Dos días antes de que la prensa del corazón (la única que con sus cotilleos marca por completo la conversación en esta España mía), le hiciera una radiografía a “la hija secreta de Gabo” (si, en cambio, la noticia hubiese sido que, digamos, han encontrado un libro inédito del Nobel colombiano, aquí el asunto hubiera sido completamente marginal), una multitud se agolpó a las puertas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Hacía mucho frío y el contagiadero de covid-19 no paraba de aumentar, pero eso no impidió la aglomeración en la esquina de Gran Vía y Alcalá para asistir a la presentación del nuevo libro de Thomas Piketty.
No crean que el profesor de la prestigiosa Escuela de Economía de París causa furor en esta Villa y Corte. Para nada. La sensación estaba en ver y escuchar a quien iba a acompañarlo en el estrado: Yolanda Díaz, Vicepresidenta Segunda del Gobierno español y Ministra de Trabajo y Economía Social. Esta gallega, militante del Partido Comunista Español, forma parte del ejecutivo gracias a la coalición que los socialistas hicieron hace poco más de dos años con Podemos para impedir que la derecha siguiera jodiendo el porvenir de este país. Díaz, siempre objeto de la crítica frívola por su aspecto sobrio y elegante (como si ser de izquierda le obligara a ser una chancluda desaliñada y a vivir debajo de un puente), ha conseguido en poco tiempo que los empresarios y los sindicalistas sienten en la misma mesa y se den la mano para sellar varios acuerdos.
En un país donde tres de cada cuatro trabajadores tienen un contrato temporal y sobreviven en medio de una precariedad que raya lo obsceno, el principal objetivo de Yolanda Díaz ha sido crear el marco laboral del siglo XXI. En lo que lleva en el cargo, y a pesar de la pandemia, se ha ocupado de aumentar el salario mínimo, crear una ley para regular la explotación de los repartidores, conocidos como riders, extender la prestación por desempleo y el permiso de paternidad (“porque la crianza del recién nacido no sólo incumbe a la madre”), implementar otra ley para evitar los abusos de los jefes en el teletrabajo (“cumplir con nuestras labores profesionales desde casa no implica ser esclavo a distancia”) y, desde hace unas semanas, la supresión de los contratos-basura que propician la temporalidad y el camuflaje de los falsos freelancers.
Por acciones como estas (y por su constante aparición cercana y cero acartonada en los medios de información), esta mujer que se casó vestida de rojo es la política más valorada de España y se perfila como candidata a las elecciones presidenciales. La derecha, claro, no deja de ponerle obstáculos. Pero, hasta ahora, ella los ha esquivado todos. Admirar a alguien del mundillo político siempre es arriesgado, pero a estas alturas, cuando uno vive al límite, acechado por mil cosas, no está de más ver a alguien encarnar la esperanza.
Eso piensa Piketty, que ha llegado a la capital del reino con Una breve historia de la igualdad (Deusto) bajo el brazo. “Yolanda Díaz es un ejemplo para Francia, donde la izquierda está muy dividida. Necesitamos alguien como ella para avanzar juntos”, soltó el también autor de El capital en el siglo XXI (FCE) y gurú de varios sectores del progresismo en Occidente. Sentado junto a la ministra de trabajo, ante un auditorio repleto, el economista dijo que el mundo entero debería seguir el ejemplo de Suecia y Alemania, donde los trabajadores tienen voz y voto en los consejos de administración de todas las empresas. “Compartir el poder en el centro de trabajo implica acabar con la organización monárquica que actualmente existe en las empresas”, enfatizó.
Yolanda Díaz estuvo “completamente de acuerdo” con el escritor y añadió que, para conseguir la igualdad, hace falta pagar impuestos: “sobre todo los ricos. A ellos no les hace falta el Estado de Bienestar, vale, pero tienen la responsabilidad de contribuir a él. Tener una buena educación y una buena sanidad nos hace más iguales. También contar con una fiscalidad social, feminista y verde”.
Piketty recordó que “durante 50 años, en Estados Unidos, las grandes empresas contribuyeron con grandes cantidades de impuestos a generar una clase media fuerte. Hoy, después de una crisis financiera y de una crisis pandémica, convendría que eso volviera a ocurrir en todo el mundo”, dijo. Pero entre quienes lo escuchaban no había dueños de grandes fortunas.
AQ