Woodstock: los días más felices de nuestras vidas

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El 15 de agosto celebramos 50 años del Festival de Woodstock; no fue el primero en la historia del rock, pero sí el que construyó un sueño libertad y cambio.

Nick y Bobbi, dos entre medio millón. (Foto: Burk Uzzle, vía AP)
Juan Carlos Villanueva
Ciudad de México /

La polaroid musical de Woodstock: Jimi Hendrix, enfundado en unos jeans azules acampanados, una camisola blanca y una banda roja sujeta a la cabeza, pareciera un coordinado con los colores de la bandera estadunidense. En sus manos, su guitarra Fender Stratocaster color blanco entona una épica versión del himno de Estados Unidos. En medio del trance, Hendrix balbucea, cierra los ojos, pisa el pedal del wah-wah y enciende los botones de protesta contra la guerra de Vietnam, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy. Era 1969, era un llamado a la paz, era el principio del fin de la utopía.


El viaje

“Tres días de paz y música”, invitaba el Festival Woodstock. Se esperaban 50 mil personas y llegó medio millón. Era una tierra prometida: mensaje de amor y paz, música curativa y mucha droga. Ya había sucedido Monterey Pop Festival dos años antes. La hazaña debía repetirse. Ahí estaban 33 bandas de folk, blues y rock, entre ellas Jefferson Airplane, The Who, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Creedence Clearwater Revival, Crosby, Stills & Nash (and Young), Ten Years After, Joe Cocker, Canned Heat, Grateful Dead, The Mamas and the Papas y Sly and the Family Stone. Nada ni nadie podía detener este fenómeno. Pero “¿quién iba a dar de comer a tanta gente en esos pueblos tan pequeños?”, advierte Jaime Pontones, catedrático, publicista y exlocutor de las estaciones Radio Alicia y Rock 101.

“Tuvieron que cambiar la locación. Donde se iba a realizar originalmente, los granjeros dijeron no. Entonces se fueron un poco más allá, hasta que un granjero [Max Yasgur] les prestó su terreno. El problema consistía en que eran pueblos muy pequeños, aun para 50 mil personas. Necesitaban baños, hospitales y comida. Y luego, para acabarla de amolar, empezó a llover a tromba; aquello se convirtió en zona declarada de desastre nacional. Las carreteras estaban bloqueadas, y llamaron a helicópteros para llevar asistencia médica. Hubo un muerto: lo atropelló un tractor. Además de musical, Woodstock fue un fenómeno social. Grupos de ayuda de San Francisco que habían estado muy activos en la zona de Haight-Ashbury atendiendo a los jipis que traían mal viaje de LSD se fueron en camión hasta el estado de Nueva York y en la granja Bethel, donde en realidad se llevó a cabo el festival, jugaron un papel muy importante al dar comida gratuita a todos los asistentes. Cuando la comida se acabó, llegaron helicópteros de la Armada con más provisiones y medicamentos”.

Richie Havens durante su presentación en Woodstock. (Foto: Mark Goff, vía AP)


“No confíes en nadie mayor de 30 años”

En el documental Woodstock, tres días de paz y música hay una escena que retrata la inocencia de la generación del 69. Una pareja relata su periplo a Woodstock. Aseguran no tener otra relación sentimental más que cinco meses de convivencia. Hacen el amor sin ataduras ni compromisos: los conduce el simple goce. Para ella, viajar a Woodstock significaba cortar de tajo cualquier dependencia de sus padres. Para él, era darle la espalda al sistema y buscar su camino bajo la aceptación y apoyo de su padre. “Hay muchos jóvenes viniendo hacia acá en busca de una respuesta, viajando en busca de aquellos que supuestamente la tienen, pero en realidad creo que no hay ninguna. ¿Ustedes creen que 300 o 600 mil personas van a llegar hasta acá solo por la música?”, se cuestiona el muchachito.

“Los jóvenes que acudieron a Woodstock no hicieron un viaje físico, sino un viaje de expansión de la conciencia”, dice la doctora Julia Palacios.

“Estar junto a personas que pensaran como tú pudo haber sido muy peligroso; era mucha gente después de las manifestaciones estudiantiles contra Vietnam. Hubo un momento crucial en Woodstock, cuando los californianos de Country Joe & the Fish tocaron ‘I’m Feel Like a Fixin to Die Rag’, una canción antibélica. En la escena puedes ver a medio millón de jóvenes cantando contra la guerra en Vietnam. Ese instante pudo haber sido respondido de manera brutal, porque alguien cantando contra el gobierno, contra Vietnam y contra el Tío Sam de esa manera, pudo haber sido reprimido”.

​La generación de Woodstock no sólo había inventado al rock como fenómeno de multitudes sino, pensaba, estaba cambiando al mundo. “Woodstock fue el clímax del jipismo”, asegura Pontones. “En ese momento, comenzaban los derechos civiles pacíficos contra la segregación racial, era el inicio del movimiento feminista. Se trataba de una juventud muy movilizada y militante diciendo: esta generación va a cambiar al mundo y no creemos en ustedes. Era una generación muy narcisista. Somos mejores que ustedes, decían, refiriéndose a la generación anterior”.

Pero también “era una juventud muy solidaria, respetuosa, integrada, hermanada, compartida y compasiva”, expresa Palacios. “Era una juventud asumida en su juventud. Los jipis tenían esta frase: ‘No confíes en nadie mayor de 30 años’. Es importante señalar que fue el tiempo de la libertad sexual, no había sida, ni píldoras anticonceptivas. Era un tiempo de mucha exploración, incluyendo la sexualidad y la vía intelectual. Se leía poesía. Los héroes de esa generación eran J. R. R. Tolkien, Aldous Huxley, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Burroughs…”.


Los héroes mexicanos

El 16 de agosto, a las 17:15 horas, Carlos Santana se desnudó el torso, se enfundó en un chaleco oscuro y se colgó su guitarra Gibson SG. No sabía que estaba a punto de hacer historia. “No éramos conocidos”, recuerda el músico nacido en Autlán de Navarro, desde el otro lado del teléfono. “No teníamos ningún álbum editado, nuestro primer disco [Santana] saldría al mes siguiente”. Su actuación fue magistral. Fueron ocho rolas, entre ellas “Waiting”, “Evil Ways”, “You Just Don’t Care” y “Soul Sacrifice”, que quedaron registradas en la memoria colectiva. Santana se midió aquel día con bandas como Grateful Dead, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin, The Who y los Jefferson Airplane. “El señor que me ayudó para estar en ese concierto fue Bill Graham; sabía hacer conciertos muy grandes. Bill le dijo a Michael Lang, uno de los organizadores de Woodstock: ‘Te ayudo, pero tienes que poner a Santana’ ”.

Ese mismo día, otro mexicano hizo historia: el baterista Fito de la Parra subió al escenario con Canned Heat, “una banda muy querida en la psicodelia de California”, dice Julia Palacios. “Fito tocaba en grupos mexicanos y después se incorporó a Canned Heat. Qué bueno que lo hizo y qué bueno que sigue ahí. De hecho, es el único miembro original que sigue tocando”.


El sueño terminó

“Todo mundo está sorprendido con la ausencia de violencia. Esto se ha convertido en un cliché sobre el festival. ¿No te sorprende?”, cuestiona el conductor Dick Cavett a Jimi Hendrix en el programa de televisión que se transmitió el 9 de septiembre de 1969. “Me alegra”, dice Hendrix. “De eso se trataba. Es un problema mantener la violencia abajo, quitarla de las calles, y en un festival con 500 mil personas fue un giro muy hermoso”. Tres meses después de esta declaración, el sueño de amor y paz que se había construido en Woodstock se desplomaba. El 6 de diciembre de 1969, el festival de Altamont, California, terminaría en una tragedia: un homicidio y tres muertes accidentales. Cuando los Rolling Stones estaban tocando, el joven afroamericano Meredith Hunter tuvo un altercado con algunos Ángeles del Infierno, el grupo de motociclistas contratado como cuerpo de seguridad por los Rolling Stones. Fue apuñalado ante la presencia en el escenario de Mick Jagger y compañía.

“Woodstock cerró la década y cerró las posibilidades utópicas que el propio festival había abierto”, dice Jaime Pontones. “Podemos vivir sin violencia, sin policías, podemos vivir felices sin gobierno en una ciudad de medio millón de habitantes. Eso es lo que planteaban. Pero el festival de Altamont que organizaron los Rolling Stones culminó en tragedia. Fue el fin de la década Peace and Love, fue decir que la utopía no funcionaba. Altamont y las subsecuentes muertes de los sobredosificados, Hendrix, Joplin y Morrison, cerraron este rollo de qué padre es todo”.

Parte de la multitud que asistió a Woodstock en 1969. (Foto: AP)


“Falta mucho para amanecer”

En julio de 2019, David Crosby estuvo en el programa de Jimmy Fallon para presentar su documental, Remember My Name. La charla fue simple pero su actuación fue estremecedora. Cuando sonaron los primeros acordes de “Long Time Gone” —esa rola que compuso el trío Crosby, Still & Nash tras los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King, el momento crítico de la guerra de Vietnam y el inicio del mandato de Richard Nixon—, el tiempo y el espacio se hicieron uno. “Aún falta mucho por amanecer”, repite la letra de la canción en ese contexto de 1969 pero, 50 años después, en la era Donald Trump, ¿aún falta mucho para amanecer? ¿Estados Unidos es un país con más libertades?

“Creo que Donald Trump ganó precisamente por las libertades”, dice Julia Palacios. “Desde el punto de vista de mis estudios de cultura popular, en un país en donde las ocho columnas de todos los días son las Kardashian, Donald Trump logró un manejo mediático increíble; su victoria fue muy entendible. La mayoría de la gente está en los elementos de la cultura pop, nos guste o no. El caso es que existen y que se expresa a través de ellos. Hoy en día, hay más libertad de expresión en lo popular”.

En la era de las redes sociales

La era de la tecnología ha puesto fin al espíritu de Woodstock. Los valores de la juventud actual poco o nada se parecen a los que declaraban el amor al prójimo. El retrato de Woodstock es el de Nick y Bobbi, la pareja abrazada en medio del campo y que fue portada del disco Woodstock. “Por una parte, las redes sociales han conectado a mucha gente, pero también la han separado”, dice Jaime Pontones. “Veo que ahí están todo el tiempo mandándose recaditos pero ¿en qué han afectado al amor? A veces pienso que se la pasan más tiempo mandándose mensajitos que dándose de besos. Ahora bien, en términos de música, es una bendición que tengas acceso a ella con un solo clic”.

“Creo que una y la otra son experiencias colectivas”, explica Julia Palacios. “Una era física de carne y hueso, y ahora es virtual. Ahora lo que prolifera en los festivales es la selfie más que la experiencia de la música. Tal vez esa convivencia colectiva se trasladó a Instagram o a Twitter. Ahora la experiencia es instagrameable. En 1969 consistía en tener una experiencia apapachable, física, donde te abrazaras y besaras con el de al lado, donde bailaras desnudo”.

Hoy todos esos jovenzuelos que aparecen en las fotos y películas de Woodstock se mantienen intactos, por siempre jóvenes; una generación narcisista hasta la médula pero que hace 50 años vivió los días más felices de sus vidas.

ÁSS

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