Contemporáneo de la tradición

Reseña

‘Violencia e inmensidad en los siglos XVI y XVII. Algunos poetas ingleses’, de Víctor Manuel Mendiola, revela un rico y desconocido universo casi ignorado en nuestro idioma.

La reina Isabel bailando con el Conde de Leicester, 1581. (Wikimedia Commons)
Ricardo Silva-Santisteban
Ciudad de México /

Las traducciones de la poesía inglesa en lengua castellana, hasta donde alcanzo, empiezan tardíamente en castellano con la versión del Alexander’s Feast de John Dryden realizadas las dos por los poetas neoclásicos Juan María Maury y por el Conde de Noroña; este último conocido por sus versiones de las Poesías asiáticas (1833). Otro poeta también traducido fue Alexander Pope. Hasta la versión del Hamlet de Moratín (1798), a Shakespeare se lo traducía del francés. Durante el siglo XIX las versiones de poetas ingleses prosiguieron con la traducción del Paradise Lost (1814) de John Milton y la versión de Macbeth (1838) por José García Villalta.

No fueron pródigos los poetas españoles e hispanoamericanos del siglo XIX fuera de Shakespeare, Milton, Pope y Lord Byron (a los que habría que añadir las mistificaciones del bardo Osián traducido generalmente del italiano). Fueron, pues, pocos los traslados del inglés frente a lo que provenía, por ejemplo, de la lengua francesa. En el caso de Shakespeare en la primera mitad del siglo XX, frente a las de la segunda mitad, puede apreciarse el cambio importante producido en la centuria a favor del gran dramaturgo.

En la primera mitad del siglo XX destacan, sobremanera, las versiones de la poesía inglesa de tres poetas argentinos: Rafael Alberto Arrieta, Mariano de Vedia y Mitre y Julio A. Roca, quienes nos enseñaron cómo trasladar la poesía inglesa. En España la traducción de poetas e intelectuales no iba mejor hasta el ambicioso esfuerzo del poeta José Janés que en la década de 1940 intentó una gran biblioteca de la literatura mundial, algunos de cuyos libros se reproducen en nuestros días. La gran traducción de la poesía inglesa fue encargada no a un poeta castellano sino a uno catalán, Maria Manent. Su espléndida traducción desde fragmentos del Beowulf hasta llegar a sus contemporáneos se publicó en tres tomos (1947-1948). Luego, fue reimpresa en un solo volumen en papel biblia y tamaño más pequeño en 1958. Desde entonces esta obra maestra de la traducción no ha vuelto a reeditarse.

Bien, este largo preludio recordatorio quizá no lo sea tanto cuando en México se publicó Violencia e inmensidad en los siglos XVI y XVII. Algunos poetas ingleses (Ediciones El Tucán de Virginia). Desde hace mucho tiempo no leía un libro tan serio y abarcador, dedicado a la poesía inglesa, como este de Víctor Manuel Mendiola.

Portada de 'Violencia e inmensidad en los siglos XVI y XVII. Algunos poetas ingleses'. (Ediciones El Tucán de Virginia)

Veamos el contenido. Mendiola ha escogido un periodo muy rico de lo que se denomina poesía isabelina. Ocurre, sin embargo, que la existencia de William Shakespeare con su grandeza deslumbrante anula la poesía de sus contemporáneos. Pero, como dice el Rey Lear: “Nada viene de nada”. Shakespeare aprendió muy rápido del entorno en el que se encontraba: utilizó el verso clásico del periodo que proviene de un precursor que lo inventó para sus propios poemas y traducciones, el desdichado Henry Howard, duque de Surrey. Ya sabemos que también aprendió de Thomas Kyd y de Christopher Marlowe y de los sonetistas de la última década del siglo XVI, que lo llevaron, seguramente, a escribir los más profundos sonetos de la lírica inglesa. La lectura de esta traducción revela, pues, un rico y desconocido universo poético ignorado casi plenamente en lengua castellana. Mendiola que, por las notas de presentación de cada poeta, pareciera haber vivido entre los isabelinos, ensancha, pues, este periodo de la poesía inglesa. Quizá, el único reparo respecto de la selección que yo me atrevería a hacerle es la omisión de algún fragmento de la Spanish Tragedy, importante tragedia seminal de Thomas Kyd, tal como lo hace con Marlowe o Shakespeare, de los que selecciona algunos fragmentos de sus dramas.

Respecto a los aspectos formales de las versiones de Mendiola, su aporte es capital por la elección del verso castellano, el endecasílabo, para traducir el pentámetro yámbico, verso en que están compuestos los originales de la mayor parte de los poemas escogidos. Su poética de la traducción realizada es verter en endecasílabos castellanos los pentámetros ingleses, tarea laboriosa como pocas. Alfonso Reyes confesaba que, para su versión de la Ilíada en versos alejandrinos, frente a los hexámetros griegos, avanzaba ganando y perdiendo versos. Otra posibilidad es optar por un verso más amplio en castellano para verter los pentámetros ingleses. Por lo general, se acude al alejandrino, que proporciona mayor holgura para verter los pentámetros. En otros casos, técnica seguida por la mayoría de traductores, puede seguirse el consejo de Reyes de ir ganando y perdiendo versos en la tarea de traducir. Un verso, ya se sabe, posee un determinado ritmo que se resuelve finalmente en la música del poema. Así, el poeta, con el uso de determinado verso, opta por una cierta música que se trasfunde a través de fragmentos o estrofas que se trasladan a la música mental que se produce en el interior del lector.

Conozco dos grandes versiones de los Sonetos de Shakespeare en endecasílabos rimados: la de Mariano de Vedia y Mitre y la del costarricense José Basileo Acuña. Mariano de Vedia y Mitre, en la década de 1930, había traducido los sonetos en versos alejandrinos. No quedó satisfecho porque creía (como ahora lo estima Mendiola) que la versión tenía necesariamente que realizarse en endecasílabos, verso que ha reinado en la lengua castellana durante más de cuatro siglos desde su introducción por Boscán y Garcilaso de la Vega.

Por supuesto que tal procedimiento es mucho más laborioso y complicado, pero para la expresión de la poesía se trata de un problema fundamental del poeta-traductor que debe responder la pregunta inevitable antes de realizar su trabajo: ¿en qué verso debo traducir este poema? Creo que la respuesta es una cuestión de vida o muerte en el trabajo del poeta y así lo ha entendido Víctor Manuel Mendiola en esta versión ejemplar.

AQ

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