Viejas y nuevas estrategias informativas

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

En tiempos de guerra, la información veraz es más poderosa que nunca, venga o no de periodistas.

Un militar ucraniano de primera línea lee las noticias en su celular. (Foto: Vadim Ghirda | AP)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Alfred Lord Tennyson abrió el periódico del 12 de noviembre de 1854 y leyó la crónica de la batalla de Balaclava, en plena Guerra de Crimea. Un error de información llevó a un pequeño batallón de caballería, 620 soldados, a embestir de frente a una línea de artillería. No fue un desastre total por la sorpresa, el arrojo y la valentía de los jinetes. Tennyson se puso a escribir uno de los poemas más reconocidos de la lengua inglesa: “Media legua, media legua/ media legua enfrente/ Por el Valle de la Muerte/ cabalgaron los seiscientos ... Honremos su cargada/ honremos a la brigada ligera, /a los nobles seiscientos”. (En YouTube está en voz del propio Tennyson).

Desde entonces existe el reportero de guerra y aquel reportaje todavía pudo despertar fervores bélicos, elogiar el arrojo, celebrar a los héroes... El poema se publica el 9 de diciembre en The Examiner, un mes después del reportaje, y muchos ejemplares fueron a dar a las tropas inglesas. El reportaje inspiró a Tennyson y Tennyson inspiró a las tropas británicas. El ciclo heroico, alimentándose de relatos, imaginación y poemas, pero con algo más: información.

La presencia de civiles cuya profesión es informar no sólo ha acompañado y seguido a los acontecimientos; pronto era ya influencia y participación.

Pancho Villa firmó un contrato con Mutual Film Company para grabar sus batallas. No fue solamente testigo sino influencia: “No se preocupe, don Raúl [el director, Raoul Walsh]. Si cree que la luz de las cuatro de la mañana no es adecuada para su maquinita, no hay problema. Haremos las ejecuciones a las seis”. Dos años después, Lawrence de Arabia cambia de día una batalla “para satisfacer el morbo del público británico”.

La Primera Guerra fue fotografiada; la Segunda, filmada. El 2 de agosto de 1990, la Guerra del Golfo inició sus transmisiones al mismo tiempo que los ataques. Por televisión vimos aquellos estallidos nocturnos mientras escuchábamos las comunicaciones entre los aviones y el centro de mando. Imposible dejar de ver, oír, ser público. El horror como espectáculo y la total impotencia de los civiles… aplastados y excluidos.

Durante dos décadas, Vladimir Putin hizo la guerra a la información. Iba ganando. Y su estrategia ha sido, literalmente, diabólica: en griego, diabolós, es “murmurar, esparcir mentiras, calumniar, dividir”. Pero ahora estamos en otra dimensión. No hay retorno ni sabemos hasta dónde pueda llegar. La información en general, no sólo el periodismo, es un jugador tan grande como los poderes de las repúblicas, y a veces mayor. Un breve artículo de C. Cadwalladr, en The Guardian, llama a Putin “el amo del pasado” y muestra razones para creer que Putin libra una guerra vieja contra una dinámica del siglo XXI: la información generada por cualquier persona, en tiempo real, sin los retrasos ni de la burocracia ni de la transmisión jerárquica. Mientras Putin ordena la operación de miles de toneladas de fierros, Volodimir Zelenski “no sólo comanda sus fuerzas militares: TikTok, Instagram, Twitter, Telegram”. Y más allá se suman los recursos de Open Source: los ucranianos averiguan y comunican, en tiempo real, los movimientos, estrategia y dimensión de las avanzadas rusas, de modo que están mucho mejor preparados para resistir o incluso sabotear a las fuerzas rusas. No se trata de recursos militares sino civiles, muchísimo más veloces que la transmisión jerárquica de órdenes y obediencias.

En un orden distinto: Airbnb informa que, en las últimas 48 horas, se han contratado 61 mil noches de habitación en Ucrania. No: por supuesto que nadie quiere hacer turismo allá, pero mucha gente renta esos espacios solamente para pagarlos. La idea ya se contagió a Polonia. Y quienes reciben ese pago suelen corresponder alojando en esos lugares a personas desplazadas por el conflicto. Imposible suponer que este pequeño recurso de subversión y solidaridad pudiera resolver un problema gigante. Es otra escala, pero estas iniciativas no pueden ser despreciadas. Además, refutan viejos conceptos inservibles, provenientes de los nacionalismos y de la superchería con que la izquierda no liberal ha demonizado al mercado.

En medio de una batahola informativa se han abierto modos de participación.

No tengo idea de qué vaya a suceder, ni puedo analizar logísticas ni estrategias; tampoco puedo imaginar los derroteros de la economía, ni rusa, ni ucraniana, ni mundial. Pero puedo ver un dilema, que propongo de modo tentativo: las democracias luchan contra la información falsa; los autócratas, contra la información verdadera.

AQ

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