Zaid y la poesía popular

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Poemas traducidos (Colegio Nacional, México, 2022), recoge distintos registros y los articula en un libro muy peculiar: poetas que Zaid tradujo de otras lenguas, poetas que lo tradujeron a él a otras lenguas.

Portada de 'Poemas traducidos', de Gabriel Zaid. (Colegio Nacional)
Julio Hubard
Ciudad de México /

El diccionario de la RAE dice que “popular” es, además de las obviedades, “perteneciente o relativo a la parte menos favorecida del pueblo” y “que está al alcance de la gente con menos recursos económicos o con menos desarrollo cultural”. Parece evidente que la Academia anda menesterosa de otra acepción, que refuta y pone en reversa las que tiene. Somos inmensamente ricos porque Dante desafió al latín medieval y su pobre expresividad, con una vigorosa lengua popular, llena de sueños, ideas geniales, enamoramientos y articulaciones, en vez de elegantes declinaciones. Ya desde entonces quedaba claro que la pobreza era la marca de un latín de gente que se creía culta, sin serlo de veras, y que la vitalidad y las enormes riquezas residían en su mayor capital: las lenguas populares.

Al principio, la diferencia en el uso de una u otra lenguas dependía del objetivo de la escritura: el latín para las sabidurías y tratados; el castellano para la expresión del pueblo, sí, pero también para la expresión del alma propia: los amores, los rezos sinceros, la reflexión, el temor a la muerte; la idea del ser y del tiempo desde la perspectiva humana, pues.

Esto viene al caso por una incomodidad que me presenta el libro reciente de Gabriel Zaid, Poemas traducidos (Colegio Nacional, México, 2022), que recoge distintos registros y los articula en un libro muy peculiar: poetas que Zaid tradujo de otras lenguas, poetas que lo tradujeron a él a otras lenguas. En medio, los cantos de erótica espiritualidad de Vidyápati, las coplas populares de Pessoa y la “Poesía indígena del Norte de México” (una antología de la que hay que ocuparse de modo más extenso que este artículo, porque compone un universo donde no parecía haber nada sino apenas la pedacería de lenguas que ignoran su inexistencia). Muchas lenguas, muchos poetas, una variedad que debiera apuntar a la dispersión, pero hace lo contrario: articula. O, mejor: que este libro vuelve sinovial la articulación entre los ensayos de La poesía en la práctica, Leer poesía, y Reloj de sol, que reúne los poemas propios de Zaid. Poemas traducidos es eso: es la práctica y es la lectura… y son poemas.

Pero dije que era una incomodidad: no conozco poeta que se atreva a despreciar la poesía popular; conozco muchos que la envidian, y sólo un puñado que puede hallar esa afinación.

A los barrocos, culteranos o conceptistas, los perseguía lo popular. No sabemos de qué depende: no es solamente el talento, ni las capacidades técnicas, ni la finura del oído, ni nada. Por raro que parezca, en ese registro, Góngora estuvo mejor afinado que el mismísimo Quevedo.

Como poeta, Zaid es impecable en la más limpia sonoridad; no hay idea suficientemente abstrusa que le requiera ruido ni arritmia. Si el concepto o las imágenes de sus poemas son todo menos simples, su versificación jamás opone resistencia a la corriente de la prosodia. Y ése es sólo un elemento, lo otro es el misterio de la poesía, que nunca logra reducirse a sus partes. Lo sabíamos por Reloj de sol y ahora lo constatamos en sus traducciones. Y no es éste el rasgo más sorprendente, que más bien confirma lo leído. No: lo extraño es la calidad de las versiones de “poesía popular”. La verdadera poesía popular, dijo Alfonso Reyes, está hecha de cantos rodados: piedras y guijarros que el tiempo y el caudal del río pulieron y perfeccionaron: su forma no tiene aristas, salientes y es la que menor resistencia opone al curso y al flujo. Pero se trata de un registro no falsificable: “la falsa literatura popular consiste en fabricar cantos rodados en el taller. La simulación puede ser perfecta” (“Marsyas o del tema popular”, IV).

Pero la simulación se acaba delatando siempre. La autenticidad de lo popular, lo que parece no tener otro autor que la propia lengua, halló uno de esos lugares verdaderos en Poemas traducidos. Vidyápati y las lenguas del norte de México son antípodas geográficos y lingüísticos, pero ambos cantos hallaron un rodamiento que, probablemente, no venga del arte de hacer versos sino de comprender las palabras en las prácticas de la vida: poemas de arrullo, de enamorados, de concepción del mundo; cantos de oficios y trabajos, de poner las manos en el mundo, cuando el ritmo respiratorio y el esfuerzo de la voz se vuelven necesarios para sobrevivir, para producir, para enterrar a los muertos... la poesía, deja ver este libro, no tiene utilidad, pero es indispensable para la práctica de la vida.

AQ

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