Xirau

Bichos y parientes

No es lo mismo analizar objetos inertes, descriptibles en su sólida geometría, que contemplar un ser que se echa a andar por sí solo

La tradición de la filosofía de la contemplación busca entender la autonomía del sujeto (Museo de Historia de Cataluña)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Hace apenas un año murió Ramón Xirau. Dejó una vasta obra sobre la tradición filosófica universal, pero pocas páginas de su filosofía personal. Quizá con el tiempo esas breves obras (Sentido de la presencia, y El tiempo vivido, principalmente), junto con su poesía, queden en el lugar que les corresponde, muy por encima de la sabia modestia con la que vivió. Su obra personal aporta una veta de pensamiento que fue fundamental en la historia, pero que amenaza con diluirse en la incomprensión: un pensamiento mediterráneo, analógico, que interpela los cimientos racionalistas de aquello que la modernidad considera filosofía y conocimiento.

Para la conversación, basta decir, por ejemplo, que el viento mece el follaje. Pero describir con precisión los movimientos de las hojas, las ramas, sus vibraciones, requeriría un trabajo excesivo. Con toda razón, los filósofos del Racionalismo —Descartes, Spinoza, Hobbes, Pascal— recurrieron a ejemplos mucho menos huidizos. Se refieren a cubos y esferas, a una vara a medias sumergida en agua transparente, a la chimenea que tenían enfrente y a sus objetos geométricos, sólidos, inertes. Y suelen obviar el movimiento, o separarlo del objeto: imaginan un movimiento vacío y un objeto idéntico a sí en cada punto del trayecto. Son inventores de relojes, calculadoras, métodos de trazar gráficas o tallan lentes de cristal sin máculas. Y descreen de sus sentidos. A esa proeza de la inteligencia debemos las ciencias y las tecnologías de toda la modernidad.

Quizá aprendieron de los artistas y la invención de la perspectiva. Por ejemplo, aquel grabado en que Durero muestra cómo debía pintarse en perspectiva: representa al artista y a una mujer que sirve de modelo para un retrato. Pero el artista no observa a la mujer directamente; ha colocado un fiel que fija la mirada y una rejilla cuadriculada entre sus ojos y su objeto: la mujer. Antes que Descartes, los artistas dominaron la disciplina de dudar de sus sentidos y hacer intervenir la geometría de la razón antes de procesar la realidad de un mundo de objetos, dimensiones y distancias. 

Con Galileo había cambiado la idea misma de movimiento. Pero los cambios de mentalidad tardan mucho tiempo en volverse nativos. La física aristotélica (VII, 1) suponía que “todo lo que se mueve, es movido por algo”. Es decir, que el movimiento es ajeno al objeto; es algo que le sucede a un objeto que, de suyo, está en reposo, y cambia de estado solo cuando una fuerza externa actúa sobre él. 

Pero no es lo mismo analizar objetos inertes, descriptibles en su sólida geometría, que contemplar un ser que se echa a andar por sí solo. No se puede ver del mismo modo una vara en el agua que a un escarabajo. Unas cosas se observan; otras, se contemplan. 

La tradición catalana de los ramones (Lulio, Sibiuda, Xirau), filósofos y poetas, es una filosofía de las creaturas, donde el objeto de la mirada no es objeto: es sujeto, y su movimiento no es ajeno a su ser sino que lo constituye. La admiración del mundo y la contemplación de la autonomía de las creaturas es el tema. No la descripción del mundo. Son dos modos que no sabemos ya reconciliar. Demasiado han avanzado los métodos de la geometría y la razón pura. Y se aburrirían si se sentaran a esperar progreso en los métodos de las analogías: la analogía contempla, y admira, pero no sabe concluir y no progresa. Por eso —recurso exclusivo de las lenguas romances— el verbo de su pensamiento no es ser, que lo mismo funciona como mero auxiliar, sino estar. La filosofía que emerge de contemplar a las creaturas tiene siempre un punto de asombro que la ciencia no sabe elucidar: no hay objeto observable pero el sujeto que miro también me puede mirar a mí. Es pensamiento aunque no pueda discernir entre su filosofía y su poesía. No describe: canta, cuenta, celebra. El movimiento de un escarabajo, de un venado, de una persona es albedrío propio y modo de estar en el mundo; no es un vector predicado de un objeto. 

Denis de Rougemont dijo que los trovadores provenzales habían inventado el amor. Paz, leyendo a Rougemont, entendió que no es posible el amor a un objeto. Solo se puede amar a quien tiene libre voluntad: lo contrario de un objeto observable y descriptible. Xirau podía participar de la tradición racionalista, pero quizá solo él pudo revivir la analogía de las creaturas. Y, al fin, se puede vivir dignamente siendo ignorante y tonto, pero no sin la analogía de amar y ser amado. 

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