novela de Guillermo Saavedra Gastélum, La esperanza de Jasón Medrano (Ediciones Lomas Taurinas, 2022), claramente refleja las certezas, los anhelos y las costumbres de un chico que se hizo adulto en la década de los años noventa del siglo pasado, a caballo entre México y Madrid.

El espíritu de una época depende mucho de la antropología filosófica imperante en la cultura. Hay épocas que se cargan hacia el hombre espiritual y, como resultado, sus sociedades dejaron como legado a la posteridad enormes pirámides, sumas teológicas o catedrales góticas. Hay épocas que, como un péndulo, se reafirman en el materialismo de la naturaleza humana, y lo que recordamos de ellas son la música, los bailes, la ropa y el deseo por “darle alegría al cuerpo”, como la “Macarena” de los años 90.

Si tuviéramos que ponerle una cinta musical al libro, perfectamente podríamos escuchar a Héroes del silencio, a Joaquín Sabina, a Luz Casals, al dúo de Ella baila sola y el último coletazo de la trova cubana, en una época en que los comunistas vivían amargamente su peor descalabro geopolítico con la desintegración de la Unión Soviética. Por otra parte, a pesar de que la novela coloca a Jasón en antros de mala muerte en el Distrito Federal, perfectamente pudo haber sido un asiduo visitante de Rock Stock, el Bulldog, el Hijo del Cuervo o La Boom.

Los noventa hispanomexicanos fueron una época de auge y caída económica. Los batacazos a ambos lados del Atlántico fueron tan fuertes que marcaron a toda una generación y los hizo cínicos y materialistas.

Jasón es un hijo del espíritu de su tiempo. Narra sus desventuras desde el desencanto de un presente que parecía promisorio y que se fue torciendo por el camino.

Jasón Medrano tiene una inclinación natural hacia las humanidades, pero el espíritu de la época lo encauza en otra dirección. Y en el mundo de la publicidad descubre que el cinismo y el autosabotaje lo encumbran como una estrella ascendente. No es de extrañar, el motto del zeitgeist mexicano de los años 90 era el de la excelencia empresarial. Este discurso fue repetido ad nauseam por los apologistas del NAFTA, por los entusiastas del emprendedurismo y por un olvidado Miguel Angel Cornejo, quien en su momento fue considerado el gurú local de la elusiva excelencia. En este entorno simbólico Jasón comenzó su carrera laboral. Así que no es de extrañar el profundo rechazo moral que sintió hacia una profesión sin alma, orientada únicamente a las ventas.

Siguiendo una errónea lectura de Erich Fromm —la falsa dicotomía entre ser y tener, como si una fuera excluyente de la otra—, Jasón sale en búsqueda el vellocino de oro en la Facultad de Humanidades, únicamente para descubrir que ésta era el refugio de escritores fracasados y de profesores mediocres.

Más que un hijo de los noventa, hay que reconocer que Jasón Medrano es un nieto espiritual de Alonso Quijano. Tantas lecturas le hicieron creer que había un mundo mejor del que le tocó vivir. Su pleito con el mundillo de la publicidad se asemeja al momento en que el Quijote la emprendió contra los molinos de viento en el campo de Cipriana.

La locura ilusa de Jasón le hizo idealizar a Elle, de la misma forma en que el Quijote idealizó a Aldonza Lorenzo. Elle siempre fue auténticamente Elle, no le podemos achacar ninguna hipocresía o mala fe. Quien fue incapaz de ver la personalidad poliédrica de su amada fue el enamorado: Elle-Lillith; Elle-Medea; Elle-Dulcinea; Elle-Mata Hari, todas ellas conviven en la personalidad etérea de la amada de Jasón. Pero, la verdad, los rótulos que indicaban los peligros estaban presentes a cada paso de la relación; nuestro Quijote posmoderno no pudo o no los quiso ver.

Es una desgracia que nuestro Jasón-Quijote no haya contado con un siervo fiel en la forma de un Sancho Panza realista y benevolente. Orestes, el falso amigo, el músico poeta, encarna el cinismo nihilista de la época. Ese supuesto bohemio abusa de todos porque no cree en el amor ni en la amistad, porque para él nada es sagrado.

A veces, para resurgir de los desastres de la vida hay que tocar fondo. Y aquí es donde encontramos a Jasón cuando incursiona accidentalmente en el mundo de la política. ¡No me imagino mayor desgracia para un alma sensible que se ha rendido!

La juventud es un mar lleno de peligros. El o la navegante van a encontrarse con Polifemos y con sirenas varadas. Además, enfrentará la enorme presión social “ser como los demás”. La lección que podemos sacar de las desventuras de Jasón Medrano es que la autenticidad es la mejor herramienta que tenemos para enfrentar al mundo. Y así como es posible lograr el equilibrio entre ser y tener, es posible conciliar el idealismo de Quijote con la autenticidad del dasein propuesta por Heidegger.

Deseo felicitar a Guillermo Saavedra por esta obra, su ópera prima. Tu novela es prueba tangible de que tan emprendedor es aquel que monta un negocio como el que escribe un libro.

Uriel Caballero González es profesor del Tecnológico de Monterrey.
AQ

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