La necesidad moderna de encontrarse (y contarse) a sí mismo; la propensión de la cultura de masas a la exhibición de la intimidad y el alza del valor del testimonio personal frente a la imaginación en el mercado literario han favorecido un auge sin precedente de literatura del “yo”, en forma de autoficción, diarios, memorias y otras denominaciones. Sin embargo, la encomienda, aparentemente sencilla, de incursionar en el personaje más próximo y familiar que sería uno mismo, plantea múltiples desafíos.
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En La situación y la historia. El arte de la narrativa personal (Sexto Piso, 2024) la gran autora norteamericana Vivian Gornick detalla los requerimientos de este tipo de escritura, a través del análisis de diversos cultivadores de la literatura en primera persona, como George Orwell, Marguerite Duras, Joan Didion, James Baldwin, Agnes Smedley o Geoffrey Wolf. En este elenco, que Gornick escudriña con lucidez y pasión, cabe de todo: la confesión más cruda o la elipsis más elegante, la crónica de la degradación o la historia de salvación. Porque a la literatura del yo no la definen ni el tema ni la tonalidad, sino la creación literaria de verosimilitud y coherencia.
En efecto, convertirse en uno mismo a través de la escritura es un trabajo arduo que requiere inteligencia, valentía y oficio, pues la narrativa del yo, requiere romper los mecanismos de defensa, las barreras del miedo y la soberbia y las fallas del entendimiento egocéntrico. Muy a menudo, sugiere Gornick, se escribe para protegerse, para aliñarse o para mentirse a sí mismo y, por eso, es necesario desmontar los sentimientos triviales, las poses complacientes y distractoras o los gestos políticamente correctos. Así, el autor del yo, más que confidencias, crea “personajes portadores de verdad”, que se introducen en la interioridad, pero que también aprenden a distanciarse, y que no sólo son susceptible de sentir compasión y solidaridad hacia sí mismos, sino hacia los otros. El narrador o ensayista personal sabe insertarse en la historia como testigo no neutro pero si mínimamente consciente de sus miedos, sesgos y prejuicios. La escritura personal tiene que ser fidedigna y aspirar a cierta objetividad practicando las técnicas del desapego y el ejercicio de la autocrítica. Debe haber un espacio para contemplar y analizar las propias pasiones (reconociendo las emociones contradictorias y las distinciones y analogías entre lo íntimo y lo colectivo), más que para, meramente, vomitarlas. La introspección más fecunda exige implicarse en el mundo, descubrirse en los otros, crear vínculos y no corazas. No siempre ocurre este esforzado ejercicio de ascesis e introspección que prescribe Gornick y muy a menudo la escritura del yo, encauzada por la mercadotecnia, degenera en un culto a la exhibición hechiza y amarillista. Esto no obsta para que se siga aspirando a esa forma de comunión y verdad que se obtiene cuando se explora, de buena fe, ese gran desconocido, que es el “yo”.
AQ