La vida de Pushkin como poeta transcurrió bajo el gobierno de dos emperadores amantes del poder absoluto: Alejandro I y Nicolás I. El temor de ambos a una revolución era tal que gustaban de reprimir cualquier manifestación de libre pensamiento. Incluso para hablar de las órbitas de los cuerpos celestes, se prohibió utilizar la palabra “revolución”. Eran épocas en las que se aconsejaba llevar una buena cantidad de dinero en los bolsillos, pues uno nunca sabía si lo iban a deportar a Siberia en caliente, sin juicio ni oportunidad para despedirse de sus familiares.
Nicolás prohibió la representación de la obra de Aleksandr Griboedov, El dolor de tener talento, y envió al autor a una muy peligrosa misión a Persia, de la que salió muerto y descuartizado. La rabieta del zar fue apaciguada con un enorme diamante que le envió el sha.
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Lermontov se vio igualmente censurado, perseguido y deportado.
Dostoyevski leyó una carta prohibida que había enviado el crítico Belinsky a Gogol. Por tan grande falta, acabó casi fusilado, pena que le fue conmutada por algunos años en Siberia.
Alejandro había desterrado a Pushkin, lo mandó al Cáucaso y luego a la hacienda familiar; Nicolás le hizo la vida complicada, vigilándolo noche y día, censurando personalmente su poesía y seduciendo a su mujer para acabar reventándole los nervios. Cuando muere el poeta, se prohibió a los medios que publicaran elogios necrológicos.
A pesar de todo esto, con el paso de los años y mucha literatura, se sembró en los rusos el deseo de cambio y acabaron por cosechar una revolución. El cambio de poder no fue sino el de un totalitarismo por otro; y los escritores volvieron a su situación de persecución, destierro, envío a Siberia y ejecuciones sumarias. Los nombres son muchos, pero recordamos entre otros a Mandelshtam, Ajmátova, Solzhenitsyn, Tsvietáieva, Pasternak, Grossman, Babel, y la fatídica Noche de los Poetas Asesinados. Vitali Shentalinski, en su libro-investigación titulado La palabra arrestada, calcula en mil quinientos los escritores e intelectuales muertos en prisiones y campos de Siberia durante la era soviética, esa era por la que todavía siente nostalgia un gran número de escritores que nunca la padeció.
A Babel le meten un tiro el 27 de enero de 1940. Él había pedido tiempo para que le permitieran terminar lo que estaba escribiendo. Para los comunistas era tanto como pedir que le permitieran seguir delinquiendo. Esa misma fecha, pero de 1837, Pushkin recibe la bala que acabaría con su vida dos días después. Stalin y Nicolás acogieron las respectivas noticias con complacencia. Uno menos que escribe significa muchos menos que piensan.
Pero puestos a escoger, vivieron mejor los escritores bajo los zares que bajo los rojos.
ÁSS