Marina Abramovic, la abuela del performance, presentó sus obras más recientes en una casa y establo de caballos diseñados por Luis Barragán.
Mientras un acaudalado público se arremolinaba en el corral de la Cuadra San Cristóbal, la propiedad de Barragán a las afueras de Ciudad de México, el personal del evento repartía gorras de beisbol de color rosa que decían “La Cuadra”, el nuevo nombre del que será un centro cultural.
Tres caballos marrones salieron de los establos, sus jinetes vestidos de negro portando banderas blancas adornadas con la frase “Art is Oxygen” (El arte es oxígeno). Detrás de ellos venía Abramovic, vestida de negro, acompañada por el curador general de arte latinoamericano del Museo Guggenheim, Pablo León de la Barra, quien le dio sombra con una gran sombrilla roja. Ella se sentó en una silla en una pequeña plataforma frente al muro pintado del icónico color rosa Barragán.
Los caballos trotaron alrededor de Abramovic y León de la Barra. Mientras ella leyó su manifiesto. Algunos puntos destacados: “Un artista debe tener enemigos. Los enemigos son muy importantes”; “un artista debe morir conscientemente, sin miedo”; “no olviden que tenemos arte, y el arte es oxígeno”. Y concluyó: “¡Almorzamos!”.
Una vez que la multitud estaba sentada, en una larga hilera de mesas con orbes plateados reflectantes, se acercó una mujer vestida de rojo, una cantante de ópera que cantó el menú del almuerzo: “Taco, taco, taco, taaaacoooo”, mientras un dron pasaba zumbando. “Ay, qué rico”.
Los dos días de programación —también hubo un taller de performance de un día— pretendían celebrar el anuncio del nuevo centro cultural La Cuadra, encabezado por Fernando Romero, empresario y arquitecto.
En lugar de ofrecer una colaboración que entremezclara la visión de dos grandes artistas, una serbia y un mexicano, facilitada por este nuevo centro cultural y su patrocinador, ofrecieron una serie de acontecimientos que se leían más como una parodia de la relación entre artista y mecenas.
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A pesar de todo el secretismo y la preparación del gran día, el aspecto más destacable fue que Abramovic y Romero —representante del legado de Barragán— mostraron poco interés mutuo.
La fama de Abramovic se debe a su trabajo como pionera del arte del performance como género. Sus primeras obras ponían a prueba los límites de su cuerpo, su resistencia emocional y su relación con el espectador. Su retrospectiva de 2009 en el Museo de Arte Moderno y su performance
La artista está presente, en la que se sentó en silencio durante ocho horas al día (por tres meses) e invitó a los visitantes del museo a sentarse y mirarla a los ojos, consolidaron su prestigio cultural.
Ahora tiene 78 años y, apenas unas semanas antes de la actuación en Ciudad de México, se había sometido a una segunda operación de reemplazo de rodilla. Romero, ex yerno del empresario Carlos Slim, la invitó a interpretar nuevas obras para celebrar el anuncio de su visión de La Cuadra.
Entre arquitectos
El edificio, conocido como la casa Egerstrom o la Cuadra San Cristóbal, es un ejemplo del característico estilo “barroco agazapado” de Barragán, que aplicaba principios modernistas internacionales a formas vernáculas de la arquitectura mexicana, al tiempo que hacía un amplio juego de volúmenes contrastados de espacio y luz.
Luis Barragán, quien murió en 1988 a los 86 años, mezcló su obra con su fe católica; las persianas de las ventanas forman cruces, las escaleras parecen flotar hacia el cielo, y los lienzos de pan de oro están colocados para captar y reflejar la luz señalando lo divino. Su uso de un rosa buganvilla brillante, que ahora lleva su nombre, así como los acentos primarios de amarillo y azul son prestados de su amigo (y artista) Chucho Reyes.
Una de las innovaciones de Barragán fue reutilizar los colores folclóricos mexicanos como alto modernismo.
Su mezcla única de modernismo, espiritualidad y escala humana ha inspirado una ferviente devoción, y en los últimos años ha atraído intervenciones de alto nivel de artistas internacionales. Un ejemplo extremo: la artista Jill Magid, para su obra conceptual de 2016 La propuesta, exhumó las cenizas del arquitecto y envió una parte para que fuera transformada en un diamante conmemorativo, que ofreció al propietario de los archivos profesionales de Barragán como intercambio: “El cuerpo por el corpus de trabajo”.
Romero, quien citó una devoción similar por Barragán desde sus días en la escuela de arquitectura, tiene grandes planes para La Cuadra. Incluyen convertir la casa en un museo con exposiciones de los diseños de Romero, reunir una colección de arte, poner en marcha un programa de residencia para artistas, construir pabellones diseñados por otros arquitectos, un premio de diseño de bibliotecas y mucho más. Está previsto que el centro abra sus puertas en octubre de este año, y la casa estará abierta al público por primera vez.
Evento y performance
En el taller del Método Abramovic del primer día en La Cuadra, los participantes fuimos recibidos con una gran pancarta fotográfica con una imagen de la artista, montada en un caballo blanco y sosteniendo una bandera blanca. Era una imagen de su obra El héroe, un video autobiográfico y un performance sobre su padre, un héroe de guerra, retocada con Photoshop contra la pared rosa de la propiedad. La pancarta estaba inclinada junto a un Mercedes Clase G negro.
Nos pidieron que metiéramos bolsas y chaquetas en cajas marcadas con nuestros nombres. Con batas de laboratorio blancas a juego, nos dieron audífonos con cancelación de sonido y nos pidieron que asumiéramos “una actitud de reverencia monástica”. La gran puerta azul se abrió y descendimos al corral, mientras un equipo de cámaras y un dron grababan la procesión.
Y apareció Abramovic. Vestía toda de negro y con los brazos extendidos acentuados por una manicura roja. Contrastaba con los brillantes tonos rosas y ocres de Barragán, así como con el pálido aguamarina de la piscina diseñada para que los caballos se refrescaran bajo el sol del altiplano.
Nos indicó que nos sentáramos, entregáramos teléfonos móviles y relojes en una canasta y nos acercáramos en absoluto silencio a las verduras crudas delicadamente cortadas que se balanceaban en cuencos poco profundos de agua tibia teñida con remolacha ante nosotros. “¡Coman, coman mientras está caliente!”, dijo.
Bajo su dirección, practicamos la postura sentada silenciosa, la marcha lenta y la mirada fija. Antes del último ejercicio del taller, Abramovic expresó: “Deben terminar de contar todo el arroz y las lentejas que tomen. Porque si no pueden con el arroz y las lentejas, ¡no pueden con la vida!”.
Se levantó, se despidió y desapareció entre los setos, dejándonos para que completáramos nuestra tarea en silencio. La capitana del equipo de La Cuadra aplaudió. “La experiencia Abramovic ha concluido —exclamó—. Por favor, dejen sus batas de laboratorio y diríjanse a la salida”.
Abramovic no consideraba que sus intervenciones en México fueran obras de arte: ni el taller, ni su charla, ni el manifiesto que leyó; sí considera como obra de arte otro proyecto en México: una colección comercial de sillas de madera con puntas de cobre titulada Elefante en la habitación, creada con la empresa mexicana de diseño La Metropolitana.
“Es algo que realmente odio —compartió Abramovic unos días después durante una entrevista—. La gente piensa que todo lo que hago es un performance; un manifiesto es un manifiesto; una conferencia es una conferencia”.
Sin embargo, su condición de ser la artista del performance lleva a los espectadores a considerar todas sus apariciones como obras de arte. Y dadas sus empresas similares a Goop —productos para el bienestar y el cuidado de la piel Longevity Method, entre otros—, es difícil saber dónde está la línea entre su espiritualismo como investigación artística y la sabiduría a la venta.
Esta línea se enturbió aún más por la colaboración con La Cuadra; gran parte de lo expuesto parecía un álbum de grandes éxitos. El manifiesto se escribió en 1997, y se ha recitado públicamente muchas veces, según su equipo. El taller era una versión abreviada del de una semana de duración que ofrece en su Instituto Abramovic de Grecia, que cuesta 2 mil 500 euros por persona (ésta era una versión miniatura y gratuita destinada principalmente a artistas mexicanos selectos).
Y la contratación de una cantante de ópera para que cantara un menú estaba relacionada con su obra operística 7 muertes de María Callas, pero aquí se trataba solo de “una experiencia” para divertirse, dijo la directora de su estudio, no de una pieza que ella considere una obra de arte.
Su obra en La Cuadra no se relacionaba de forma significativa con la historia de la casa, el legado de Barragán o México. Y Romero y su equipo curatorial no se relacionaron realmente con Abramovic más allá de algunas trivialidades superficiales.
La colaboración pareció más un ejemplo de la llamada atracción adyacente, un concepto de mercadotecnia en el que los valores encarnados de un famoso se proyectan en un producto por asociación. Con la belleza atemporal de la obra de Barragán reducida a un telón de fondo, todo el esfuerzo parecía transaccional.
No fue un gran comienzo para el futuro de La Cuadra como museo. Si había espiritualidad aquí, era más una bolsa de regalos de marca que una exploración del alma humana.
c.2024 The New York Times Company